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14 de febrero de 2015. Consistorio ordinario público. Lacunza, Cardenal

La fiesta se venía preparando desde el día 4 de enero cuando, ante la sorpresa de todos, el obispo agustino recoleto José Luis Lacunza fue nombrado cardenal por el papa Francisco. La fecha fijada para la imposición de la birreta y demás distintivos cardenalicios era la del 14 de febrero. Al día siguiente, domingo, se celebraría una eucaristía especial en la basílica de San Pedro. Antes, los días 12 y 13, todos los cardenales de la Iglesia estaban convocados para seguir estudiando cómo llevar a cabo la reforma de la Curia romana.

14 de febrero, Consistorio

Era un Consistorio ordinario público, esto es una reunión de todo el Colegio Cardenalicio en la que públicamente el Papa iba a crear 20 nuevos cardenales. Aunque en la dinámica de la Iglesia es algo ordinario, para los agustinos recoletos era una ocasión del todo extraordinaria, ya que, en sus 427 años de historia, nunca habían tenido un cardenal. Por esta razón el Prior General había invitado a asistir al acto a los otros 17 obispos de la Orden.

Debido a la premura del tiempo, no todos los obispos recoletos pudieron viajar. Sí estaban presentes los tres del Perú (Emiliano Cisneros, Carmelo Martínez y Fortunato Pablo) y los dos de Colombia (Javier Pizarro y Alejandro Castaños). Asistían también los otros dos obispos recoletos de Panamá (José Agustín Ganuza y Aníbal Saldaña) y el emérito de Estados Unidos (David Arias). Igualmente viajó el auxiliar de México (Carlos Briseño), lo mismo que el de España (Eusebio Hernández). No pudieron hacerlo los cinco de Brasil (Javier Hernández, Joaquín Pertíñez, José Luis Azcona, Jesús Moraza y Jesús María Cizaurre), el de Costa Rica (Ángel San Casimiro) y el arzobispo Mario Molina, de Guatemala. A los obispos presentes se unieron cinco de los ochos priores provinciales de la Orden, así como siete compañeros de noviciado del cardenal electo.

También se cursaron invitaciones a los otros dos priores generales de la Familia Agustiniana: Alejandro Moral, de la Orden de San Agustín, y Gabriele Ferlisi, de los Agustinos Descalzos. Ambos estuvieron presentes, así como la Superiora General de las Siervas de María.

El acto del 14 de febrero tuvo lugar en una basílica de San Pedro llena a rebosar. Los protagonistas eran, junto con el papa Francisco que presidía la celebración, 19 de los 20 nuevos cardenales, que con él entraron en procesión vestidos ya de rojo púrpura. La ceremonia consistió básicamente, primero, en una lectura del Himno de la Caridad de san Pablo (1 Cor 12, 31-13, 13), a la que siguió la homilía. En ella, el Papa presentó la caridad como el camino de la Iglesia y el compromiso obligado de todo cardenal.

A continuación, los neocardenales hicieron profesión de fe y juraron fidelidad y obediencia al Santo Padre. Después desfilaron ante él para que les impusiera la birreta roja de su rango y para recibir el anillo que representa su amor especial a la Iglesia. En ese momento, se les anunciaba la iglesia romana que a cada uno se le asigna como sede de su título; en el caso del cardenal Lacunza, se le ha encomendado  la parroquia de San José de Cupertino, en la zona de la Laurentina. Quedaba sólo que los ya constituidos en el cargo de cardenales se incorporaran al Colegio, allí presente en pleno. La forma de representarlo fue mediante el saludo personal, uno a uno, a los dos centenares de purpurados, encabezados por el papa emérito Benedicto XVI, que no quiso faltar en tan significativo acto.

“Visitas de calor”

Tras una celebración de poco más de una hora, llegaba el momento del almuerzo, que se tuvo en un restaurante de los alrededores del Vaticano. En él conformaban la mesa de honor, junto con el neocardenal y el presidente de Panamá, Juan Carlos Varela, los otros dos cardenales centroamericanos, Óscar Rodríguez Maradiaga y José Leopoldo Brenes, además del cardenal Juan Bautista Re, que hace gala de antigua amistad con los agustinos recoletos.

Re fue el primero en reclamar el micrófono para mostrar su alegría y felicitar al novel cardenal, a Panamá y a la Orden. Hicieron lo propio, a continuación. el Prior General y el presidente Varela. Y, en fin, clausuró el propio Lacunza, que hizo un somero repaso de su vida, dando gracias primero a su familia, y luego a sus hermanos recoletos y a Panamá.

Y tuvo ya que ausentarse algo precipitadamente porque se echaba encima la hora de comenzar “las visitas de calor”. Es algo habitual en el Vaticano, cuando hay cardenales nuevos. Se les asigna una ubicación concreta por la que van desfilando todos los que desean felicitarlos. Lacunza, y la mayor parte de los otros cardenales, tenía asignado un puesto en el aula Pablo VI. Allí, durante casi tres horas, el Cardenal de Panamá atendió sonriente y de pie a periodistas, personalidades, religiosos, fieles y personas de todo tipo que no cesaron de desfilar felicitando, pidiendo declaraciones, bendiciones e incluso autógrafos. Eran ya las 19 h cuando pudo, al fin, retirarse, agotado y feliz, a su residencia de la Casa Santa Marta.

15 de febrero, Eucaristía

El domingo 15 de febrero estaba programada en la Basílica Vaticana una eucaristía presidida por el Papa. Según especificaba el folleto oficial, era una santa misa con los nuevos cardenales y el Colegio Cardenalicio. Una vez más, la basílica estaba repleta. Los obispos agustinos recoletos, en bloque, habían madrugado para ocupar el mejor lugar posible. Y el resto de los frailes habían buscado también la forma de encontrar un buen sitio: unos en la llamada “capilla papal”, otros varios entre los sacerdotes que distribuirían la comunión.

La liturgia correspondía al sexto domingo del tiempo ordinario. El evangelio de san Marcos (1, 40-45) narraba la curación de un leproso. De la condición de marginado de esta persona tomó pie Francisco para completar su enseñanza del día anterior sobre la caridad, el ser de la Iglesia y la función de un cardenal. Habló de las “dos lógicas de pensamiento y de fe: el miedo de perder a los salvados y el deseo de salvar a los perdidos”. Insistió una vez más en que “el camino de la Iglesia es el de salir del propio recinto para ir a buscar a los lejanos en las periferias de la existencia”. A los nuevos cardenales les recalcó que “la disponibilidad total para servir a los demás es nuestro signo distintivo, es nuestro único título de honor”. Y concluyó, lapidario, exhortándoles “a servir a la Iglesia en modo tal que los cristianos no tengan la tentación de estar con Jesús sin querer estar con los marginados, aislándose en una casta que nada tiene de auténticamente eclesial.