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La Trinidad, arquetipo de la comunión en San Agustín

Para San Agustín, la comunidad no será entendida sin Dios. El obispo de Hipona sostiene que «tiene dos corazones el que quiere amar a Dios y, al mismo tiempo, amar al mundo». Sobre esto trata el tercer artículo de Formación Permanente 2019, por el agustino recoleto Enrique Eguiarte

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Introducción

Entre los grabados que Schelte a Bolswert (1586-1659) hizo sobre la vida de san Agustín en el siglo XVII, hay uno que llama particularmente la atención. Se trata de una imagen en donde aparece, en un primer plano, san Agustín, quien se encuentra delante de un libro abierto mientras sostiene relajadamente una pluma en la mano derecha. Esta primera imagen no es particularmente impactante. La que sí resulta llamativa es la de una mujer que se ha colado en la habitación y es representada alargando su mano derecha para tocar al Santo Doctor.

En la parte izquierda del grabado, y en un segundo plano, aparece lo que es la explicación de la representación principal. En esta escena se puede ver a san Agustín celebrando la misa y elevando la hostia consagrada. En ese momento, según cuenta la Leyenda Áurea de Jacobo de la Vorágine, esta misma mujer tuvo un éxtasis y pudo ver al santo junto al misterio de la Santísima Trinidad. En ese mismo instante, una voz le dijo que san Agustín no le había prestado atención el día anterior porque se encontraba en éxtasis, contemplando el misterio de la Santísima Trinidad, como ella misma lo había visto. Esa misma voz le dijo también que, después de la celebración de la misa, ella podía ir a verlo y que este la recibiría con gusto para responder a sus dudas.

Por otro lado, la Leyenda Áurea nos cuenta que la mujer era una viuda que había entrado en la habitación para consultarle y, al verlo inmóvil y sin respuesta, se había atrevido a acercarse a él y tocarlo. No obstante, al no verlo inmutarse, pensó que lo hacía a propósito y que su propia santidad le impedía ver de frente a una mujer. Su idea cambió al día siguiente, cuando ella misma, durante la celebración eucarística, había contemplado y escuchado lo dicho anteriormente.

Esta leyenda agustiniana refleja un elemento fundamental para san Agustín. El Dios del cristianismo no es un Dios unipersonal ni solitario, sino un Dios que, dentro de la unidad de la sustancia, tiene tres personas. Este misterio es, según el pensamiento agustiniano, el central de la fe cristiana y la vida del creyente se desarrolla y crece a la luz de su conocimiento y experiencia. En él, la diversidad no crea rupturas, sino que fomenta la riqueza y variedad, y la fuerza del amor, personificada en el Espíritu Santo, es el vínculo irrompible que mantiene la unidad en la pluralidad; o, por decirlo con palabras agustinianas, puede ex pluribus unum facere, pues: “Donde no hay envidia, la diversidad es armoniosa”.

Y la Trinidad se vuelve no solo la clave para la vida cristiana, sino también para la misma vida monástica. La evolución de las ideas de lo que es la vida monástica en san Agustín sigue un itinerario particular a través de diversas etapas. No obstante, desde la perspectiva trinitaria, esta evolución cuenta con dos fundamentales y fundacionales. En la primera, san Agustín se inspira, según algunos especialistas, en el texto de Mt 19, 21, imitando el ejemplo de san Antonio y colocando el desprendimiento exterior e interior como una condición esencial del seguimiento de Cristo. Se trata de una etapa que ilumina el primer momento de la vida en el monasterio de Tagaste, así como una primera fase del así llamado Monasterio del Huerto’.

A partir del año 396, fecha en la que recibe la carta 30 que le envía san Paulino de Nola, el pensamiento agustiniano cambia. La carta del santo opbispo de Nola es como un revulsivo que le hace caer en la cuenta de la importancia que tiene el texto de Hch 4, 32 y la lectura comunitaria y dinámica que este texto puede tener. De hecho, en dicha carta Paulino se refiere a los dos monjes –de nombres sugerentes: Romanus y Agilis (nomen omen est)– que le han llevado la carta a san Agustín desde el sur de Italia hasta Hipona. San Paulino señala que ambos viven de tal manera unidos a la comunidad que tienen un solo corazón y una sola alma en el Señor, con todos los demás miembros de la comunidad7. Estas palabras impresionan de tal manera al Hiponense que, a partir de esa fecha, la gran mayoría de las veces que cite Hch 4, 32 lo hará añadiendo las palabras que san Paulino había escrito en su carta.

Enrique Eguiarte OAR