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Mensaje navideño a la Familia Agustino-Recoleta

Queridos hermanos y hermanas de la Familia Agustino-Recoleta:

Con alegría recibo la invitación que nos hace hoy la Iglesia a cuantos rezamos el Oficio de Lecturas, con el texto de nuestro padre san Agustín, que encabeza este mensaje navideño. Es una invitación que ratifico gozosamente repitiéndola para vosotros, pensando que puede servirnos a todos para hacer nuestros estos mismos sentimientos y actitudes y añadiendo algunas reflexiones que nos ayuden a celebrar, como se merecen, estas fiestas navideñas.

No hacen falta muchas explicaciones para entender que estas expresiones agustinianas presuponen un sujeto cristiano comprometido que asume la responsabilidad de transmitir, de palabra y con la vida, el anuncio de Jesucristo, para llevar a la fe en Él, como los primeros discípulos que ardían en deseos de hacerlo: no podemos dejar de hablar de lo que hemos visto y oído.

¿Qué es lo que nosotros hemos visto y oído?

Ante todo, podemos apreciar que la Navidad es un misterio de paz. En esa noche los ángeles han cantado: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor. Los ángeles han anunciado el gran acontecimiento a los pastores: alegría, incluso estando lejos de casa como emigrante, la pobreza del pesebre como cuna, la indiferencia del pueblo, la hostilidad del poder… Desde la gruta de Belén se eleva hoy una llamada apremiante para que el mundo no caiga en la indiferencia, la sospecha y la desconfianza, aunque el trágico fenómeno del terrorismo, de la droga, de la incómoda y triste situación de diversas crisis políticas, sociales y económicas y… religiosas acrecienten incertidumbres y temores en numerosas familias, comunidades, instituciones y países.

Continuando con el texto agustiniano citado, Agustín, usando su personal estilo catequético y pedagógico, hace una trascendental e inquietante pregunta, a la que también proporciona su respuesta: ¿Por qué la paz en la tierra, sino porque la verdad brota de la tierra, o sea, Cristo ha nacido de la carne? Y él es nuestra paz; él ha hecho de los dos pueblos una sola cosa: para que fuésemos hombres que ama el Señor, unidos suavemente con vínculos de unidad.

Jornada mundial de la Paz

El Papa Benedicto XVI, en el mensaje para la próxima Jornada Mundial de la Paz resalta algunos aspectos sobre el tratamiento que se está dando al fenómeno complejo de la globalización en relación con la pobreza: Se están llevando a cabo campañas para reducir la natalidad en el ámbito internacional… y lo que es más grave aún, frecuentemente ni siquiera respetan el derecho a la vida. El exterminio de millones de niños no nacidos, en nombre de la lucha contra la pobreza es, en realidad, la eliminación de los seres humanos más pobres.

En contraste con estas realidades denunciadas, volvamos a Belén para vivir la Navidad, como la fiesta del amor y contemplar extasiados un misterio lleno de amor. Tanto amó Dios al mundo que nos envió a su Hijo Unigénito para darnos su propia vida. La Virgen Madre le da todo el amor que tiene, en el frío portal y en medio del silencio. La gloria del Verbo Eterno, eterno como el Padre, se halla escondida en un Niño que, en el primer instante de su vida terrena, no sólo acepta todas las debilidades humanas sino que las experimenta en las condiciones más pobres. Es inmenso el tesoro que encierran esta palabras: Dios es amor. Dios ha bajado de la altura de su divinidad a la bajeza de la humanidad, movido únicamente por su inmensa caridad.

Desde este presupuesto podemos deducir que la Navidad para nosotros hoy sigue siendo también una fiesta para corresponder al amor de Dios. El amor verdadero vence cualquier obstáculo, acepta cualquier condición y sacrifico, con tal de poder unirse a quien ama. Para corresponder al infinito amor de Dios debemos recorrer un camino semejante al del Verbo: la humildad. Este camino habrá de comenzar por el despojo de nuestro orgullo, vanidad, pretensiones en nuestros derechos, títulos, cargos desempeñados y frutos conseguidos, nuestro honor, nuestro proyecto personal… Y quien desee seguir más de cerca de Jesús —imitarle dice san Agustín— debe despojarse voluntariamente y de corazón, por amor suyo, del ego, del amor propio, del apego a las riquezas materiales y al consumismo… que nos esclavizan y nos impiden dar a Dios el culto verdadero.

Fiesta de salvación

Con estas disposiciones, podemos avanzar para contemplar la Navidad como fiesta de salvación. Lo anuncian los ángeles a los pastores: os ha nacido el Salvador. Por lo tanto, no puede haber lugar para la tristeza, cuando acaba de nacer la vida que termina con el temor de la muerte y nos infunde la alegría de la eternidad prometida. Todos participamos de este gozo y podemos celebrarlo con júbilo: el santo porque se le acerca la victoria, el pecador porque se le invita al perdón; al no creyente se le invita a la fe y a la vida: Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres.

En este itinerario navideño no caminamos a oscuras. Navidad es la fiesta de la luz de Dios: La vida era la luz de los hombres; la luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la acogieron. No era Él —Juan Bautista— la luz, sino que vino a dar testimonio de la luz. La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Desde mi fe: Creo en Jesucristo… Luz de Luz.

En la noche de Navidad surge la luz que es Cristo, que brilla y penetra en los corazones de los hombres, infundiendo en ellos nueva vida; enciende en ellos la luz eterna, que siempre ilumina al ser humano, incluso cuando las tinieblas de la mente envuelven su cuerpo. Esta luz está provocada por el fuego del amor de Dios y es como llama de amor viva que hiere tiernamente en lo más profundo del alma.

Iluminados por esta Luz, podemos percibir con claridad meridiana que si Dios se hace hombre por amor, todo hombre es mi hermano y debe ser respetado como hijo de Dios y hermano de todos los hombres. Este amor llena de sentido cristiano toda la vida: el hombre, el matrimonio, la familia, la sociedad… No hay fronteras ni barreras de lenguas, países, razas, colores, sexos, culturas: uno solo es vuestro Padre y todos vosotros sois hermanos; lo que hicisteis con cualquiera, conmigo lo hicisteis. La Navidad nos invita a ser solidarios; el consumismo nos divide. Por eso, la Navidad es también la fiesta del amor fraterno.

San Agustín

Recordamos una vez más la invitación de san Agustín a celebrar con alegría el Nacimiento del Señor, día afortunado,fiesta de inmensa alegría.

De ahora en adelante, pero especialmente en estas fiesta de Navidad, tengamos presente la interpretación cualificada del Papa respecto a la globalización en el citado mensaje para la inminente Jornada Mundial de la Paz: La referencia a la globalización debería abarcar también la dimensión espiritual y moral, instando a mirar a los pobres desde la perspectiva de que todos comparten un único proyecto divino, el de la vocación de construir una sola familia en la que todos —personas, pueblos y naciones— se comporten siguiendo los principios de fraternidad y responsabilidad.

Los creyentes de todas la religiones, junto con todos los hombres de buena voluntad, abandonando cualquier forma de intolerancia y discriminación, estamos llamados a construir la paz para un mundo mejor.

Junto a la Virgen Madre, permanezcamos orando ante el pesebre, donde está acostado el Niño, para participar de su mismo asombro ante la misma condescendencia de Dios. Que María nos preste sus ojos para descifrar el misterio que se oculta tras la fragilidad de los miembros de su Hijo, a reconocer su rostro en los niños de toda raza y cultura y a ser testigos creíbles de su mensaje de paz y amor. Que los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, caracterizado aún por tensos contrates e inauditas violencias, reconozcan en el Niño que está en sus brazos al único Salvador del mundo, fuente inagotable de la paz verdadera, a la que todos aspiran en lo más profundo del corazón.

Agradezcamos al Dios Uno y Trino por contar con nosotros para realizar su proyecto de salvación para la humanidad. Pidamos y agradezcamos también la intercesión de aquellos que han colaborado más de cerca en este plan divino y nos ayudan a sentirlo y vivirlo como ellos lo hicieron.

Sin el fiat de María no hubiera sido posible este misterio de amor y salvación. José, que era bueno, sin haber tenido parte en nada, creyó y esperó y amó a este Niño, más que si fuera propio. Los santos se han entregado, sin condiciones, a cumplir su parte en el proyecto de Dios.

Muy importante: no nos escandalicemos de las esperas interminables; respetemos los plazos y las esperas de Dios.

Con el deseo de una Feliz Navidad, abierta y apoyada en el amor y la esperanza, un venturoso año 2009.