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Consagradas a Cristo en la clausura del convento

Las monjas agustinas recoletas del convento de la Encarnación de Madrid (España) son ejemplo de consagración plena a Cristo. En el día de la Vida Consagrada, su estilo de vida son referente de entrega a Dios

En la plaza de la Encarnación, en pleno centro de Madrid, se respira paz aunque no tanta como en el interior del convento de la Encarnación. Allí realizan su labor contemplativa nueve monjas agustinas recoletas de diferentes nacionalidades y color aunque con el mismo objetivo: «Estamos aquí para orar por todas las personas sin excepción», dice una de ellas.

Entre estas paredes se vive con especial ilusión el día de la Vida Consagrada. Tienen preparada una celebración para la tarde de este 2 de febrero. Y es que la entrega a Cristo en su caso fue especialmente intensa.

La superiora del convento cuenta con intensidad cómo fue su entrega al Señor. «Ya tenía dos carreras: magisterio y comercial. Pero tenía un vacío interior, nada me llenaba. Estudié después bioquímica pero no me llenaba. Conocí a los Agustinos Recoletos y empecé a ir a misa todos los días. Comencé a dar catequesis, tenía éxito con los chicos pero no me llenaba. Pensaba ‘qué es esto en comparación a las necesidades del mundo’. Y me decía ‘además tantos títulos, el día en que yo me muera se terminará todo, quiero algo que trascienda cuando yo me muera'».

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Fue el obispo agustino recoleto José Luis Azcona quien le sugirió la vida contemplativa. «Me dijo: esa inquietud que tienes de querer hacer tanto por la humanidad y alcanzar el conocimiento de Dios lo vas a conseguir en la vida contemplativa, porque te dará un ambiente propicio para dedicarte solo a Dios».

«Ahí -añade- un alma enamorada de Dios es como un motor a través del cual Dios hace que la actividad apostólica del mundo sea eficaz. En realidad, pueden hacer muchos los misioneros, misioneras y laicos que trabajan, pero si no hay un movimiento por parte del espíritu de Dios el trabajo es infecundo». Así lo dejó todo, emprendió la vida consagrada e ingresó en el convento.

Sus días consiste en el trabajo y la oración. Una de ellas dice: «Aquí llevo diez años y me gusta rezar. Eso es lo que hacemos: rezar por todo el mundo, por las personas que se encomiendan a nuestras oraciones, por nuestras familia y por la Orden».