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«No pierde la esperanza el amor»: la Cuaresma según Fray Luis de León

En Cuaresma, Fray Luis de León llama a recogerse interiormente para asemejar las vidas a la de Jesús, quien murió en la cruz redimiendo al hombre del pecado

Conocimiento de sí y reconocimiento de su realidad

Las luces de Dios y sus hablas, como agora (ahora) decíamos, crían siempre humildad en el hombre a quien se hacen, y conocimiento verdadero de sí; porque nunca habla que no sea para hacer bien, y el principio y como fundamento de todos los bienes es que se conozca cada uno a sí mismo. Porque, al revés, en el desconocerse y en el estimarse en lo que no es, está el error de la vida. Y como no entra el sol adonde se le cierran las puertas, ansí (así) no entra Dios en el alma que no se conoce; porque las puertas que la cierran es la estimación vana de sí y el juicio falso de su virtud y su fuerza. Ansí (Así) que Dios, para introducir sus virtudes, lo primero, pone por el suelo estas puertas y abre los ojos al alma con la luz de sus verdades para que se conozca, y conociéndose se desestime y humille y sujete a él toda y del todo; para que ansí (así), como en materia enteramente sujeta y como en cera blandísima, figure él a su voluntad la imagen suya, que es aquello a que aspira el alma sancta (santa) y en que está su total perfección (Exposición al libro de Job).

Recogimiento

No pierde la esperanza el amor, aunque no halle nuevas de lo que busca y desea, antes entonces se enciende más; y así la Esposa anduvo, y halló por sí lo que las otras gentes no la supieron mostrar. Porque es así siempre, que al amor sólo el amor le halla y le entiende y le merece.

Dice que le halló a poco tiempo que anduvo, después que se apartó de las rondas de la ciudad ; que, según el sentido espiritual, es cosa de grande consideración, que antes le había buscado mucho y no le halló, y en apartándose de las guardas y de la ciudad le halló luego. En lo cual se entienden dos cosas: que en los casos más desesperados y cuando todo el saber e industria humana se confiesa por más rendida, está Dios más presto y más aparejado para nuestro favor, como dice el rey David: Cerca está el Señor de los que tienen afligido el corazón. Y juntamente con esto se ve la razón por qué muchos buscan a Cristo muy luengamente por muchos días y con grandes trabajos no le hallan, hallándole otros con más brevedad ; que es porque le buscan, no adonde El está y quiere, sino adonde ellos gustarían de hallarle, sirviéndole en aquellas cosas de que ellos más gustan y les caen más en gracia, por ser más conformes a sus inclinaciones y particulares juicios (Exposición al Cantar de los cantares).

Avecinarse a Dios, de quienes somos imagen

Porque se ha de entender que la perfección de todas las cosas, y señaladamente de aquellas que son capaces de entendimiento y razón, consiste en que cada una de ellas tenga en sí a todas las otras y en que, siendo una, sea todas cuanto le fuere posible ; porque en esto se avecina a Dios, que en sí lo contiene todo. Y cuanto más en esto creciere, tanto se allegará más a El haciéndosele semejante. La cual semejanza es, si conviene decirlo así, el pío general de todas las cosas, y el fin y como el blanco adonde envían sus deseos todas las criaturas.

Consiste, pues, la perfección de las cosas en que cada uno de nosotros sea un mundo perfecto, para que por esta manera, estando todos en mí y yo en todos los otros, y teniendo yo su ser de todos ellos, y todos y cada uno de ellos teniendo el ser mío, se abrace y eslabone toda esta máquina del universo, y se reduzca a unidad la muchedumbre de sus diferencias; y quedando no mezcladas, se mezclen ; y permaneciendo muchas, no lo sean ; y para que, extendiéndose y como desplegándose delante los ojos la variedad y diversidad, venza y reine y ponga su silla la unidad sobre todo. Lo cual es avecinarse la criatura a Dios, de quien mana, que en tres personas es una esencia, y en infinito número de excelencias no comprensibles, una sola perfecta y sencilla excelencia.

Pues siendo nuestra perfección aquesta (esta) que digo, y deseando cada uno naturalmente su perfección, y no siendo escasa la naturaleza en proveer a nuestros necesarios deseos, proveyó en esto como en todo lo demás con admirable artificio. Y fue (fue) que, porque no era posible que las cosas, así como son, materiales y toscas, estuviesen todas unas en otras, les dio a cada una de ellas, demás del ser real que tienen en sí, otro ser del todo semejante a este mismo ; pero más delicado que él y que nace en cierta manera de él, con el cual estuviesen y viviesen cada una de ellas en los entendimientos de sus vecinos, y cada una en todas, y todas en cada una. Y ordenó también que de los entendimientos, por semejante manera, saliesen con la palabra a las bocas. Y dispuso que las que en su ser material piden cada una de ellas su propio lugar, en aquel espiritual ser pudiesen estar muchas, sin embarazarse, en un mismo Jugar en compañía juntas; y, aun lo que es más maravilloso, una misma en un mismo tiempo en muchos lugares (De los nombres de Cristo).

Fray Luis de León