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Cristo, buen pastor

Este domingo se conoce usualmente como el “Domingo del Buen Pastor”, pues en la misa de este día leemos, todos los años, un fragmento del capítulo 10 del evangelio según san Juan, cada año un fragmento distinto. Este año acabamos de escuchar la parte final del capítulo. En ese breve pasaje Jesús no se describe a sí mismo como pastor, pero sí habla de sus ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás. Estas palabras son la conclusión de un anuncio que Jesús ha desarrollado a lo largo del capítulo 10. El buen pastor defiende su rebaño, lo cuida, da la vida por él. El mal pastor se aprovecha del rebaño, se sirve de él, lo deja morir ante el peligro, con tal de salvar su vida. Jesús es el buen pastor que pastorea su rebaño llevándolo a los pastos donde se anuncia la verdad que alimenta; es el buen pastor que ha dado su vida para que sus ovejas tengan vida. En el pastoreo hay un ejercicio de discerni- miento para distinguir el buen pastor del malo, la palabra verdadera de la falsa. Pues el buen pastor y la palabra verdadera son las únicas que llevan a la vida eterna.
Hoy es día de oración por las vocaciones sacerdotales, pues el sacerdote tiene la responsabilidad de hacer presente la palabra y la obra santificadora del Buen Pastor, Jesu- cristo. Oremos para que tengamos buenas y sólidas vocaciones sacerdotales. Y contribu- yamos económicamente para el sostenimiento del Seminario.
Esto se reafirma en la segunda lectura. Jesús no aparece como pastor, sino como cordero. Pero es un cordero que también pastorea. El Cordero que está en el trono será su pastor y los conducirá a las fuentes del agua de la vida y Dios enjugará de sus ojos toda lágrima. En este pasaje, quien se beneficia del pastoreo del Cordero es la muchedumbre de personas que el vidente ve ante el trono de Dios y del Cordero que es Jesucristo. Eran individuos de todas las naciones y razas, de todos los pueblos y lenguas. Todos estaban de pie, delante del trono del Cordero. Iban vestidos con una túnica blanca y llevaban palmas en las manos. Se trata, pues, de la muchedumbre de cristianos, procedentes de todos los pueblos y naciones del mundo, que han padecido el martirio, han tenido que dar la vida por el Cordero, así como el Cordero antes había dado la suya por ellos. Si la mu- chedumbre procede de la pluralidad de pueblos y naciones del mundo es porque hasta allá llegó el mensaje del Evangelio. La palabra del Buen Pastor llegó hasta ellos por el empeño misionero de la Iglesia. Si van vestidos de blanco con palmas en las manos es porque se han mantenido fieles frente a la persecución. Por la fuerza intentaron que se separaran del pastor, que renegaran del Evangelio, y ellos prefirieron perder la vida que perder la fe. Así alcanzaron la vida eterna. Universalidad y martirio son rasgos de la iglesia cristiana.
Jesucristo nace judío, es heredero de la tradición religiosa judía, apela a los libros sagrados judíos para dar fundamentación a su evangelio, pero prescinde de todo particula- rismo nacionalista o cultural para centrar su atención en dos problemas que cuestionan la existencia de la persona, de cualquier época, cultura o nación: el pecado y la muerte. Puesto que el evangelio es respuesta específica a esas cuestiones, su mensaje es universal. Por eso el alcance de la misión de la Iglesia es universal y es siempre palabra que ilumina.
La libertad humana es frágil y sus decisiones muchas veces ambiguas. Las personas tomamos decisiones erradas, quebrantamos leyes morales, realizamos acciones que nos destruyen y destruyen a los demás. ¿Es posible corregirse y comenzar de nuevo? ¿Cómo se salda y se paga la deuda de las acciones pasadas que agobian el presente y comprometen el futuro? Jesús no solo anuncia el perdón de Dios a quien se arrepiente, sino que, con su muerte en la cruz, nos habilita para recibirlo.
La enfermedad que desemboca en la muerte socava el sentido de la vida. ¿Para qué vivir, si la muerte definitiva destruye todos los logros y obras realizadas? Jesús sana en- fermos, restaura la salud y promete la vida eterna a sus seguidores. Él en su persona vence la muerte por su resurrección, y establece los medios para crear comunión entre él mismo y sus seguidores, de modo que también ellos, unidos a él, puedan igualmente vencer su propia muerte. Los cristianos anunciamos esta noticia a cuantos quieran escucharla.
El otro rasgo del cristianismo es su carácter martirial. Cristo murió porque él vino para dar testimonio de la verdad. El martirio cristiano es la consecuencia de la convicción de que hay verdades no negociables, de rango superior incluso al valor de la vida. Los cristianos han dado la vida por rehusarse a negar a Dios que da sentido a su vida, por resistirse a negar la verdad del Evangelio que la ilumina; han dado la vida por defender la vigencia de la Iglesia que garantiza la verdad de Dios y del Evangelio. También en el campo de la ética, cristianos han muerto a lo largo de la historia por resistirse a conductas inmorales, principalmente en el campo de la sexualidad y la defensa de la vida.
Sin embargo, cuando se piensa que las verdades religiosas no son absolutas, sino relativas al sistema propio de cada religión; que cada religión tiene su verdad y el evangelio es una entre tantas, no tiene sentido sacrificar la propia vida única por una verdad de vi- gencia circunstancial, ni siquiera tampoco anunciarlo a quienes no lo conocen, pues ellos tendrán “su verdad” que les dé salvación. El relativismo cultural contemporáneo ha indu- cido a pensar que no hay preceptos morales de obligación absoluta, sino condicionada a la situación de cada persona. Si esto es así, el martirio pierde sentido y vigencia.
El martirio es parte integral del evangelio. Jesús murió por fidelidad a Dios que lo envió a predicar un mensaje que exasperaba a quienes lo mataron. Jesús anunció a sus seguidores, no pocas veces, sino muchas, que por fidelidad a él y a su Evangelio tendrían que sufrir y hasta dar la vida. Y es que el Evangelio no es una palabra religiosa más entre las muchas que se dan en el mundo, sino que es LA palabra verdadera, única e incompara- ble. Jesús no es un pensador religioso más, entre los otros muchos fundadores de religio- nes, sino que es EL Salvador del mundo, el único que tiene palabras de vida eterna. Dé- mosle gloria y honor por los siglos de los siglos. Amén.

Mons. Mario Molina OAR