Sin categorĆ­a

La recompensa de hacer el bien

El arzobispo agustino recoleto deĀ Los Altos, Quetzaltenango ā€“ TotonicapĆ”n (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 1 de septiembre

El pasaje evangĆ©lico de este domingo es un tanto extraƱo. JesĆŗs llega a comer a casa de un fariseo notable; pero el ambiente es hostil o por lo menos inhĆ³spito. Los demĆ”s comensales no dejan de observarlo para descubrir alguna falta, alguna inconsistencia entre lo que JesĆŗs dice y lo que hace; entre lo que lo que los fariseos enseƱan como voluntad de Dios y lo que JesĆŗs hace segĆŗn su propio entender de la voluntad de Dios. Pero JesĆŗs tambiĆ©n estĆ” observando. Ɖl no llega con mirada ingenua, sino que observa la conducta de los invitados. Lo que ve lo mueve a pronunciar una enseƱanza. A primera vista, lo que JesĆŗs dice parece una regla de urbanidad: cĆ³mo elegir el lugar donde sentarse cuando a uno lo invitan a una comida; cĆ³mo elaborar la lista de invitados a un banquete. Pero el evangelista llama parĆ”bola eso que va a enseƱar. Puesto que JesĆŗs no presta ningĆŗn interĆ©s a cosas tan mundanas como las reglas de urbanidad, uno puede suponer que la enseƱanza acerca de cĆ³mo elegir el puesto a la mesa o cĆ³mo elaborar una lista de invitados es una metĆ”fora, una parĆ”bola, acerca de cĆ³mo comportarse en relaciĆ³n con el Reino de Dios. Recordemos que JesĆŗs comparĆ³ repetidas veces al Reino de Dios con un banquete, especialmente un banquete de bodas. Es mĆ”s, a continuaciĆ³n de esta enseƱanza JesĆŗs cuenta una parĆ”bola del Reino, al que compara con un banquete al que los invitados no quisieron llegar.

La primera regla que JesĆŗs propone es que cuando a uno lo inviten a un banquete de bodas, no debe buscar sentarse en el puesto de mayor distinciĆ³n, sino en el puesto de menor importancia. Que se trate de un banquete de bodas ya es un indicio de que JesĆŗs puede estar hablando del Reino de Dios. Uno puede entender esta regla a la luz del otro principio mĆ”s claro de que en el Reino de Dios el que quiera ser el primero sea el Ćŗltimo, y el que quiera mandar que se dedique a servir. Por eso JesĆŗs propone: cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algĆŗn otro invitado mĆ”s importante que tĆŗ, y el que los invitĆ³ a los dos venga a decirte: ā€˜DĆ©jale el lugar a esteā€™, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergĆ¼enza, el Ćŗltimo lugar.

Ahora bien, quien nos invita al banquete de bodas del Reino es el mismo Dios. Nos invita a travĆ©s de la predicaciĆ³n del Evangelio, nos invita a travĆ©s de la llamada a seguir a JesĆŗs. Buscar el puesto principal o por el contrario buscar el Ćŗltimo lugar se refiere a la actitud con la que asumimos la llamada. ĀæTomamos nuestra condiciĆ³n de hijos del Reino como un tĆ­tulo para seƱorear o como una llamada a servir? ĀæPretendemos utilizar la fe y la religiĆ³n como medio para ganar prestigio, para instrumentalizar a Dios para nuestros beneficio e interĆ©s? JesĆŗs advirtiĆ³ ya en una ocasiĆ³n acerca de cĆ³mo no debemos utilizar la piedad para aparentar ante la gente: Ustedes quieren pasar por hombres de bien ante la gente, pero Dios conoce sus corazones; porque en realidad, lo que parece valioso para los hombres es despreciable para Dios (Lc 16,14-15) o tambiĆ©n, con mĆ”s claridad: CuidadoĀ con practicar las buenas obras para ser vistos por la gente, porque entonces su Padre celestial no los recompensarĆ” (Mt 6,1). La primera lectura propone el mismo consejo con otras palabras: en tus asuntos procede con humildad y te amarĆ”n mĆ”s que al hombre dadivoso. Hazte tanto mĆ”s pequeƱo cuanto mĆ”s grande seas y hallarĆ”s gracia ante el SeƱor. Uno podrĆ­a tambiĆ©n entender la bĆŗsqueda de los primeros puestos como la actitud del que cree que la invitaciĆ³n al Reino es un derecho adquirido por el propio esfuerzo y olvidarnos de que al Reino siempre estamos invitados, y si estamos sentados a la mesa, eso no se debe a algĆŗn mĆ©rito propio, sino a la invitaciĆ³n de Dios. Pero esto queda mĆ”s claro en la segunda norma de urbanidad que JesĆŗs propone.

La segunda enseƱanza de JesĆŗs en el evangelio no se refiere al comportamiento de los invitados al banquete, sino que se refiere al modo como el anfitriĆ³n de un banquete debe proceder a la hora de elaborar la lista de sus invitados. Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus hermanos ni a tus parientes ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarĆ­as recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos; asĆ­ serĆ”s dichoso, porque ellos no tienen con quĆ© pagarte, pero ya se te pagarĆ”, cuando resuciten los justos. La norma es irreal. Solo las municipalidades y alguna ONG organizan fiestas para esos invitados quizĆ” por Navidad. Pero si se trata de una parĆ”bola, entonces debemos buscarle el sentido figurado. Es cierto que Dios invita al banquete de su Reino, no a los ricos autosuficientes, sino a los pobres sin pretensiones. Pero aquĆ­ se trata tambiĆ©n de una actitud que debemos adquirir para participar en el Reino.

La norma de JesĆŗs dice que al organizar una fiesta no invitemos a los que nos pueden corresponder con otra invitaciĆ³n. En este contexto, pienso que el banquete son las buenas obras que podemos hacer a favor de nuestro prĆ³jimo. No debemos hacer el bien para buscar una recompensa en este mundo: sea la recompensa del agradecimiento, la recompensa del elogio y la fama, la recompensa del aplauso, la recompensa de la honra y del trato especial. Si hacemos el bien es para esperar Ćŗnicamente la recompensa que viene de Dios: ya se te pagarĆ”, cuando resuciten los muertos. Nosotros hemos sido enviados por Dios al banquete del Reino no por algĆŗn mĆ©rito que hayamos hecho para merecerlo. Si estamos invitados al banquete del Reino es por pura gracia y benevolencia de Dios. De igual manera nosotros debemos ser agentes de gratuidad y de benevolencia. En este mundo en el que todo tiene un precio y no hay almuerzo gratis, los creyentes debemos ser capaces de introducir una dinĆ”mica de gratuidad, de hacer el bien a fondo perdido, y de esa manera imbuir la comunidad en la que vivimos con dinĆ”micas propias de la gratuidad del Reino de Dios. La gratuidad mayor es la del perdĆ³n. La gratuidad de saber perdonar las ofensas, de no exigir la reparaciĆ³n cabal, sobre todo en las relaciones interpersonales, es una de las formas mĆ”s generosas de introducir la gratuidad y la misericordia en las relaciones sociales. AsĆ­ creamos Ć”mbitos de humanizaciĆ³n y de esperanza. Esta es la enseƱanza que JesĆŗs propuso valiĆ©ndose de lo que parecĆ­an ser unas normas de urbanidad para un banquete.

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango ā€“ TotonicapĆ”n (Guatemala)

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