Una palabra amiga

Frustración: el Coronavirus y lo que puede enseñarnos

El autor reflexiona sobre la frustración en la situación actual y en otros momentos de la vida, y cómo puede responder el ser humano.

Desde los veinticinco años me he esforzado por aprender español. Viví y estudié durante diez años en España, y ahora llevo casi cuatro años en México. Me gustaría decir que hablo con fluidez, pero no es la verdad. No puedo sacar las r, y es una experiencia un tanto frustrante a veces. No es simplemente una cuestión de gramática o de lenguaje. Hay una frustración más profunda, de los límites que otro idioma y cultura te imponen, la sensación de no encajar nunca, y también el conocimiento de que hay límites que deben ser asumidos y que nunca se superan del todo.

Muchos de nosotros estamos experimentando en este momento, en medio de la pandemia del Coronavirus, muchas experiencias similares de frustración. La frustración de tener que quedarse en casa, la frustración de no poder ir a trabajar, la frustración de los límites del gobierno (por muy sensatos que sean). Me pregunto cuánta gente no ha escuchado los consejos de su gobierno no por ignorancia, terquedad o descuido, sino simplemente por puro aburrimiento o desinterés. Muchos gobiernos, en este sentido, no han sido capaces de preparar a la gente para las dificultades de ser confinados a la fuerza en sus casas.

Cuando hablo de la oración como sacerdote, siempre trato de ser lo más honesto posible. La oración puede ser difícil, aburrida y, sí, frustrante. En un libro muy mal entendido, ‘Basil in Blunderland’, el gran monje benedictino Basil Hume explicó esta realidad de manera muy simple en pocas palabras: tratamos de relacionarnos con un Dios que parece no escuchar, al que no podemos ver y cuya presencia es a veces tenue en el mejor de los casos. Pero también es importante que reconozcamos por qué es de esta forma. Un libro que leí sobre la vida religiosa lo describía así: ponemos muchas excusas para no rezar (falta de tiempo, no saber cómo hacerlo, etc.) pero la verdad es simplemente que no queremos hacerlo. O simplemente nos dejamos frustrar por nuestros débiles intentos de relacionarnos con un Dios al que no entendemos realmente.

Mark Knopfler y Emma Louis Harris tienen una notable canción llamada «All the Roadrunning» que describe la frustración de un hombre que participó en el Wall of Death pero que se vio obligado a parar. En particular, el verso «todo el recorrido ha sido en vano» me parece particularmente relevante para la experiencia de la frustración. Podemos frustrarnos, como yo tratando de aprender español aún después de 15 años o como el Coronavirus que no parece estar disminuyendo. Jacques Derrida, el filósofo francés, habla de una fuerza en nuestra impotencia y frustración que separa, libera y emancipa. ¿Cómo puede ser esto?

En pocas palabras, necesitamos aceptar lo que sentimos. No tenemos que culpar al gobierno, al Coronavirus, a la esposa, a mis hijos, a la pobre señal de Internet, etc. Este no es un lugar para la lógica, la razón, incluso la comprensión. Es un momento para aceptar la frustración cotidiana, las limitaciones, el dolor, el silencio, el aburrimiento, la pura frustración de todo ello sin etiquetarlo como bueno o malo. Como el Coronavirus, es lo que es. O lo aceptamos, o nos enojamos, nos ponemos malos, nos enfadamos y nos disgustamos. Lo cual no ayuda realmente, y sólo empeora las cosas.

Me pregunto sobre nuestros ancianos, moribundos, enfermos, y los aburridos, confinados en casa. ¿Cómo podemos adaptarnos para aceptar las limitaciones que la vida a veces nos impone? Cuando estudié filosofía en el seminario leí un libro sobre la vejez. El mensaje central era simplemente que necesitamos prepararnos para ello. Va a suceder, o te preparas y lo aceptas, o puedes volverte canoso, miserable y frustrado. La situación del Cornavirus nos ofrece una preparación similar. Todos nos enfrentaremos en un momento u otro a la frustración: angustia, falta de promoción. ¿Cómo nos las arreglaremos cuando llame a mi puerta?

Douglas Beard OAR