Una palabra amiga

Mundos apocalípticos y decadentes

El autor reflexiona en este autor sobre el mundo después del coronavirus y la conveniencia de cambio.

Un día sentí la inspiración para escribir sobre un mundo apocalíptico. Pero entonces se me ocurrió otra idea que me impactó mucho más. Era la idea de un mundo decadente; un mundo sin problemas ni sufrimiento aparente. Una vida de lujo, indiferencia y apatía. Creo que existe una amenaza muy real de pensar que pronto podremos volver a nuestra vida normal. Propongo aquí un camino alternativo.

En términos bíblicos la palabra ‘apocalipsis’ es algo que encarna la esperanza. En inglés también hablamos del ‘libro de la revelación’; es decir, de algo que se revela. El problema es que la idea de Apocalipsis se asocia con visiones extrañas. Además, Paul Murgatroyd afirma que la palabra ‘monstruo’ en inglés se deriva de un fenómeno sobrenatural que constituía un presagio o un augurio enviado por los dioses. Pero tenemos que pensar en el tipo de Dios que creemos conocer.

En la película Fury, sobre las tripulaciones de los tanques de la Segunda Guerra Mundial, hay una escena interesante. Después de haber sobrevivido a un ataque, uno de los tripulantes agradece a Dios por salvarlos. Uno de los otros responde: «¿Qué hace Dios ahí arriba, jugar a los dados?». Estamos acostumbrados a pensar que Dios no es así. Sin embargo, en momentos de dificultad entra en juego. El popular conferenciante motivacional Yokoi Kenji nos pide que consideremos si lo más creativo que el Dios de la Creación puede hacer es destruir su creación. Claramente no, y sin embargo muchas voces en los medios populares están convencidas de que eso es precisamente lo que está sucediendo.

Además, la popular compositora Sheryl Crow en su canción «Hard to make a stand» habla de gente que todavía discute sobre quién es Dios y afirma que necesita una revelación. Creo que uno de los signos de la decadencia son las ideas demasiado fáciles de asumir sobre quién es Dios y qué quiere para nosotros. Igualmente, necesitamos una revelación. Pero tristemente tendemos a interpretar las revelaciones de acuerdo a nuestra necesidad de sentirnos castigados o aprobados. En este sentido, es interesante cuando Moisés pide ver el rostro de Dios en el libro del Éxodo y lo que obtiene es una visión de su espalda, «porque nadie puede ver mi rostro y vivir» (Ex. 33, 20). Es extraño cuando consideramos que Moisés estaba en íntima y estrecha relación con Dios. Podríamos pensar que con Jesús las cosas cambian. Aquí, Dios se hace presente físicamente. Incluso tenemos a su discípulo predilecto Juan escuchando su corazón en la última cena (Jn. 13,23). Sin embargo, lo que se ve en los Evangelios es una cierta resistencia, una cierta decadencia. Un Jesús que tiene que luchar por las mentes y voluntades de sus discípulos.

También diría que debemos tomar en serio nuestra resistencia a Dios. La película Matrix lo explica bien. El agente Smith habla con el líder de la resistencia, Morfeo, sobre cómo se perdieron las cosechas de los seres humanos cultivados. No porque el mundo de los simulacros fuera inadecuado. No porque los seres humanos prefieren el sufrimiento. Yo también diría que la decadencia. Un deseo de volver a la normalidad, a lo conocido, a lo que se puede controlar. Eso me asusta más que el coronavirus. La ilusión que tenemos de control y de que esto no volverá a suceder. Hemos sobrevivido. Ahora toca reanudar la vida cotidiana, pero no hay vuelta atrás. No podemos volver a la normalidad. El coronavirus, sospecho, es sólo el comienzo.

Es como la escena emocional de la película de Superman «El hombre de acero». Con Kriptón destruyéndose a sí misma y su marido muerto, su madre levanta un grito a los cielos: «Haz un mundo mejor, Cal». Creo que se lo debemos a los muchos que han muerto, a los profesionales de la salud que han arriesgado sus vidas, para hacer un mundo mejor. Debemos optar por un mundo diferente, y desechar el deseo de volver a las cosas como eran. El mundo ha cambiado, quizás es hora de que todos cambiemos.

Douglas Beard OAR