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Ser cristiano es cosa seria

El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 28 de junio.

Al comienzo del capítulo 10 del evangelio según san Mateo, Jesús elige a los doce discípulos que van a continuar su misión y los envía como apóstoles con poder para expulsar espíritus impuros y para curar toda clase de enfermedades y dolencias (10,1). A continuación, les da instrucciones que concluyen con las que hemos escuchado en la lectura evangélica de hoy. Son instrucciones, enseñanzas, promesas, advertencias útiles para el desempeño de la misión. Algunas de estas enseñanzas y advertencias se refieren al desemppeño de la tarea apostólica; otras, me parece, se refieren al discipulado en general.

Así la primera que hemos escuchado hoy pienso que es de aplicación general. El que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí. Son palabras radicales y fuertes que parecen hacer excepciones al cumplimiento del cuarto mandamiento de la ley de Dios. En otro pasaje del evangelio, Jesús criticó a los fariseos porque anulaban el cuarto mandamiento con sus tradiciones (cf. Mt 15,3-6). Aquí parece que es el mismo Jesús el que anula el cuarto mandamiento, poniéndose él como razón suficiente para anular el cuarto manda-miento. ¿Qué quiere decir?

¡Qué conciencia tenía Jesús de su dignidad y de su misión, de su origen y de su destino, que considera que en algunos casos su persona, como la de Dios, es razón suficiente para anular el cumplimiento del mandamiento de Dios! ¿Cuáles serían las circunstancias en las que el amor a Jesús debe superar el amor debido a los propios padres? Solo puede tratarse de aquellas circunstancias en las que la fidelidad, la obediencia, el amor a los padres compromete la fidelidad y el amor debidos a Jesús. Uno puede imaginar que, al origen de la predicación del evangelio, algunos padres impedían a sus hijos convertirse en seguidores de Jesús; y eso puede ocurrir de nuevo hoy, cuando nuestra sociedad se descristianiza. Puede ocurrir que la familia más inmediata se oponga a que uno se haga cristiano. En algunos lugares ya los padres no bautizan a sus hijos, pues no quieren educarlos como cristianos, y sucede que, por las circunstancias de la vida, esos hijos, pasados los años, llegan a conocer a Jesús y a su evangelio y deciden recibir el bautismo, y lo hacen contra la voluntad de sus padres. También se han dado casos, en que jóvenes que se sienten llamados a un seguimiento más radical de Jesús en el ministerio sacerdotal o la vida consagrada encuentren oposición en sus familias. En estos casos, en que hay que decidir entre seguir a Jesús y su llamada o hacer caso a los deseos contrarios de los padres, Jesús dice que hay que preferirlo a él. Esta oposición entre Jesús y los propios padres no existe, por supuesto, cuando padres e hijos están dispuestos a asumir unos con otros las exigencias que implica seguir a Jesús.

De esas exigencias habla la siguiente sentencia: el que no toma su cruz y me sigue no es digno de mí. El que salve su vida la perderá y el que la pierda por mí la salvará. La expresión tomar la cruz como descripción del seguimiento de Jesús manifestó toda su implicación y profundidad después de que Jesús mismo tomó su cruz y murió en ella como consecuencia de su obediencia a la voluntad de Dios. Esta es una advertencia de Jesús: seguirlo a él puede tener como consecuencia acabar como él. Seguirlo a él supone estar dispuesto a afrontar las persecuciones, adversidades y exclusiones a las que en algunas circunstancias estaremos sometidos a causa del seguimiento a Jesús. Él supone en sus seguidores una entrega total. Él sería contrario a las rebajas y recortes de su enseñanza para acomodarlas a las tendencias actuales en aquella multitud de campos, desde el matrimonio hasta la ecología, en las que las tendencias culturales se apartan de las enseñanzas evangélicas. Me parece que Jesús no aceptaría el discernimiento entendido como recurso para dejar sin vigencia personal aspectos básicos de su enseñanza. Los cristianos a medias no están –¿estamos?a la altura de las exigencias de Jesús. El que salve su vida, es decir, el que intente ser cristiano con acomodos, acabará perdiendo el fin y el objetivo de alcanzar la vida con Dios para siempre. Por el contrario, quien esté dispuesto a afrontar la adversidad e incluso la misma muerte por ser discípulo de Jesús, logrará el fin de la vida cristiana: la vida con Dios para siempre. Ser cristiano es cosa seria. Estas sentencias cuestionan la manera acomodaticia de ser cristianos con mitigaciones para exonerar deficiencias.

Las sentencias restantes se resumen en la primera: quien los recibe a ustedes me recibe a mí; y quien me recibe a mí, recibe al que me ha enviado. La palabra “apóstol” es de origen griego. En ese idioma significa “enviado”. Jesús recuerda a los apóstoles, a los que él envía, que no actúan en nombre propio, sino en nombre de quien los envió. De modo que quien los recibe y los acoge, recibe y acoge a Jesús y más allá de Jesús al mismo Dios que lo envió primero. El ministerio apostólico conserva en la Iglesia la estructura del envío. Obispos, sacerdotes y diáconos son enviados de Jesucristo a través de la Iglesia. Nadie se envía a sí mismo. Y quien presume de ser dueño del ministerio y de la misión para cambiar el mensaje y alterar el objetivo del envío adultera el ministerio recibido. Por otra parte, quien acoge al enviado de Dios, en primer lugar, acogiendo su palabra, la fe y los sacramentos, recibe a través de ese ministerio el don de Dios. En las sentencias que siguen Jesús pone el énfasis en otro tipo de acogida, la acogida del hospedaje, la comida, de suministrar los medios para llevar adelante la misión. Quien diere, aunque no sea más que un vaso de agua fría a uno de estos pequeños, por ser discípulo mío, yo les aseguro que no perderá su recompensa. Aquí “los pequeños” parecen ser los enviados de Jesús.

Como ejemplo ilustrativo de esta acogida, la primera lectura propone un episodio de la vida del profeta Eliseo. En sus viajes, el profeta pasaba con frecuencia por la ciudad de Sunem. Una mujer con medios económicos, lo invitaba siempre a comer. Y un día, de acuerdo con su marido, decidió hasta construirle una habitación bien amueblada para que pudiera quedarse a dormir y descansar. De ese modo esa mujer apoyaba la misión del profeta. Recibió su recompensa en el hijo deseado que el profeta le prometió. Pues al decir de Jesús el que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta.

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala)