Te contamos

Vocación y conversión en Las Crónicas de Narnia

crónicas de narnia

El agustino recoleto Alfonso Lomeli atravesaba una etapa difícil en su camino vocacional cuando sintió que Dios le hablaba a través de ‘Las Crónicas de Narnia’.

No hay una forma predeterminada para que Dios hable con los hombres. No usa el mismo canal ni el mismo momento. En cualquier momento y a través de cualquier plataforma, Dios puede interpelarnos. Incluso con las herramientas del hoy. Por ejemplo, con una novela de fantasía y mundos mágicos, en la que los animales hablan y los personajes mitológicos son realidad.

Cuando tenía 15 años, el agustino recoleto Alfonso Lomeli recibió un regalo que, pasado el tiempo, sería más especial de lo que él creía. Su padrino de confirmación le entregó, al recibir el sacramento, toda la colección de ‘Las Crónicas de Narnia’, la saga escrita por C. S. Lewis entre 1950 y 1956. En la dedicatoria le indicó que, a partir de ese momento, su vida pasaría muy rápido.

Los leyó y le gustó, pero nada más se movió dentro de él. Fue años después, mientras vivía la etapa de teologado en La Rozas (España). En ese momento atravesaba una etapa difícil en su camino vocacional: “Tenía claro que quería ser agustino recoleto, pero no me sentía muy feliz por cómo estaba viviendo mi vocación personal”. En una librería de Madrid se topó con todos los libros que años atrás había leído y algo le invitó a comprarlos. “Ahí comenzó todo el cambio”, afirma.

El comienzo del segundo libro ya le hizo reflexionar durante varios días. El autor C. S. Lewis dedica el libro a su sobrina, a la que le dice: “Cuando el libro esté impreso y se venda, serás mayor. Sin embargo, pasará el tiempo y algún día serás lo bastante mayor como para añorar tu infancia y querrás volver a leer cuentos de niños”. Alfonso llegó a la conclusión de que las historias de niños muchas veces hablan más a los adultos que a los niños. Incluso a través de estas historias, Dios puede hacerse presente.

Por eso, ‘Las Crónicas de Narnia’ comenzaron a acompañarle en la capilla durante sus ratos de oración. Después de rezar y leer el Evangelio, tomaba el libro para adentrarse en algún capítulo y dejarse interpelar.

 

El niño, el caballo y el león

Alfonso llegó al momento en que el escritor relata la historia de un niño que encontró un león cuando cabalgaba en su caballo. Asustado en la penumbra, sintió un aliento que le invitaba a contar su historia. Aunque pensaba que su vida había sido muy mala, el león le contradijo: su vida no había sido horrorosa y él lo sabía porque había estado a su lado en todo momento. Primero fue un gato, después un león, pero siempre había permanecido junto a él.

Fue así como este religioso encontró el fundamento que necesitaba en su vida: Dios le amaba. “Yo comprendía mi vocación, mi entrega, mi servicio; pero yo me sentía vacío. En el momento en que me doy cuenta que Dios me ama y que ha estado conmigo toda mi vida, es cuando empieza a tener sentido verdadero esta vocación”, explica.

Amigos de Aslan, amigos de Dios

De esa forma descubrió que Dios le hablaba y que era su particular león. “Me llevaba ‘Las Crónicas de Narnia’ a la capilla para hablar con Dios”. Comprendió, como su autor había pretendido desde el origen de la saga, que Aslan, el león que reina en Narnia, era Dios. “Yo me quería hacer amigo de ese Aslan, de ese Dios”.

Alfonso recuerda que, al final del último libro, Lucy, la protagonista de los libros, abraza al león y le dice que será la última vez que le vea. En ese abrazo, el león se transforma en el hombre más hermoso que jamás había visto. “’Las Crónicas de Narnia’ me sirvieron para dar madurar y pasar del Dios león, el Dios de los niños, al Dios de los mayores”, afirma.

Aunque es difícil de creer, la realidad siempre está detrás de las historias de fantasía. Y Dios siempre está en la realidad. Hay mucho de verdadero en un cuento mitológico que a priori es ficción.

Aslan muere por la terquedad de un niño, que según Alfonso puede ser cualquier cristiano. “La mesa se rompen y los ratones le sueltan las cuerdas que le ataban; yo me siento uno de esos ratones, pequeñito e insignificante pero que puedo ayudar al Señor a resucitar en los corazones de las personas”.

 

X