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Cultura del corazón en san Agustín

La vida de San Agustín y su camino desde Tagaste hasta Hipona nos hablan de la conexión de la fe y la cultura, como se explica en el nuevo artículo de Formación Permanente 2021.

San Agustín entró en contacto con la cultura de su tiempo, que le permitió leer y disfrutar de los clásicos. De ellos aprendió importantes aspectos de su pensamiento que compondrían la espiritualidad y filosofía agustiniana. En el tercer artículo de Formación Permanente 2021, el agustino recoleto Pedro Merino aborda la vida de San Agustín desde esta perspectiva: la conexión total del obispo de Hipona con la cultura en toda su historia.

Introducción

Mi reflexión no es el resultado de una investigación sobre la cultura1 en general, sino el rescoldo sugerente que queda al adentrarse sin prejuicios en el mundo del diálogo con la cultura desde la experiencia de Agustín. No es bueno, y además es imposible, aislarse del mundo en que se vive; o sea, que hemos nacido en una plataforma en la que cada uno es parte necesaria de un juego vital en el que hay que estar preparados para dar y para recibir a partes desiguales. Lo de recibir lo podemos traducir como un afán de búsqueda, que nos viene de serie como impulso genético que nos prepara para cubrir deficiencias y llenar los vacíos con que nacemos y crecemos. Lo de dar ya es más elaborado. Supone de entrada un tomar conciencia de que no estamos solos, sino que compartimos espacio, vida y libertad con quienes están a nuestro lado. Necesitamos entendernos, llegar a un acuerdo razonable para habitar en paz en la casa común sin exclusiones y en prestación mutua de servicios. Todo irá bien, si estamos decididos a convertirnos en un don, que es una forma inteligente de invertir en la esperanza de que los otros también jueguen su carta con lealtad. Lo cierto es que las expectativas no siempre resultan confirmadas por la realidad. De ahí, la experiencia frustrante del desencuentro. Esa es la esencia del diálogo.

Agustín comprendió muy pronto que la vida es encuentro y se apuntó sin más al primer movimiento del juego, a la salida, y destacó desde muy joven como buscador en todas las ferias del sentido y del saber. Lo que no advirtió de inmediato fue el riesgo de salir (foras ire). Más adelante lo tendrá muy en cuenta y dará el frenazo, para iniciar el camino del regreso a la casa del corazón (in teipsum redi). No resulta nada fácil conjugar la doble dimensión del diálogo: dar y recibir, salir sin dejar de estar dentro, buscar no para perderse fuera, sino para madurar dentro, abrirse sin olvidar el bien común de la verdad, decir sí y aceptar al interlocutor, y al mismo tiempo reafirmarse en la propia identidad inalienable. Agustín fue pasando de una en una por todas las etapas, eliminando las que no llenaban el vacío que llevaba dentro. Así resume él la razón del desconcierto:

Pero ¿dónde estaba yo cuando te buscaba? Cierto que tú estabas dentro de mí, pero como yo había huido de mí mismo, no me encontraba. ¿Cómo iba a encontrarte a ti? (conf. 5,2,2).

¡Que incoherencia en un hombre tan inteligente como Agustín! Pero así lo confiesa él, como expresión de que la vida con frecuencia escapa a la lógica racional.

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