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Mensaje del Prior General con motivo del día de San Agustín

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El Prior General, Miguel Miró, alaba el «proceso humano y espiritual» de la conversión del padre de la Iglesia y asegura que «la experiencia de Agustín permanece viva».

Al celebrar la fiesta de san Agustín, unamos nuestras voces y nuestros corazones para dar gracias al Señor. Proclamemos la misericordia del Padre, experimentemos el amor de Cristo en nuestra vida y abramos el corazón al don del Espíritu que siempre nos renueva y fortalece. El Señor es nuestra esperanza, él nos hace gustar y comprender el verdadero sentido de la vida, del amor y de la felicidad. Afirma san Agustín: “La felicidad consiste, Señor, en el gozo que viene de ti, que va a ti y que se motiva en ti” (Confesiones 10, 32). Llenos de confianza, pidamos a Dios que toque nuestro corazón para proclamar con humildad su grandeza, y vivir en este nuestro tiempo con una esperanza activa que nos disponga para seguir a Jesús con alegría en el camino hacia la Jerusalén celeste.

Que la fiesta de san Agustín sea para toda la Familia agustino recoleta motivo de inspiración y esperanza, que sea un toque de atención al corazón para no “distraernos” en nuestra vida. ¿Cómo podemos centrarnos y gozar en la oración y en la misión, cuando nuestra mente y nuestro corazón se mueven dispersos con tantas cosas?

Si releemos las Confesiones y otros escritos del Obispo de Hipona, percibimos el proceso humano y espiritual de su conversión: “Mira, Señor, yo te amo. Si esto es poco, haz que te ame más intensamente… Solo sé una cosa: que me va mal lejos de ti; y no solo fuera de mi, sino incluso dentro de mí mismo. Y que toda la riqueza que no sea mi Dios es pobreza… Mi amor es mi peso, él me lleva a donde soy llevado” (Confesiones 13, 9-10).

La experiencia de Agustín permanece viva. Si nos acercamos a los primeros recoletos, a los escritos de nuestros santos o recordamos las palabras de aquellos hermanos y hermanas que han despertado la ilusión y la audacia en nuestro corazón, vemos que han sido personas centradas en Cristo; como los sarmiento unidos a la vid, se han esforzado por lograr la unidad interior. Sabían lo que querían y a dónde iban; eran hombres y mujeres dispuestos a dar la vida y a entregarse a sí mismos, por difícil que pareciera, a la misión de la Iglesia y de la Orden.

Todos ellos, en el tiempo que les ha tocado vivir, se han esforzado para no andar distraídos en la vida; habían aprendido a escuchar la Palabra, a ser pobres ante Dios, y sensibles a las necesidades de su época. Su blanco era Dios, y su principal deseo todo cuanto más a ello les encendiera (Cf. Forma de vivir 1,1). Su vida estaba abierta al Espíritu y al futuro que Dios les mostraba; se llenaban de amor en la oración, en el servicio, en las misiones y en el apostolado, en la comunidad, en la enfermedad, en el trabajo y en el estudio, en el éxito y también en los momentos difíciles. Parece que todo los dirigía hacia Dios. Quiero pensar que la Palabra llegaba a sus corazones, y que de la abundancia del corazón hablaban sus bocas. Su vida y su misión exhalaban el perfume de Cristo y del Evangelio (Cf. 2 Cor 2, 15; Regla 8, 1).

Que por intercesión de san Agustín, el Padre nos infunda su Espíritu, para centrar nuestra vida en Cristo, proponer caminos de esperanza e impulsar la civilización del amor.

Miguel Miró OAR
Prior General