Una palabra amiga

¿Cómo fomentar las vocaciones misioneras?

El autor reflexiona sobre las misiones y las vocaciones a la vida misionera, planteando posibles acciones para invitar a vivir este modelo de vida.

Estando en el mes de octubre, mes de las misiones, y partiendo de que todo bautizado tiene el deber de ser evangelizador hemos de pedir especialmente en estas últimas semanas por las vocaciones misioneras, pues si no hay vocaciones todo lo que digamos de la urgencia de evangelizar en los países más alejados o necesitados se quedaría en vano.

Las vocaciones religiosas y consagradas han descendido mucho tanto en Europa como en América del Norte y del Sur. Sólo en ciertas naciones de África, en la India y aun de Corea del Sur hay un auténtico surgimiento vocacional.

En las vocaciones misioneras se incluyen no sólo a los sacerdotes o religiosas dispuestos a dejar su patria y su familia, sino también a aquellos laicos, solteros o en matrimonio, que marchan por años a evangelizar en naciones muy distintas de su lugar de origen, lo cual les va a suponer una adaptación, no fácil, a la cultura y la idiosincrasia del país donde van a predicar.

En nuestra Orden tenemos buenos libros que nos orientan en este trabajo vocacional, tales como El Itinerario Vocacional Agustino Recoleto (IVAR) publicado en Roma en el 2016 que describe el trabajo vocacional a través del simbolismo del campo Arar, Sembrar y Cultivar. Además también tenemos el Plan de Animación Vocacional publicado por el Secretariado General de Vocaciones y Juventud en Roma en el 2020 que de una forma más detallada describe los tres apartados de Arar, Sembrar y Cultivar y los agentes vocacionales. ¡Cuánto bien nos haría repasar de vez en cuando estos dos pequeños pero jugosos libros para llevarlo luego a la práctica!

Por nuestra parte, vamos a dar unos principios que son claros y contundentes en este campo lleno de retos y desafíos.

1° Rezar por el aumento de las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada diariamente en laudes y vísperas, tal y como lo tenemos establecido. Jesús dice en Mateo 9,38 “Rogad al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Si queremos más religiosos y sacerdotes hemos de pedirlo con frecuencia.

2° Enseñar a los jóvenes a orar. Lo mejor es enseñar a orar a los niños desde la infancia y luego en la adolescencia. Por eso que la catequesis infantil y juvenil es tan importante en todas las parroquias que no se puede descuidar.

3° Invitar a los jóvenes y adolescentes a considerar la vocación al sacerdocio o a la vida consagrada en las escuelas, colegios o universidad a través de retiros, jornadas o convivencias que fomenten la disposición abierta a una vocación religiosa.

4° Mostrarlo atractivo y una vida en plenitud. Presenta la vida religiosa y el sacerdocio como lo que realmente es, una llamada para ser un padre espiritual de toda la familia de la fe. Y para una mujer joven, la vida consagrada es una llamada a estar unida a Cristo de una manera única y la oportunidad de ser una madre espiritual de aquellos que encuentra en su vida de servicio. Aquí vale recordar la máxima de que “un santo triste” es un “triste santo”.

5° Predícalo y cultiva la cultura vocacional. Para que una cultura vocacional eche raíces en las parroquias y hogares, es importante que se hable constantemente de las vocaciones a través de las homilías, oración de los fieles y enseñanzas en charlas o clases y por la radio o televisión. De lo que no se habla o no se muestra nadie lo conoce. Por eso, que hoy también hemos de emplear las redes sociales como un aliado vocacional.

Cuando un joven decide entrar en un proceso vocacional se le ha de hacer el seguimiento personalizado, y si fuera posible en un grupo vocacional mucho mejor, para conocer su aptitudes y reacciones. En este caso ya se le ha de pedir que practique su fe, que entre en el silencio para “escuchar la voz de Dios”. Cada día los jóvenes, y también los adultos deberían tratar de pasar 15 minutos de oración en silencio, apagados los celulares o móviles.

En la medida que crece en la oración y el seguimiento se hace más personal se le puede introducir también en el apostolado, comprometiéndole en algún trabajo social de compromiso con los más desfavorecidos y de las periferias existenciales.

Y tener presente que no se deben quemar etapas en este proceso de aspirantado, postulantado, noviciado, aunque nos urjan las vocaciones y con los consiguientes años de filosofía y teología para sentar unas sólidas bases. Esto es lo esencial en una vocación religiosa. Lo demás, como una especialización en una rama del saber, será también bueno, pero un añadido o un plus a lo que no puede faltar. Nos dice nuestro Padre: “Con el ahínco que puedo exhorto a otros a ese compromiso, y en nombre del Señor tengo compañeros que lo han aceptado, convencidos por mi ministerio” (Ca 157, 4,39).

Que viene a ser algo así como anuncia la Buena Noticia de Jesús y lucha por el progreso y desarrollo de los pueblos más lejanos.

Ángel Herrán OAR