Una palabra amiga

La «dureza del corazón»

El arzobispo agustino recoleto de Los Altos, Quetzaltenango – Totonicapán (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 3 de octubre.

Es evidente que hoy debemos hablar sobre el matrimonio y la familia; ese es el tema de las lecturas. Sin embargo, da una gran pena, que la principal enseñanza de Jesús sobre el matrimonio ocurra como respuesta a una pregunta acerca de si es posible resolver los fracasos matrimoniales por medio del divorcio. Es como si para hablar de la vida cristiana explicáramos qué pasa con los que se alejan de la fe. Por fortuna, Jesús nos ayuda a conocer su idea del matrimonio cuando en su respuesta también nos remite al libro del Génesis.

Unos fariseos le preguntan a Jesús, para ponerlo a prueba, si le es licito a un hombre divorciarse de su mujer. Se trata por lo tanto de una pregunta cuya respuesta puede tener consecuencias adversas. Por eso no responde a la pregunta, sino que hace otra. ¿Qué les prescribió Moisés? Moisés es considerado el autor del Pentateuco, los cinco primeros li-bros de la Biblia. Los que hicieron la pregunta a Jesús le responden haciendo una alusión a Deuteronomio 24,1: Moisés nos permitió el divorcio mediante la entrega de un acta de divorcio a la esposa. Sorprendentemente Jesús, sin negar que esa palabra venga de Dios, descalifica la normativa como una mera concesión. Dios, a través de Moisés habría prescrito esa concesión. Se trata de una mitigación de la vocación a la que Dios nos llama en consideración del pecado humano. Moisés prescribió esto, debido a la dureza del corazón de ustedes. Sin embargo, ahora, en el régimen de la gracia, con la ayuda del Espíritu Santo, los contrayentes deben ser capaces de volver al plan original de Dios manifestado cuando creó a la humanidad en la versión hombre y la versión mujer. Desde el principio, al crear-los, Dios los hizo hombre y mujer, por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán los dos una sola carne. Jesús junta en su respuesta dos versículos del libro del Génesis: 1,27 y 2,24. Él arraiga el matrimonio en la creación y, aunque no lo dice, también en la gracia, pues esas sentencias las dijo Dios antes del pecado humano.

Cuando Jesús remite a la creación para conocer la naturaleza del matrimonio esclarece tres cosas. En primer lugar, el matrimonio es entre un hombre y una mujer, uno y una. A Jesús no le preguntaron sobre la posibilidad de matrimonio de personas del mismo sexo. Pero al declarar que el matrimonio está anclado en la complementariedad de los sexos, establece que el matrimonio y la familia que surge del matrimonio son instituciones que se fundan en la naturaleza, que el matrimonio está orientado a la procreación y educación de los hijos y por lo tanto que solo se pueden dar entre un hombre y una mujer. En segundo lugar, al afirmar que el hombre y la mujer que se unen en matrimonio dejan su familia de origen y a través del acto sexual se convierten en una sola carne, Jesús declara por una parte que se trata de uno solo hombre con una sola mujer y viceversa. Además la indisolubilidad del matrimonio es algo que también está anclado en el designio y naturaleza de la creación. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre. ¿Por qué la unión sexual, según la enseñanza de Jesús, hace que el matrimonio sea indisoluble y exclusivo? Jesús tampoco explica esto, pero la naturaleza de la unión sexual implica la necesidad de la pareja de vivir juntos para siempre. Uno y una para siempre. La unión sexual está orientada por su propia naturaleza a la generación de nueva vida, y la educación de los hijos requiere de la unión de los padres y su permanencia para educarlos. La unión sexual implica una entrega mutua; es expresión de una atracción y amor entre los dos, que excluye terceros y cuartos participantes. Los dos se deben tomar en serio para siempre y deben madurar a través de las vicisitudes de la vida.

Creo que es clave la observación de Jesús: Moisés prescribió esto, es decir, la posibilidad del divorcio, por la dureza del corazón de ustedes. La “dureza del corazón” es la cerrazón a la gracia de Dios, la pretensión de vivir la vocación al matrimonio desde las propias fuerzas. San Pablo, en la carta a los efesios, profundizó aún más la naturaleza de la unión matrimonial, y la comparó a la unión de Cristo con la Iglesia. Los esposos cristianos entran en esa dinámica. Por lo tanto, es necesario que los esposos estén abiertos a la fe, al amor de Dios, a la gracia de Cristo, para amarse y entregarse para toda la vida. Y por eso, el matrimonio requiere preparación humana y espiritual. Casarse por la Iglesia, recibir el sacramento del matrimonio requiere conciencia y fe para crecer en santidad.

Pero es cierto también que a pesar de que estamos bautizados y confirmados, confesados y comulgados, aún queda algo de la dureza del corazón; somos pecadores en pro-ceso de conversión. Los matrimonios fracasan. ¿Por qué no empleó Jesús el mismo criterio de concesión que empleó Moisés? Porque estamos en el tiempo de la renovación de la creación. Jesús no prohíbe a los esposos cuyo proyecto matrimonial ha fracasado que se separen; les prohíbe que vuelvan a contraer nuevas nupcias. Cuando explica en privado a los discípulos la situación del matrimonio, él responde: Si uno se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio. Decidir poner fin al matrimonio también requiere gracia y fe, confianza en Dios y conversión. Los matrimonios fracasan por muchos motivos: porque en realidad no había un conocimiento mutuo profundo de los contrayentes; porque eran inmaduros, ingenuos; porque no creían en el matrimonio para siempre cuando se casaron; porque no pusieron a Dios en el centro de su relación de esposos y otras mil razones. Es muy posible que lo que parecía un matrimonio válido tuviera un defecto de origen. La Iglesia tiene procesos para declarar nulos e inválidos esos matrimonios aparentes y permitir a las parejas rehacer su vida. Pero si el matrimonio fue válido, Jesús pide a esos contra-yentes que se casaron bien, pero que no pudieron mantenerse unidos, que vivan su situación de separación en fidelidad al amor de Cristo por la Iglesia y de la Iglesia a Cristo y se mantengan célibes y puedan así participar en los sacramentos de la Iglesia. Volverse a casar mientras el matrimonio anterior está vigente es adulterio, declara Jesús. No se trata de falta de misericordia, sino de una invitación a crecer espiritualmente en la entrega a Dios. Jesús al afirmar de modo tan claro la indisolubilidad del matrimonio válido le da solidez a la familia y obliga a los novios a tomar en serio la decisión de casarse.

Mons. Mario Alberto Molina OAR