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Sangre recoleta derramada en Japón

Centenares de agustinos y agustinos recoletos –religiosos y terciarios– derramaron su sangre por Cristo en medio de atroces tormentos en Japón entre 1617 y 1637.

En 1623, apenas treinta y cinco años después del inicio de la Recolección agustiniana, llegaron a Japón los primeros misioneros agustinos recoletos Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio procedentes de Filipinas. Aunque la fe era duramente perseguida, los misioneros arribaron con el objetivo de expandir la Palabra de Dios. Fueron continuadores de otros evangelizadores agustinos llegados a partir de 1602: Hernando de San José, martirizado en 1617, Pedro de Zúñiga, ejecutado en 1622, y Bartolomé Gutiérrez, que sufrirá martirio junto con Francisco y Vicente en septiembre de 1632.

La labor de estos dos recoletos dio frutos rápidamente: pronto ya comenzaron a unirse japoneses que deseaban vivir la radicalidad del carisma agustiniano. Comenzaron su labor en el norte de Honshu y posteriormente en el sur. El pueblo los oía con gusto y abundaban las conversiones. La vida agustiniana atraía a los nativos, tanto que a los pocos años ya había terciarios y cofrades de origen japonés. Lo hicieron ayudados por varios cristianos japoneses, llamado dojukus, que actuaban de catequistas y que se encargaban de transmitirle en su idioma de forma clandestina las enseñanzas de los religiosos agustinos recoletos. Entre ellos estaban Pedro, Agustín y Lorenzo. El grupo de cinco -los dos misioneros europeos y los tres catequistas japoneses- fueron capturados en 1629.

En la cárcel, y en vista de su inminente martirio, estos tres japoneses recibieron de parte de Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio los hábitos agustinos recoletos. En las cartas enviadas por Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio a sus superiores de Filipinas -recogidas en el libro ‘Letras de Fuego’ de Pablo Panedas- así se hace constar. El 28 de octubre de 1630, los tres nuevos religiosos, que habían profesado en la cárcel, fueron martirizados en Nagasaki junto a otro agustino y seis terciarios, todos ellos japoneses.

En la cárcel, los padres Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio pidieron el envío de nuevos religiosos que continuaran la misión de los Agustinos Recoletos en Japón. Martín de San Nicolás y Melchor de San Agustín viajaron entonces voluntariamente desde Filipinas. La empresa encomendada era complicada: llevar a cada rincón de Japón el Evangelio, sin temor a la persecución y al sufrimiento que ya padecían sus hermanos. 

Mientras tanto, Vicente y Francisco fueron llevados a finales de 1631 al llamado Infierno de Unzen, aunque posteriormente regresarían a Nagasaki, donde posteriormente serían martirizados. El 3 de septiembre de 1632 fueron quemados vivos Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio juntos a compañeros de otros carismas. Al siguiente día, Martín de San Nicolás y Melchor de San Agustín arribaron a Nagasaki. Su labor en Japón apenas duraría dos meses. El 1 noviembre de 1632 fueron apresados y diez días después morirían quemados vivos. 

Su testimonio no quedó en el olvido. El 7 de julio de 1867, Francisco y Vicente, junto con sus tres catequistas y otros muchos cristianos de Japón hasta un total de 205 mártires, fueron beatificados en Roma. Su memoria litúrgica se celebra hoy, 28 de septiembre. A sus nombres se han unido posteriormente los de Melchor de San Agustín y Martín de San Nicolás, así como algún otro religioso agustino martirizado por aquellos años.

No solo religiosos, también terciarios. Es el ejemplo de Santa Magdalena de Nagasaki. Con apenas 13 años conoció a Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio. Era su dojuku y pidió recibir el hábito agustino recoleto como terciaria. Expandió el carisma agustino recoleto y llegó a bautizar a varios fieles. No obstante, con 23 años decidió entregarse a las autoridades. Fue atada con una cuerda por los pies y suspendida en una fosa en la que le era complicado respirar. Ella sin embargo cantaba himnos a Dios y gritaba jaculatorias a Jesús y María. Tras resistir trece días, murió ahogada después de que una enorme tormenta inundara la fosa. Fue canonizada por San Juan Pablo II el 18 de octubre de 1987  junto a otros 15 mártires de Japón.

La persecución contra los católicos fue terrible, pero la naciente Iglesia japonesa la afrontó con admirable valentía y fidelidad. Fueron centenares los agustinos y agustinos recoletos –entre religiosos, cinturados y terciarios– los que entre 1617 y 1637 derramaron su sangre por Cristo en medio de atroces tormentos. La memoria de los mártires agustinos recoletos del Japón se celebra el 28 de septiembre.