Una palabra amiga

Todo comienza modestamente

Muchas veces en la vida queremos comenzar haciendo grandes cosas, sin percatarnos de que todo en esta vida comienza modestamente; o muchas veces nos paralizamos porque pensamos que no tenemos la capacidad o porque no estamos preparados para hacer grandes cosas; pero no nos damos cuenta de que lo propio de los comienzos es que haya poco.

Tenemos que partir de lo que hay; lo triste sería que no hubiera nada o no tuviéramos nada, y lo más importante es tener algo, aunque sea lo mínimo, como dice Jesús en el evangelio, que si tuviéramos fe como un granito de mostaza eso nos bastaría. Eso nos pasa en la vida, tener, aunque sea algo pequeño, para compartirlo con los demás y para mover grandes montañas.

Si nos adentramos en la Sagrada Escritura, nos vamos a dar cuenta de que la historia de salvación está cargada de relatos insignificantes, pero que te llevan a ver grandes acontecimientos de la vida, que son milagros o cosas importantes para la historia de la humanidad.

Ahora nos daremos cuenta con algunos ejemplos de la biblia como esas pequeñas cosas muy modestas, que te llevan a hacer grandes milagros:

En el Antiguo Testamento está el pasaje de aquella viuda de Sarepta, que solamente tenía un puñado de harina en la tinaja, y un poco de aceite en una vasija.

Esta mujer tan solo esto tenía para comer, el Señor la visita por medio del profeta, y el profeta le pide algo que comer, y ella le manifiesta lo poco que tiene y que solo tiene para ella y su hijo, se va a preparar el pan se lo comerán y morirán, pero el profeta le pide que le preparare también uno a él, esto lo hizo y el milagro es que la harina no se acabó y tampoco el aceite.

Gracias a lo poco que tenía esta viuda, ha sido tan modesta al decirle al profeta lo poco que ha tenido, pero ambos han logrado la multiplicación de los alimentos y la providencia de Dios en medio de su pueblo, así están hechas las cosas de Dios, con pequeñas cosas.

Si vamos al Nuevo Testamento, los evangelios también nos muestran cosas pequeñas, muy modestas, para que el reino de Dios se haga presente en la vida:

Cuando Jesús nos pone esas pequeñas parábolas, en que el reino se parece a un grano de mostaza, a la levadura, o la multiplicación de los panes y los peces, solo hay dos panes y cincos peces, o las dos moneditas de la viuda.  Como estos, hay varios relatos que nos ayudan a ver que las grandes cosas se dan con momentos o cosas insignificantes para la vida del hombre.

El grano de mostaza es pequeño, pero si tenemos una confianza de ese tamaño podemos lograr hacer un árbol grande que ayude a mucha gente a buscar cobijo y confianza entre nosotros; si somos como la levadura, ni nos verán en el pan, pero seremos los que le daremos el sabor, el tamaño y el buen olor al pan, estamos para dar sabor a aquellos hermanos a quienes la vida se les hace insípida.  Estamos para hacer grandes cosas con lo poco que nos ha regalado el Señor, y estamos para ser buen olor de Cristo en la sociedad.

Los cinco panes y los dos peces han ayudado a que una multitud se saciara, que calmara su hambre, cualquiera ve los cinco panes y dos peces y dirá que eso no alcanza para nada, que estas son cosas que no tienen ningún significado, pero gracias a la generosidad de este joven el Señor ha hecho el milagro, así son las cosas de Dios.

En el pasaje de la viuda, ha puesto lo poco que tenía. Sin embargo, ante los ojos de Dios ha dado mucho más que los otros, porque esta pobre mujer ha dado lo poco que ha tenido, aquellos han dado lo que les sobraba.  Es la diferencia del hombre que se guardó el talento dado por Dios. Éste, por cerrar su mano, no pudo hacer grandes cosas, su vida ha quedado infecunda. En cambio, la vida de esta mujer es fecunda porque ha sido generosa con lo poquito que tenía.

En definitiva, para que estas pocas cosas, dones de Dios, se multipliquen y lleguen a hacer cosas significantes para la humanidad, lo único que debemos es dar gracias y ser solidarios, como Jesús en la multiplicación de los panes y peces, primero dio gracias y luego repartió.  Así que, los dones de Dios solo se multiplican si los agradecemos y los ponemos al servicio de los demás: son regalos, no son resultados de nuestros esfuerzos, es por eso por lo que debemos darle gracias a Dios, que nos ha dado una pequeña cosa, pero que con esa poquita cosa que me ha dado, siendo generoso, desprendido, manos abiertas, puedo llegar a multiplicar ese don que Dios me ha regalado.

Así que no vengas a decir que no eres nada, que no puedes, que no tienes la capacidad suficiente, deja a un lado esa falsa humildad y comienza a dar ese talento que Dios te ha regado para que te pongas manos a la obra en su Reino por medio de la evangelización, porque Dios te ha elegido para eso, por eso escuchemos mejor a San Pablo: “¡Mirad, hermanos, ¡quiénes habéis sido llamados! No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es. Para que ningún mortal se gloríe en la presencia de Dios.”

Wilmer Moyetones OAR