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El primer contacto con el pueblo

Religiosos en formación han podido compartir varias semanas con personas inmigrantes, con discapacidad y sin recursos, en forma de voluntariado.

Cuando Alan, Clauciano, Gerardo y Luis se despidieron del centro médico donde colaboraron como voluntarios durante algunas semanas, el personal y los pacientes les pidieron que se quedaran con ellos. Lo que allí vivieron es una experiencia auténtica de servicio a los que apenas tienen nada. Es la entrega al prójimo, que tiempo atrás les hizo plantearse el ser religioso.

Para estos cuatro religiosos y otros tantos, que afrontan su etapa de teologado en Monachil (Granada), esta experiencia ha sido un aprendizaje importante en su formación como agustinos recoletos. Más allá de una simple actividad, el voluntariado, que han realizado de la mano de la Red Solidaria Internacional ARCORES, ha supuesto una primera y fuerte toma de contacto con el pueblo al que servirán al realizar la profesión solemne.

De todos los jóvenes que estudian en la casa de formación Nuestra Señora del Buen Consejo, un grupo sirvió como voluntarios en el Comedor Santiago Masarnau, en Madrid; otro trabajó con inmigrantes en Almería; y el de Alan, Clauciano, Gerardo y Luis ayudó en la atención de personas con capacidades reducidas y en el refuerzo escolar a niños de familias con escasos ingresos. El programa, coordinado por el equipo de ARCORES en España, pretende sumar en su formación y conectar con su vocación.

«Agrada el corazón»

“Me ayudó a reafirmar mi respuesta a la llamada de Dios para el carisma agustino recoleto”, recuerda Alan, que considera que la experiencia les ha ayudado a “acercarnos al mundo”. “Hemos asesinado la idea de fraile que siempre está en su convento”, dice tajante, y argumenta: “Somos frailes para entregarnos a los demás y cuando esto se traslada a la realidad, es algo que agrada el corazón”.

Gerardo cree que esta experiencia era “necesaria” en su proceso de formación, aunque antes de vivirla no pensara lo mismo. “Es un oasis dentro de nuestra formación que nos ayuda a salir de nosotros mismos y darnos a los demás. Me ha ayudado a nivel vocacional porque he podido ver el rostro de Cristo en la cara de todas las personas con las que hemos estado”. Explica que “muchas veces no tenemos la delicadeza de acercarnos a las personas”, cuando en realidad todos “necesitamos compañía y diálogo”.

 

Compartir el carisma

Algo que ha marcado a los demás e incluso a ellos mismos es el testimonio comunitario: toda la labor, y también la misma vida, se lleva a cabo en comunidad. “Una de las cosas que más nos preguntaban era: ¿Viven todos juntos?”, comenta Alan, y Gerardo añade: “Es necesario compartir el carisma desde otras perspectivas”.

Los momentos vividos, afirma Gerardo Luzardo, “me han ayudado a no acomodarme vocacionalmente y realzar la dimensión afectiva del fraile”. A él le llamó especialmente la atención la forma en que las personas con discapacidad se dirigían a él: “Nunca habían caminado, pero compartían su vida con alegría. Eso es Evangelio y eso te llena”.

Es lo mismo que ha podido comprobar Alan. “Nos formamos para compartir una afectividad sana, y eso nos ayuda. Cuando un fraile se va, pero ha sido capaz de transmitir esa afectividad desde el corazón, lo reconocen”.

Para ellos no ha sido un voluntariado, ni tampoco un entrenamiento para trabajar después en una parroquia. “Ha sido –dice Gerardo– un apostolado que estábamos brindando”. Servir, no como un simple servicio sino viendo en el otro a Cristo es el verdadero sentido de un trabajo desinteresado como el que han realizado. Allan completa la idea: “Es un apostolado de periferias personales”. Periferias propias y periferias de personas que están alejadas de la sociedad, y para las que llega el carisma agustino recoleto.