Tres prácticas cuaresmales

Tres prácticas cuaresmales

Hemos iniciado el tiempo de Cuaresma. Sobre él, solemos insistir en tres practicas: el ayuno, la oración y la limosna. Tenemos la impresión de que las recordamos solo en este tiempo de cuaresma, aun cuando no pocos piensen y digan que dichas practicas ya no tienen sentidos porque eran de otras épocas y no tienen sentido ahora. Mas, si nos detenemos en cada una de ellas, apreciamos que cada una tiene que ver el hombre en sí, con Dios y los otros; son realidades que no se limitan a un tiempo, sino válidas para toda la vida.

EL AYUNO: se fija en cada uno de nosotros:  ¿cómo estamos interiormente? ¿nos damos cuenta de que vivimos en una cultura donde muchas personas están siempre creciendo de alimento necesario? Con frecuencia, escuchamos de la conveniencia de la práctica del ayuno intermitente, que ayuda a bajar de peso, algo que tiene que ver especialmente como «culto» al cuerpo, no para conocernos a nosotros mismos, ni para llegar a integrar nuestra vida desde lo que somos, como hijos de Dios.

Ayunar no es solo dejar de comer.  Hay otra forma de ayunar, no solo de alimento material, sino de aquellas cosas que van robando nuestra esencia de hijos, que nos van privando de libertad, que nos quitan el tiempo. Es posible ayunar de aquello que no nos facilita el silencio; cada uno sabe de qué puede ayunar especialmente en Cuaresma para prescindir de ocupaciones y preocupaciones que acaparan nuestro interés y perdemos lo esencial de nuestra vida. De esta forma, nuestro corazón es más sensible y dispuesto a mirar  por los demás.

Hemos de ayunar para aprender a agradecer a Dios los bienes que nos va regalando día a día, y darnos cuenta de que muchas personas no los tienen y sin duda están deseosos de ellos. En palabras del profeta: Este es el ayuno que yo quiero: soltar las cadenas injustas, desatar las correas del yugo, liberar a los oprimidos, quebrar todos los yugos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, cubrir a quien ves desnudo y no desentenderte de los tuyos.

LA ORACIÓN: es un modo de relacionamos con Dios. No es meramente «rezar» (recitare); es, sobre todo, orar, ir buscando en nuestro interior a Dios mismo, que vive en lo más intimo de nosotros. Es claro que la oración no se limita ni solo ni principalmente  al tiempo cuaresmal; hemos de orar siempre, continuamente  hemos de estar en relación con el Señor, porque Él se nos presenta generosamente como un don.  Tal sentimiento ha de prevalecer en esos momentos: sin olvidar nuestra carencias, anhelar el regalo de quien se nos da hasta entregar su vida por nosotros. Por nuestra parte, ansiemos ese gran regalo para estar siempre unidos a Él y lograr vivir como hijos.

Para cada uno, la oración implica ser consciente de la presencia de Dios en el mundo y en su historia. La oración es actitud de nuestra vida en este mundo; es una oportunidad singular de escuchar a Dios, que siempre nos está hablando. No hemos de aguardar el tiempo cuaresmal para escuchar su voz, aun cuando la Iglesia nos recuerde estas semanas como esta oportunidad para escuchar a Dios, cuyo eco fue perceptible el monte Tabor: Este mi Hijo amado, escuchadlo.

Esa voz divina tal vez nos causa temor, al pensar que, si escuchamos con nitidez la voz de Dios, deberemos alejarnos a prisa  por la gran exigencia que conlleva su Palabra. Con todo, es bueno que nos tomemos en serio la voz de Dios, y que seamos capaces de seguir sus planes, cuando vemos que nuestros caminos no se ajustan a los deseos de Dios en mi vida diaria.

LA LIMOSNA: Escena compartida: «jugamos» todos.  Tiene relación con el prójimo, con el que está a mi lado; también es hijo de Dios, y he de socorrerlo si se halla en necesidad.  A quien puedo ver y sentir, yo sabedor de que él que es templo del Espíritu, que también en corazón mora Dios, no ha de permitir que aquel pase necesidad; por el contrario, he de acudir a remediar su necesidad y carestía.

Durante este tiempo, la Palabra de Dios nos va ir recordando y exigiendo cómo ha de ser nuestra vida: ser santo, perfecto, misericordioso como es Dios nuestro Padre; realizar todas aquellas practicas de misericordia: vestir al desnudo, dar de comer a hambriento, de beber a sediento, visitar al preso y al enfermo son gestos pequeños, pero que muchas veces no los llevamos a efecto.  Esta es la principal limosna que Dios quiere: no es el donativo en este tiempo, para tranquilizar nuestra conciencia y sentir que ya hemos cumplido con lo mandado. Si esto lo consideramos suficiente,  es mala nuestro culto a Dios.

Lo que quiere el Señor es que ayudemos aquellos hermanos que realmente sufren por cualquier circunstancia; que seamos caritativos no solo en este tiempo, sino en todo momento. La Iglesia nos lo recuerda especialmente en Cuaresma,  para que también ahora ahondemos en nuestro interior y veamos si nuestra religión es auténtica.

Ojalá que estas practicas cuaresmales contribuyan a la verdadera conversión; a vivir con autenticidad desde los planes de Dios y mirando a los otros; a tener miedo a afrontar la realidad con sus fatigas cotidianas, sus dificultades y sus contradicciones. En palabras del Papa, evitemos  que estas practicas cuaresmales nos lleven a refugiarnos a una religiosa ya conocida, y nos impidan afrontar nuestra vida con sus dificultades.

Wilmer Moyetones OAR