Santoral Agustiniano
Enero
Fulgencio (Thelepte, actual Medinet-el-Kedima, Túnez, h. el 462 – Ruspe 1 enero 527) pertenecía a la familia senatorial de los Gordiani. De joven desempeñó el oficio de procurador, que en la administración civil de los Vándalos comportaba la recaudación de los tributos. Atraído a la vida monástica, se decidió a abrazarla tras la lectura del comentario de san Agustín al salmo 36.
Hacia el año 499 se puso en viaje con ánimo de visitar a los monjes de la Tebaida, en Egipto. Pero, al llegar a Sicilia, algunos amigos le disuadieron de continuar el viaje a causa de las simpatías de aquellos monjes por la herejía monofisita. En el año 500 se encontraba en Roma; hacia el 502 fue nombrado obispo de Ruspe. Los Vándalos le desterraron dos veces a Cerdeña, donde fundó algunos monasterios.
Sus escritos están llenos de resonancias agustinianas, hasta el punto de haberle merecido el apelativo de «Augustinus breviatus». También su vida monástica se inspira en el pensamiento y ejemplo de Agustín. Amó de tal modo la vida común que no acertaba a vivir sin la compañía de los monjes. Por ese motivo fundó varios monasterios tanto en su patria como en el exilio.
Los agustinos celebramos su fiesta, al menos, desde el año 1581. Le recordamos como firme defensor de la fe católica y animador apasionado de la vida evangélica en común.
Documento relacionado: Biografía de San Fulgencio, obispo de Ruspe
Ya las constituciones de Ratisbona, aprobadas en 1290, mandaban en su capítulo VI que «en todos los conventos de nuestra orden se celebrara todos los años el aniversario de nuestros padres, madres, familiares y bienhechores difuntos, el primer día ferial tras la fiesta de santa Águeda [6 de febrero].
Y para que esos aniversarios no se olviden, se escriban en el calendario y a su debido tiempo se leerán en el capítulo al modo de las fiestas» (Cap. VI, n. 44).
La conmemoración, trasladada al 19 de febrero en la reforma de san Pío X del año 1914, quedó fijada el día 16 en la de 1975.
Josefa Teresa -así se la llamó en el bautismo (Benigánim, Valencia, España, 9 enero de 1625 – 21 de enero de 1696)- nació en el seno de una familia de modesta condición. Todavía era una niña cuando quedó huérfana de padre. El 25 de octubre de 1643, tras varias dificultades, logró ingresar como hermana de obediencia en el monasterio de agustinas descalzas de su pueblo natal, tomando el nombre de Josefa María de Santa Inés.
Su vida es un prodigio de la gracia. Simple y humilde, ocupada día y noche en el trabajo y el servicio de la comunidad, fue también una gran contemplativa. A pesar de ser analfabeta, suscitaban admiración sus conocimientos teológicos y su don de consejo, así como sus frecuentes éxtasis. Todo ello indujo a sus hermanas a admitirla, el 18 de noviembre de 1663, entre las monjas de coro.
Fue beatificada por León XIII el 26 de febrero de 1888. Sus restos se conservaron en el convento de las agustinas descalzas de Benigánim hasta el año 1936, en que desaparecieron. Su memoria continúa atrayendo a muchos devotos.
La beata nos dejó en herencia el testimonio de una vida humilde y sencilla, totalmente dedicada a Dios y al crecimiento de su reino.
Febrero
Esteban Bellesini (Trento, 25 de noviembre de 1774 – Genazzano, Roma, 2 de febrero de 1840) nació en Trento, que entonces formaba parte del imperio austro-húngaro, en el seno de una familia acomodada. El 31 de mayo de 1774 emitió la profesión religiosa en la Orden. Vivió en tiempos muy difíciles. Tras la supresión del convento de Trento por el gobierno y la dispersión de la comunidad, Esteban se vio obligado a buscar refugio en su familia. Durante algunos años se dedicó intensamente a la educación de la juventud, preocupándose de su formación humana y cristiana en aquel ambiente tan adverso a la religión. Sus métodos educativos, que en muchos aspectos anticipaban a los que años más tarde popularizaría san Juan Bosco, le granjearon la confianza y el aprecio de las autoridades civiles de Trento.
Pero deseoso de permanecer fiel a su profesión religiosa, renunció al oficio de inspector de las escuelas elementales del distrito de Trento y huyó a Bolonia, en los Estados Pontificios. A la autoridad civil, que solicitaba su regreso, respondió: «No me pediría usted eso si conociera la fuerza de los sagrados lazos que unen a los religiosos con Dios, el Rey de Reyes, a quien al pie del altar he jurado fidelidad perpetua con los votos más sagrados».
Fue un excelente maestro de novicios. Los últimos años de su vida los consagró al ministerio parroquial en Genazzano, donde murió de peste, contraída mientras asistía a sus parroquianos. Fue beatificado por Pío X en 1904.
Sus reliquias continúan expuestas a la veneración de los fieles en el santuario de la Virgen del Buen Consejo, en Genazzano.
El beato Esteban nos ha dejado como herencia espiritual una fidelidad inquebrantable a la vocación agustiniana, un profundo amor a los jóvenes, especialmente a los más pobres, y una tierna devoción a la Virgen.
Anselmo Polanco (Buenavista de Valdavia, Palencia, 16 de abril de 1881 – Pont de Molíns, Girona, 7 de febrero de 1939) es una de las víctimas más ilustres de la persecución anticatólica durante la guerra civil española (1936-1939).
Emitió la profesión religiosa en Valladolid y se ordenó de sacerdote en 1904. Tras haber trabajado varios lustros en la formación de los religiosos y en la enseñanza de la teología, en 1932 fue elegido provincial de la provincia de Filipinas. En el ejercicio de su cargo visitó todas las misiones de la provincia. En 1935 fue nombrado obispo de Teruel – Albarracín, donde desarrollo una intensa labor pastoral.
Al estallar la guerra, permaneció en Teruel, hasta que en 1938 fue capturado por los republicanos. Tras más de un año de prisión, fue fusilado en Pont de Molíns el 7 de febrero de 1939, junto con el vicario general de su diócesis, don Felipe Ripoll, rubricando con su sangre su fe en Cristo y su fidelidad a la Iglesia como religioso y pastor. Fue beatificado en 1995 por Juan Pablo II.
Agustina Camozzi, hija de un médico (Osteno, Como – Spoleto, 13 febrero 1458), tuvo una existencia muy ajetreada. Siendo todavía muy joven se casó con un picapedrero, del que enviudó muy pronto. A continuación tuvo una relación con un soldado, de la que nació un hijo, que vivió poco tiempo. Se casó luego con un labriego de Mariana, en la diócesis de Mantua, que murió a manos de otro de sus pretendientes, el cual a su vez expió su delito en la horca. Por fin, Agustina decidió cambiar de vida. Viajó a Verona resuelta a seguir a Cristo, tomó el nombre de Cristina y se consagró como agustina secular.
Su conversión fue radical. En adelante, consagró toda su vida a la penitencia, a las obras de caridad y a la oración. Vivió a la sombra de monasterios agustinos, de los que se alejaba apenas se percataba de que las monjas le guardaban atenciones particulares. En 1457 inició una larga peregrinación que debería haberla conducido a Asís, Roma y el Santo Sepulcro. Pero a su paso por Espoleto murió en olor de santidad, sellada con abundantes milagros. Sus restos mortales se conservan en Spoleto, en la antigua iglesia agustina de San Nicolás, Gregorio XVI confirmó su culto en el año 1834.
En la vida de la beata Cristina brillan con sin igual esplendor la fuerza de la gracia y el espíritu de conversión.
Simón Fidati (Casia, Perusa, 1280/90 – Roma o Florencia 2 de febrero de 1348) de joven cultivó con entusiasmo las ciencias naturales, físicas y metafísicas, pero el encuentro con «un hombre que todos tenían por santo» cambió su vida, moviéndole a dedicarla a la «ciencia de la gracia». Frisaba en los 20 años cuando ingresó en la orden agustiniana.
Fue predicador famoso y uno de los mejores maestros espirituales en la Italia de su tiempo. Su doctrina, expuesta en multitud de escritos, ejerció un gran influjo. Promotor de la sencillez de vida y de la abnegación evangélica, rehuyó cargos, títulos y prelaturas. Su sinceridad le llevó a censurar ásperamente toda doblez y reticencia. Y su espíritu de obediencia, a la que ensalzó por encima de cualquier otra virtud, a excepción de la caridad, le convirtió en un apóstol incansable, a pesar de que su natural le empujaba a la soledad y a la contemplación. «La obediencia de la Orden» y «la comunidad de amor cordial con los hermanos» sostuvieron su vocación en medio de mil pruebas. El hilo conductor de su vida fue el deseo de formar a Cristo en todos los hombres. Murió en Roma o en Florencia, según otros, durante la peste negra de 1348. Sus restos se conservan en la iglesia de Santa Rita en Casia. Gregorio XVI confirmó su culto en 1833.
Los rasgos más salientes de su santidad fueron el amor a la contemplación, la sencillez evangélica, el espíritu de obediencia y la constante aspiración a superar lo bueno con lo mejor.
Marzo
La devoción y el culto a san José se remonta, entre los agustinos, hasta el siglo XV. El capítulo general de 1491, celebrado en Roma, ordenaba: «En todas las residencias y conventos de nuestra orden celébrese el oficio de san José, cuya fiesta cae el 19 de marzo».
La fiesta del Patrocinio de San José comenzó a celebrarse de forma particular en el siglo XVII. Dentro de la familia agustiniana, empezaron a celebrarla los recoletos y descalzos, que tenían facultad para ello desde 1700. A imitación suya, la solicitarán en 1722 los agustinos calzados. Pío IX la introducirá en el calendario romano, fijando la fecha en el tercer domingo después de Pascua; Pío X la trasladó al miércoles anterior. La suprimió Pío XII, al establecer, en 1955, la fiesta de san José Obrero, que se celebra, ahora como memoria libre, el 1 de mayo.
Según nuestras Constituciones (n.º 80), la devoción y el culto a san José, especial protector de la Orden –como lo declaró el capítulo de 1669–, constituye también parte de la espiritualidad agustino–recoleta.
En el Misal de 2007 aparece San José como Patrono de la Orden.
Abril
Elena Valentini (Údine, 1396 – 23 de abril de 1458) fue una mujer dotada de excelentes cualidades humanas y religiosas. Todavía adolescente se casó con Antonio Cavalcanti, de quien tuvo tres hijos y tres hijas. En 1441 perdió a su marido a consecuencia de una enfermedad contraída en Venecia durante una embajada que había hecho por encargo de la ciudad de Údine.
Entonces, tras asegurar el porvenir de sus hijos, Elena decidió entregarse totalmente al Señor, profesando en la orden como agustina secular y empleando su tiempo, sus energías y sus bienes materiales en obras de caridad. Dedicaba largas horas a la oración, de modo especial en la iglesia agustina de Santa Lucía, de cuyo adorno se ocupaba. También gustaba de leer y meditar el Evangelio. Amó de corazón a la Orden y profesó siempre una obediencia ejemplar a sus superiores. Durante los tres últimos años de su vida soportó con paciencia admirable una enfermedad muy dolorosa.
Sus restos se conservan en la catedral de Údine, donde tiene fama de taumaturga. Pío IX confirmó su culto en 1848.
Rasgos salientes de su espiritualidad fueron el espíritu de penitencia, la humildad, la devoción a la pasión de Cristo, el amor a la Eucaristía y la entrega al servicio del prójimo.
«Tarde te amé, hermosura siempre antigua y siempre nueva, tarde te amé» (Conf. 10, 27, 38). Con este grito de su corazón expresa san Agustín su pesar por haber malgastado en cosas baldías tantos años de su vida. La conversión fue para él el arribo al puerto tras un laborioso y largo navegar por el océano de la duda, de la incertidumbre y de la incoherencia. Con la conversión se encuentra a sí mismo y a la vez encuentra la alegría de vivir, experimenta el amor en el abrazo misericordioso del Padre y comienza a ver a la Iglesia como madre de salvación y modelo de vida.
Durante la vigilia pascual del año 387, en la noche del 24 al 25 de abril, Agustín y sus amigos fueron bautizados en Milán por san Ambrosio, obispo de la ciudad: «fuimos bautizados y se desvaneció de nosotros toda inquietud por la vida pasada» (Conf. 9, 6, 14).
La fiesta de la Conversión de san Agustín se celebra en la Orden agustiniana prácticamente desde el año 1341, en la fecha del 5 de mayo, que decidió que más tarde se eligiera la del día anterior para celebrar la fiesta de santa Mónica. Desde el 14 de junio de 1928, se celebra la Conversión el día 24 de abril.
En 1903 León XIII incluyó la invocación «Madre del Buen Consejo» en la letanía lauretana. El culto a la Virgen con el título de Madre del Buen Consejo, difundido hoy por el mundo entero, tiene su origen en la ciudad de Genazzano, situada a las puertas de Roma, donde tiene un célebre santuario. El 25 de abril de 1467 un fresco que representaba a la Virgen con el Niño que abraza a la Madre, «apareció de modo admirable» sobre una pared de la iglesia agustina que se encontraba en restauración. Inmediatamente la iglesia se convirtió en meta de peregrinaciones y la imagen estática de la Virgen del Buen Consejo se difundió por el mundo entero.
Con razón honramos a María con el título del Buen Consejo, ya que ella es Madre de Cristo, «el Consejero admirable» (Is 9, 5), vivió bajo la guía del Espíritu de consejo y acogió íntimamente el eterno Consejo de recapitular todas las cosas en Cristo (cf. Ef 1, 10).
Al honrar a la Virgen del Buen Consejo queremos implorar de Dios el don del consejo, «para que nos haga conocer lo que agrada a Dios, y nos guíe en las peripecias de la vida».
Mayo
Durante la guerra civil española (1936 – 1939) varios agustinos recoletos sellaron con su sangre la fidelidad a Cristo y a la Iglesia. Entre el 25 de julio y el 15 de agosto de 1936 fueron asesinados siete religiosos del convento de Motril. Sus nombres son: Vicente Soler, ex-prior general, Deogracias Palacios, León Inchausti, José Rada, Julián Moreno y Vicente Pinilla, sacerdotes; y el joven José Ricardo Diez, hermano. Los seis sacerdotes habían trabajado largos años en Filipinas, Brasil y Venezuela. Todos fueron beatificados el día 7 de marzo de 1999.
Estos mártires nos han dejado un ejemplo de vida consagrada a los hermanos, de celo misionero y de amor a Cristo en el momento del martirio
Primogénita de cuatro hermanos, la Madre María de San José (Laura Alvarado Cardozo), venezolana, nació en el pintoresco pueblo de Choroní, estado Aragua, el 25 de abril de 1875.
Laura deseaba consagrarse a Dios en un convento de clausura. Al impedírselo las circunstancias, solicitó el permiso de su confesor y el 8 de diciembre de 1892, a la edad de 17 años, hizo voto de perpetua virginidad. Este día lo celebraría a lo largo de toda su vida, al igual que el 13 de octubre, en que fue bautizada, con una jornada de retiro espiritual. Ya desde entonces no tenía otro ideal que el de la santidad: «Quiero ser santa, pero santa de verdad». «Jesús mío, el ideal que persigo eres tú y sólo tú».
La llegada a Maracay en 1892 del párroco Vicente López Aveledo fue providencial. En la ciudad se había desencadenado una terrible epidemia que sembró el luto y la desolación en las familias. El párroco invitó a la joven Laura a colaborar en el pequeño hospital que acababa de abrir para atender a las víctimas de la epidemia: la respuesta de Laura fue entusiasta. Se trasladó a vivir al hospital y se entregó de lleno al servicio de los enfermos. Su labor fue tan eficaz que se le confió su dirección. En él era la animadora del grupo de jóvenes voluntarias conocidas corno las «Samaritanas».
El 22 de enero de 1902 Laura ratifica su voto de virginidad y el 13 de septiembre del año siguiente pronuncia los votos perpetuos de pobreza, obediencia y castidad. En la profesión cambió su nombre por el de Maria de San José.
En 1905 fundó en Maracay la primera casa para huérfanas. A ella siguieron otras fundaciones a un ritmo acelerado. La Madre Maria, que dedico su larga existencia al cuidado de los ancianos y de los niños desamparados en los que veía la figura de Cristo, nos ha dejado un mensaje de perenne actualidad: dar acogida a los más pobres, a los más débiles, a los marginados, con el mismo amor con que ella los acogía.
Murió en Maracay, el 2 de abril de 1967, y fue beatificada por Juan Pablo II el 7 de mayo de 1995, siendo la primera venezolana que ha sido beatificada.
La Virgen María se convirtió en «Mater Gratiae» en el instante en que fue saludada por el ángel con el título de llena de gracia. En cuanto madre del único mediador, Jesús, es madre del autor de la gracia y dispensadora de gracia. «Mater Gratiae» es el título más antiguo en el culto mariano de la Orden. El capítulo general de 1284 prescribió cantar o recitar todos los días en su honor el nocturno mariano conocido entre nosotros con el nombre de «Benedicta», en la que se la invocaba: «Tú, Madre de Gracia». La antífona «Ave Regina coelorum», que se remonta al siglo XIII, también estaba dedicada a honrar a la «Madre de Gracia». El capítulo general de 1377 ordenó la recitación del versillo «Maria Mater Gratiae».
En 1807 se concedió a la Orden la fiesta de la Virgen de Gracia, que había de celebrarse el día 1 de junio, pasando al 8 en la reforma de 2002.
Guillermo Tirry (Cork, Irlanda, 1608 – Clonmel, 12 de mayo de 1654) nació en el seno de una apreciada familia de la ciudad y le tocó vivir en tiempos en que el gobierno inglés perseguía cruelmente a los católicos. Los aspirantes a la vida religiosa y al sacerdocio se veían obligados a expatriarse para cursar los estudios teológicos y sólo podían reingresar en su país de modo clandestino.
Guillermo profesó en la Orden a los 18 años y cursó la carrera eclesiástica en Valladolid (España), París y Bruselas, ordenándose de sacerdote en 1636. En 1638 regresó a Irlanda, donde desempeñó diversas actividades pastorales, como ayudante del obispo de Cork, capellán y preceptor de familias nobles. En 1650 el gobierno inglés prohibió el culto católico y, en consecuencia, Guillermo quedó convertido en un clandestino, buscado por la policía. Arrestado el Sábado Santo, 25 marzo de 1654, mientras celebraba la misa, fue conducido a la cárcel de Clonmel, juzgado y condenado a muerte. La sentencia fue ejecutada el 12 de mayo de 1654. Tenía entonces 46 años.
Murió por la libertad y la verdad católica. Fue beatificado por Juan Pablo II el 27 de noviembre de 1992.
Dada la gran hostilidad entre la Mujer y la Serpiente que, por decreto de Dios, recorre la historia humana desde sus mismos orígenes (Gn 3, 1-6, 23-15) hasta el fin de los tiempos (Ap 12, 1-3, 7-12. 17), la bienaventurada Virgen María defiende y asiste incesantemente a la Iglesia, ya nutriendo la fe de los cristianos, ya socorriéndoles en sus necesidades.
La devoción a la Virgen con el título del Socorro apareció en los primeros años del siglo XIV en la iglesia de San Agustín de Palermo, desde la cual se difundió a toda la Orden, de modo especial a Italia, España y América Latina. En la primitiva representación iconográfica, sobre todo en Italia, la Virgen del Socorro aparecía con el Niño en brazos, en actitud de expulsar al demonio con un bastón. Posteriormente la iconografía varía mucho de país a país y de época a época.
La Orden introdujo la memoria de la Virgen del Socorro en su liturgia el año 1804
El recuerdo de Alipio y Posidio está íntimamente unido, como religiosos y como obispos, a la figura de san Agustín. Son los dos máximos representantes de su herencia espiritual. Cuanto Posidio escribe en el capítulo II de la Vita Augustini tiene especial vigencia en él mismo y en Alipio.
Alipio nació en Tagaste (hoy Souk Ahras, Argelia). Compartió con Agustín los errores de la juventud, la conversión religiosa y las fatigas del apostolado. Agustín le llama «hermano de mi corazón» y le describe como persona de índole religiosa, de gran nobleza e imparcialidad, y con un gran amor a la justicia. Estudió derecho en Roma y fue elegido obispo de su ciudad natal el año 394, antes de que Agustín lo fuera de Hipona.
Las relaciones de Posidio con Alipio y Agustín datan, al parecer, de los tiempos de la fundación del primer monasterio de Hipona. Posidio fue el primer biógrafo de Agustín, con quien, según él mismo escribe, vivió «en dulce familiaridad cerca de 40 años». Hacia el 397 fue elegido obispo de Calama. Viajó a Italia dos veces para defender los derechos de la Iglesia y participó con Agustín y Alipio en varios concilios africanos. Los tres aparecen unidos en la célebre asamblea reunida en Cartago el año 411 para buscar la paz entre católicos y donatistas. A ellos, junto con otros tres obispos, les tocó defender la postura de la Iglesia católica en representación de sus 266 obispos.
Alipio murió hacia el año 430; y Posidio, hacia el 437. La Orden celebra su fiesta desde 1671. Clemente X confirmó su culto el 19 de agosto del año siguiente.
Guillermo (Toulouse, Francia, h. 1297 – 18 mayo 1369) ingresó en la Orden cuando contaba unos 19 años de edad. Tras ultimar sus estudios en París, regresó a Toulouse, donde permaneció la mayor parte de su vida. Su elocuencia y su delicadeza de sentimientos trajeron a muchos a la vida religiosa. Fue amante de la mortificación, de la pobreza y de los pobres, pero el rasgo más saliente de su vida fue la oración, a la que se aplicaba sin interrupción, tanto mientras permanecía en el convento como cuando andaba ocupado en sus viajes apostólicos. Su ocupación preferida fue siempre «orar, contemplar o hablar de Dios».
León XIII confirmó su culto el año 1893. El beato Guillermo nos deja el ejemplo de una entrega total a Dios y a la causa de su reino.
Clemente, llamado de Ósimo por su pueblo natal, o de San Elpidio por el pueblo en que abrazó la vida agustiniana, fue provincial de la Marca de Ancona y prior general de 1271 a 1284 y de 1284 a 1291. Murió, siendo general, en Roma el 8 de abril de 1291. Se distinguió por su amor fraterno, por su pobreza y por su suavidad y benignidad, así como por su amor a la Orden, en cuyo servicio supo sufrir hasta consumir en él sus energías y su misma vida. Sus restos reposan en Roma, en la capilla de la curia general de la Orden de san Agustín. Su culto fue confirmado por Clemente XIII en 1761.
El beato Agustín nació en Tarano (Rieti, Italia). Tras sus estudios de derecho civil y eclesiástico en la universidad de Bolonia entró en la corte del rey Manfredo de Sicilia. Ingresó en la orden como hermano de obediencia en Rosía, cerca de Lecceto (Siena), ocultando su cultura y posición social. Pero su amor a la justicia y a la comunidad desbarataron sus planes y desvelaron su identidad. Llamado a Roma por el beato Clemente, se ordenó de sacerdote y poco más tarde fue nombrado penitenciario de la Curia Romana. En 1292 fue llamado a gobernar la orden como prior general hasta el capítulo general de 1300, en que presentó la renuncia y se retiró al yermo de San Leonardo, en las cercanías de Lecceto. Allí murió el 19 de mayo de 1309 o 1310.
Se distinguió por su humildad, por el celo con que promovió la observancia religiosa y el amor a la contemplación en la vida común. Sus restos mortales, sepultados hasta nuestros días en la iglesia de San Agustín de Siena, fueron trasladados en 1977 a la iglesia parroquial de Termini Imerese (Palermo). Su culto fue confirmado en 1759 por el papa Clemente XIII.
La Orden debe a estos dos beatos la redacción definitiva de las Constituciones del año 1290, que, por haber sido aprobadas en el capítulo celebrado en Ratisbona, han pasado a la historia con el nombre de Constituciones Ratisbonenses. Ese hecho ha perpetuado su memoria y su fama en la Orden a través de los siglos.
Nació en Roccaporrena (Casia) hacia el año 1380. Según la tradición, era hija única y desde su juventud deseó consagrarse a Dios, pero ante la insistencia de sus padres, a la edad de 14 años se casó con un joven de buena voluntad pero de carácter violento. Con su bondad logró limar las asperezas del marido viviendo con él en armonía. Tras 18 años de matrimonio, su marido fue asesinado. Rita no sólo perdonó a los asesinos, sino que en la oración llegó a confiar al Señor que prefería ver a sus hijos muertos antes que sumidos en el abismo de la venganza. Los dos murieron poco después del asesinato del padre.
Sin obligaciones en esta vida y con el corazón rebosante de amor, Rita se esforzó por llevar a la práctica el deseo de su juventud. Tuvo que luchar para convencer a su familia, a la de su marido y a la del asesino para llegar a una reconciliación pública. Sólo entonces pudo traspasar las puertas del monasterio agustino de Santa María Magdalena de Casia. En él vivió durante 40 años dedicada a las prácticas de la vida monástica y durante los últimos 15 años llevó en la frente la señal de una espina de la Pasión del Señor.
Murió en la noche de sábado 22 de mayo de 1457 del calendario pisano, equivalente al 1456 del calendario actual. Rasgo peculiar de la santa es su paso por todos los estados de la vida -doncella, esposa, viuda y religiosa- y en todos ellos dio abundantes pruebas de abnegación y generosidad, siendo siempre mensajera de paz y reconciliación. Su cuerpo se venera en el santuario de Casia, donde continúa atrayendo a multitud de devotos.
Junio
Santiago (Viterbo, h. 1255 – Nápoles 1307/1308) al poco de profesar en la Orden fue enviado a París, donde tuvo por maestro al agustino Gil de Roma y consiguió el doctorado en teología. Luego enseñó en París y Nápoles. En 1302 fue nombrado obispo de Benevento; y el 12 de diciembre del mismo año, arzobispo de Nápoles. Escribió obras de gran importancia teológica. En ellas, al igual que en su vida, brillan su entrañable amor a la Iglesia y su fidelidad a la doctrina de san Agustín.
Jordán de Sajonia describe en su libro Vitasfratrum II, 4, un litigio que surgió en el capítulo general de 1300 entre Santiago y el beato Agustín de Tarano, a la sazón prior general de la Orden. El episodio puso de relieve la madurez y virtud de ambos. El beato Santiago murió en Nápoles a finales de 1307 o principios de 1308. Pío X confirmó su culto en 1911.
Juan (Sahagún, León, España, hacia 1430–Salamanca, 11 de junio de 1479), hijo de familia distinguida, emprendió la carrera eclesiástica. Antes de ordenarse sacerdote, su padre, por razones económicas y sociales, le procuró un beneficio eclesiástico con cura de almas. Pero con gran disgusto de su familia, Juan lo rechazó por considerar su aceptación contraria a la ley de Dios. Entró luego al servicio de Alonso de Cartagena, obispo de Burgos, quien le ordenó de sacerdote. La vida curial tampoco le satisfizo y ciertamente no fue suficiente la promesa de una canonjía para retenerle en Burgos. Se trasladó a Salamanca, donde se dedicó con asiduidad al estudio y a la predicación. Atraído por la fama del convento de San Agustín, entró en la Orden agustiniana el 18 de junio de 1463 y en ella emitió su profesión el 28 de agosto del año siguiente con el nombre de Juan de san Facundo.
Lleno de suavidad y sinceridad, se consagró por entero a la predicación y a la promoción de la paz y de la convivencia social, defendiendo los derechos de los humildes y trabajadores. Practicó siempre una tierna devoción a la Eucaristía.
Fue canonizado en 1691. Sus restos se conservan en la catedral de Salamanca, de cuya ciudad es patrono.
Documento relacionado: Biografía de San Juan de Sahagún (PDF, 55 kb)
Julio
Magdalena Albrici (Como, hacia 1415 – 15 de mayo de 1465), deseosa de consagrarse a Dios, fundó con algunas jóvenes una comunidad agustina en Brunate, en las afueras de Como. La comunidad creció con cierta rapidez y Magdalena la transformó en monasterio con el título de San Andrés y bajo la regla de san Agustín. En 1455 la Congregación de Lombardía acogió sus deseos de sujetarlo a la jurisdicción de la Orden y el 16 de julio de 1459 Pío II aprobó definitivamente su incorporación.
Magdalena fue una propagadora entusiasta de la vida agustiniana. Agregó a la Orden varios monasterios de monjas; atrajo a ella a muchas vírgenes que vivían solas en sus casas y es tradición que hizo lo mismo con terciarios de los alrededores de Como. A sus religiosas las animaba a aspirar a la perfección de las virtudes, prefiriendo siempre servir a presidir. Sobresalió por la transparencia de vida y el amor a los demás. Murió en mayo de 1465, probablemente el día 15. Pío X confirmó su culto en 1907. Sus reliquias están expuestas a la veneración de los fieles en la catedral de Como.
Agosto
Juan (Porchiano de Amelia, Terni, hacia el 1299 – Rieti 1316) es ejemplo de una madurez espiritual lograda en poco tiempo y en la más temprana juventud. Murió recién profeso cuando apenas contaba 17 años.
«Juan era sencillo, humilde y, siempre alegre, seguía la vida común. En la comida y en la bebida y en otras cosas de la vida común era irreprensiblemente social […] Sirvió con amor y caridad a todos los hermanos. Jamás salió de su boca una palabra ni se vio en él gesto contrario al amor fraterno. Solía retirarse a la soledad de la huerta conventual. Al regresar, varias veces se le vio con lágrimas en los ojos. Una vez, a una pregunta por el motivo de su llanto, respondió: «veo que las plantas, los pajaritos y la tierra toda con sus frutos obedecen a Dios, y, sin embargo, los hombres violan los mandamientos de su creador»» (Jordán de Sajonia, Vitasfratrum, pp. 105-106).
Sus restos reposan en la iglesia de san Agustín de Rieti. Su culto fue confirmado en 1832 por el papa Gregorio XVI.
Clara (Montefalco, Perusa, 1268 – 1308) ingresó a los seis años en un reclusorio, situado a extramuros de la ciudad, en el que vivía con gran austeridad su hermana Juana con algunas compañeras. En 1290 el reclusorio se convirtió en convento bajo la regla de san Agustín, y Clara hizo su profesión religiosa con el nombre de Clara de la Cruz. A la muerte de Juana (22 de noviembre de 1291), fue elegida superiora del convento, cargo que desempeñó hasta su muerte, acaecida el 17 de agosto de 1308.
Clara se comportó siempre de modo ejemplar. Fue severa consigo misma y con sus hermanas, especialmente en todo lo relativo a la vida común, tan urgida por la regla de san Agustín. Recomendaba vivamente el espíritu de sacrificio, el trabajo manual y la ascesis personal como bases de toda vida espiritual sólida. Tuvo los dones de la ciencia infusa y del discernimiento, y defendió con ardor la ortodoxia contra insidiosas desviaciones doctrinales. Fue consejera espiritual de personas influyentes en la sociedad y en la Iglesia de su tiempo.
Su espiritualidad gira toda ella en torno a la meditación de la Pasión de Cristo y a la devoción a la Cruz. Los últimos días de su vida repetía que llevaba la Cruz de Cristo impresa en su corazón. A su muerte las hermanas, deseosas de comprobar el valor y significado de sus palabras, le extrajeron el corazón, encontrando impresas en él las insignias de la Pasión del Señor.
Su cuerpo se venera en la iglesia de las monjas agustinas de Montefalco
Ezequiel (Alfaro, La Rioja, España, 9 de abril de 1848 – Monteagudo, Navarra, 19 de agosto de 1906) profesó como agustino recoleto a los 17 años, el 22 de septiembre de 1865. El 3 de junio de 1871 se ordenó de sacerdote en Manila (Filipinas) y en Filipinas transcurrieron los siguientes quince años de su vida, marcados por un ardiente celo apostólico. Desde 1888 hasta pocos meses antes de su muerte vivió en Colombia, donde desarrolló una multiforme actividad: restauró la provincia recoleta de La Candelaria, instauró una nueva época misionera en su Orden y en la nación con la erección del vicariato apostólico de Casanare (1893) y desde 1896 gobernó la diócesis de Pasto.
A una total disponibilidad supo aunar una fortaleza a toda prueba en la defensa del mensaje cristiano en un periodo de anticlericalismo y de ataques a las instituciones católicas. Fue muy devoto del Sagrado Corazón y mostró siempre un gran amor e interés por las cosas de la Orden. Al sentir en su cuerpo los efectos devastadores de un tumor maligno, se retiró al convento de Monteagudo, en el que había emitido su profesión religiosa y del había sido prior de 1885 a 1888. En él murió el 19 de agosto de 1906 y, en una capilla nueva de su iglesia, se siguen venerando sus reliquias.
Beatificado en 1975, fue canonizado por Juan Pablo II en Santo Domingo (República Dominicana) el 11 de octubre de 1992 durante la solemne clausura del V centenario de la Evangelización de América Latina.
Entre los monasterios africanos que la orden considera de inspiración fundamentalmente agustiniana reviste especial importancia el de Gafsa (Túnez) por el martirio de sus religiosos. A consecuencia del edicto del rey vándalo Hunerico (484), que ordenaba la entrega a los moros de los monasterios católicos con sus moradores, sus siete religiosos fueron encarcelados y, tras haber soportado atroces sufrimientos, fueron martirizados en Cartago, dando ejemplo de fortaleza en la fe y de unión fraterna. Eran Liberato, superior del monasterio, el diácono Bonifacio, el subdiácono Rústico y los monjes Siervo, Rogato, Séptimo y Máximo. Este último, un joven de apenas 15 años, merece mención particular. Los verdugos le ofrecieron la libertad con tal de que abandonara a sus hermanos. Pero él prefirió compartir con ellos el martirio a separarse de su compañía.
El 6 de junio de 1671 se concedía la Orden la celebración litúrgica de estos siete mártires.
Mónica (Tagaste, actual Souk Ahras, Argelia, 331/332 – Ostia, Roma, 387), nació en una familia cristiana de buena condición social. Era todavía una adolescente cuando fue dada como esposa a Patricio, pequeño propietario y miembro del consejo municipal de Tagaste, que todavía no había recibido el bautismo. Ganó para Cristo a su marido y después consiguió la conversión de Agustín, «el hijo de tantas lágrimas». Con inmenso gozo asistió a su bautismo en la Pascua del año 387. Cuando regresaba a África con Agustín y sus amigos, murió en Ostia Tiberina, a las puertas de Roma, en el otoño del año 387, antes del 13 de noviembre. Tenía 55 años. Dos semanas antes madre e hijo habían experimentado el dulce éxtasis de Ostia, «en el cual en un supremo impulso del corazón llegaron a rozar la sabiduría hacedora de todas las cosas, dejando allí prendidas las primicias de nuestro espíritu» (Conf. 9, 10, 24). Sus restos mortales se veneran en la iglesia de san Agustín de Roma.
Después de establecer los agustinos, el 5 de mayo, la fiesta de la Conversión de san Agustín en 1341, no se tardó en hacer memoria de su madre Mónica en el día anterior, 4 de mayo, pues no se conoce el día de su muerte. Con este mismo criterio, el calendario romano de 1969 trasladó su memoria al 27 de agosto: así se subrayan los lazos que unen a madre e hijo.
Por su fortaleza de ánimo, el ardor de su fe, la firmeza de su esperanza, la agudeza de su inteligencia, la sensibilidad a las exigencias de la convivencia social y su asiduidad en la oración y en la meditación de las Sagradas Escrituras, Mónica encarna el ideal de la auténtica esposa y madre cristiana.
San Agustín (Tagaste 354-Hipona, 430) vivió en un periodo de crisis y transición. El imperio Romano se estaba desmoronando bajo la presión de los bárbaros. El 28 de agosto de 430, mientras Hipona sufría el asedio de los Vándalos, Agustín desde su lecho de muerte vivía intensamente este drama y entregaba su alma al Creador.
Aunque confiaba plenamente en Dios, no podía sentirse ajeno a los sufrimientos de su pueblo. Desde su ordenación sacerdotal (391) y, sobre todo, desde el día de su ordenación episcopal (395) se había identificado con él en la búsqueda del triunfo de la causa de Dios y del servicio de la Iglesia. La promoción de la unidad de la Iglesia fue una de sus mayores aspiraciones. Con ese fin fundó comunidades religiosas y quiso que fueran signo y fermento de unidad. Según la acertada expresión de Posidio, Agustín sigue viviendo en los escritos que ha legado a la posteridad. Sus restos mortales se veneran en la iglesia agustiniana de San Pedro in Ciel d’oro de Pavía (Italia).
Septiembre
La Bienaventurada Virgen María es venerada como Madre de Consolación, porque a través de ella «Dios mandó al mundo al Consolador», Cristo Jesús. La participación en los dolores del pasión de su Hijo y en las alegría de su resurrección la ponen en condición de consolar a sus hijos en cualquier aflicción en que se encuentren. Después de la ascensión de Jesucristo, en unión con los Apóstoles imploró con ardor y esperó con confianza al Espíritu Consolador. Ahora, elevada al cielo, «brilla ante el pueblo peregrino de Dios como signo de segura esperanza y consolación» (LG 69).
Al menos desde el siglo XVII, «Madre de Consolación» o «Madre de la Correa» es el título principal con que la Orden agustiniana honra a la Virgen. En 1439 obtuvo la facultad de erigir para los laicos la «cofradía de la cintura». Una antigua leyenda, nacida en el seno de la Orden, narraba que la Virgen se había aparecido a santa Mónica, afligida por la suerte de Agustín, consolándola y dándole una correa, la misma con que después se habrían de ceñir Agustín y sus frailes. De ordinario, la iconografía representa a la Virgen y al Niño en el acto de entregar sendas correas, respectivamente, a santa Mónica y a san Agustín. En 1495 surgió en la iglesia agustiniana de Bolonia la cofradía de «Santa María de la Consolación». En 1575 ambas cofradías se fusionaron en una única archicofradía de la Correa, a la que los papas enriquecieron con abundancia de indulgencias. En los últimos calendarios litúrgicos aprobados se la declara Patrona de la Orden.
La protección de la Madre de la Consolación nos da serenidad y consuelo en las pruebas para que también nosotros podamos consolar a nuestros hermanos.
Nicolás (Sant’Angelo in Pontano, Macerata, 1245 – Tolentino, 10 de septiembre de 1305) ingresó de niño entre los agustinos de su pueblo natal, primero como estudiante y luego como novicio. Tras la ordenación sacerdotal, obtuvo la facultad de predicar y fue destinado a varios conventos de la provincia picena.
Los últimos 30 años de su vida transcurrieron en el convento de Tolentino, que se convirtió en su patria adoptiva. En él murió con fama de santo y taumaturgo e inmediatamente su tumba se convirtió en meta de incesantes peregrinaciones.
San Nicolás ha sido presentado como el luminar más brillante de la santidad de la Orden y elevado a modelo de vida agustiniana, por haber acertado a armonizar en los albores de la Orden la vida común, la oración y la contemplación con las exigencias de un intenso apostolado. Su santidad puede resumirse en tres rasgos principales: oración intensa y penitencia en la perfecta vida común agustiniana; infatigable ministerio apostólico a través de la predicación y el sacramento de la reconciliación; incansable asistencia los hermanos, sobre todo a los más necesitados: enfermos, pobres, familias en dificultad.
Fue famoso por sus milagros, que le merecieron el título de taumaturgo. Fue canonizado por Eugenio IV en 1446. Su cuerpo está expuesto a la veneración de los fieles en su santuario de Tolentino.
Alonso (Oropesa, Toledo, 17 de octubre de 1499 – Madrid 19 de septiembre de 1591) ingresó en el noviciado de Salamanca el 18 de junio de 1522 en compañía de su hermano Juan. Era entonces estudiante de la universidad de Salamanca. Al igual que su superior, santo Tomás de Villanueva, consideró siempre el ingreso en la Orden como una de las mayores gracias recibidas del Señor.
Predicar y escribir fueron sus dos principales actividades. Cultivó una tiernísima devoción a la Virgen, y estaba persuadido de que al escribir cumplía un mandato expreso suyo. Aunque era predicador real, prefirió siempre hablar a religiosas y a gente del pueblo, a presos y a enfermos. Se alistó para las misiones de México, pero hubo de desistir por problemas de salud. Como religioso sobresalió por su sencillez evangélica, su equilibrio y su moderación en la vida de comunidad. Asceta y místico, sufrió durante unos 30 años de aridez espiritual y continuos escrúpulos. Murió en Madrid a los 91 años, cuando todavía ardía en deseos de trabajar por las almas. Sus restos mortales se veneran en la capilla de las monjas agustinas del convento San Alonso de Orozco de Madrid (La Granja, 9), a donde fueron trasladadas en 1978 desde la iglesia de Valladolid, en la que reposaban desde 1881.
Fue beatificado por León XIII en 1882 y Juan Pablo II inscribió su nombre en el catálogo de los santos el día 19 de mayo de 2002.
Nació en Algemesí, Valencia, España, el 10 de junio de 1887 en el seno de una familia de agricultores profundamente cristianos. Tuvo un hermano y cuatro hermanas religiosos. El 2 de febrero de 1905 María Josefa vestía el hábito agustino descalzo en Benigánim (Valencia) y al año siguiente pronunciaba sus votos. En el convento se distinguió por su laboriosidad, silencio y espíritu de pobreza. Fue priora durante un trienio y al estallar la guerra desempeñaba el oficio de maestra de novicias.
En julio de 1936 tuvo que abandonar el convento buscando refugio en casa de su madre. En ella se hallaban ya recogidas sus tres hermanas capuchinas y todas juntas hicieron durante unos meses vida auténticamente monástica, guardando la clausura, rezando el oficio divino y respetando las horas de silencio y recogimiento. El 19 de octubre de ese mismo año un grupo de milicianos se presentó en la casa para llevarse a las religiosas. Su madre no quiso separarse de sus hijas, y todas juntas fueron encerradas en el convento cisterciense de Fons Salutis, convertido en cárcel. El día 25 de octubre, fiesta de Cristo Rey, las cargaron en un camión y a la entrada de Alcira las fusilaron una tras otra. Los milicianos habían pensado comenzar con la madre, pero ésta deseó alentar a sus hijas y rogó a los verdugos que comenzaran con sus hijas y luego podrían seguir con ella.
Los primeros misioneros agustinos llegaron al Japón el año 1602. Su entusiasmo y sus sacrificios no tardaron en dar fruto. El pueblo los oía con gusto y abundaban las conversiones. La vida agustiniana atraía a los nativos, tanto que a los pocos años ya había religiosos, terciarios y cinturados de origen japonés. Pero de pronto estalló una violenta persecución contra los católicos. La prueba fue terrible, pero la naciente Iglesia japonesa la afrontó con admirable valentía y fidelidad. Fueron centenares los agustinos y agustinos recoletos –entre religiosos, cinturados y terciarios– que entre 1617 y 1637 derramaron su sangre por Cristo en medio de atroces tormentos. La liturgia de hoy recuerda a un grupo beatificado por Pío IX en 1867, compuesto por Hernando de San José y su catequista, el cinturado Andrés Yoshida, martirizados en 1617; al padre Pedro de Zúñiga, ejecutado en 1622; a fray Juan Shozaburo, a los oblatos Miguel Kiuchi Tayemon, Pedro Kuhieye y Tomás Terai, y a los terciarios Mancio Seizayemon y Lorenzo Hechizo, sacrificados en 1630; y, por fin, a los padres Bartolomé Gutiérrez, Vicente de San Antonio y Francisco de Jesús, martirizados en septiembre de 1632.
Un segundo grupo de mártires está compuesto por los recoletos Martín de San Nicolás y Melchor de San Agustín, quemados a fuego lento el 11 de diciembre de 1632 y beatificados el 23 de abril de 1989. Habían viajado voluntarios desde Filipinas al Japón a petición de los padres Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio, que ya estaban encarcelados. En 1637, fue martirizado el primer sacerdote agustino japonés, padre Tomás Jihyoe de San Agustín, beatificado el 24 de noviembre de 2008 en Nagasaki.
La memoria de los mártires japoneses testimonia la universalidad de la vida agustiniana (proceden de cuatro países: España, México, Portugal y Japón) y la comunión de vida entre sacerdotes, hermanos y seculares agustinos, así como la común herencia de las diversas familias agustinianas.
Octubre
Antonio Patrizi perteneció a la congregación observante de Lecceto, cuyo centro era el yermo del mismo nombre, situado en las cercanías de Siena, del que con razón se ha escrito: «Leceto, viejo illicium de santidad». El beato Antonio nació y vivió en Siena. Pero se le conoce con el apelativo de Monticiano, porque murió en ese yermo toscano (1311) mientras se dirigía al de Camerata a visitar a su hermano. Muy pronto floreció su fama de santidad. En 1805 fue reconocido su culto inmemorial.
La dimensión contemplativa de la Orden, que era casi exclusiva entre los grupos eremíticos anteriores a la Gran Unión, alcanzó especial auge en las monjas y en algunos religiosos y conventos particulares. Las congregaciones observantes que surgieron a partir del siglo XIV y los movimientos reformistas de los siglos XVI y XVII han enriquecido la historia de la santidad de la Orden acentuando una dimensión tan esencial de la espiritualidad agustiniana.
El yermo de Lecceto, origen y cabeza de la primera congregación observante, puede ser, por su historia, un buen símbolo de esta dimensión contemplativa.
Tomás (Fuenllana, Ciudad Real, España, 1486 – Valencia 8 de septiembre de 1555) pasó la infancia con sus padres en la vecina villa de Villanueva de los Infantes. Desde muy joven cursó estudios en Alcalá de Henares, en cuya célebre universidad se distinguió primero como estudiante y después como profesor ejemplar. Invitado a enseñar en la no menos famosa universidad de Salamanca, viajó a esa ciudad, pero no para ocupar la cátedra, sino para ingresar como novicio en el convento de San Agustín. Profesó el 25 de noviembre de 1517. Por dos períodos desempeñó el oficio de provincial. El 10 de octubre de 1544 fue nombrado obispo de Valencia, donde murió el 8 de septiembre de 1555. Sus reliquias más insignes se conservan en la catedral de Valencia.
Su ardiente caridad para con los pobres y la clases sociales más desvalidas le ha merecido el título de «limosnero de Dios». Fue uno de los principales promotores de la reforma de la Iglesia española en el periodo pretridentino. También promovió el envío de misioneros de la Orden al Nuevo Mundo. Fue canonizado en 1658 por Alejandro VII. A mediados del s. XX la Orden, recordando su interés por las letras, le eligió patrono de sus estudios.
Mateo Elías Nieves Castillo (San Pedro de Yuriria, México, 21 de septiembre de 1882 – La Cañada de Caracheo, 10 de marzo de 1928) nació de una familia campesina. Al morir su padre, tuvo que asumir la obligación de sacar adelante a su familia. En 1903 ingresó en la Orden de San Agustín y al profesar cambió su nombre por el de Elías del Socorro en honor de la Virgen del Socorro. Ordenado sacerdote el 19 de abril de 1916, fue nombrado párroco de La Cañada. Cuando el gobierno de la nación, hostil a la Iglesia, mandó que los sacerdotes se retiraran de las ciudades, se ocultó en una gruta para no abandonar a sus fieles, a los que continuó ayudando material y espiritualmente.
Descubierto y capturado por los militares gubernamentales, fue asesinado el 10 de marzo, tras haber bendecido a los asesinos y distribuido entre ellos sus efectos personales. Fue beatificado en 1997.
En el beato Elías tenemos un ejemplo de pastor celoso y de intrépido testigo de la fe cristiana en nuestros tiempos.
María Teresa Fasce (Torriglia, Génova, 27 de diciembre de 1881 – Casia, 18 de enero de 1947) pertenecía a una familia acomodada de Génova. De muy joven se sintió seducida por la santidad de Rita de Casia, canonizada en 1900, y quiso seguir sus huellas ingresando en el monasterio agustiniano de Casia en 1906. Durante algunos años fue maestra de novicias y vicaria del monasterio. En 1920, a los 39 años de edad, las religiosas la eligieron abadesa, cargo para el que fue reelegida ininterrumpidamente hasta su muerte.
Era la «madre» por antonomasia no sólo para las monjas sino también para cuantos por un motivo u otro se acercaban al monasterio. Dedicó su vida a difundir con constancia e inteligencia el culto a santa Rita, a cuya intercesión debía su vocación. Dio principio a obras que hicieron de Casia un lugar de espiritualidad y caridad conocido en el mundo entero. Sufrió con entereza y espíritu de fe enfermedades corporales y espirituales. Murió serenamente el 18 de enero de 1947, a los 66 años de edad. Fue beatificada en 1997.
María Teresa dedicó enteramente su vida a su propia santificación y a la de los demás.
Las Constituciones de Ratisbona del año 1290 prescribieron la conmemoración de los bienhechores difuntos para recordar ante el Señor a las personas que de un modo u otro hubiesen ayudado a la Orden en sus obras y actividades. Hasta el 1672 esa conmemoración estuvo unida a la de los familiares difuntos de la Orden, pero en ese año se creó una conmemoración específica para los bienhechores difuntos, que habría de celebrarse el 7 de julio, mientras que la de los religiosos difuntos se trasladó del 7 de julio al 14 de noviembre. Pío X la trasladó al 8 de julio; y la reforma del 1975, al 10 de octubre. Desde 2002 se celebrará en este día 13.
Gonzalo (Lagos, Algarve, Portugal, hacia 1360 – Torres Vedras, 15 de octubre de 1422), hijo de pescadores, entró en la Orden en Lisboa hacia el año 1380. Versado en teología, rehusó el título de maestro. Orador de renombre, gustaba de enseñar el catecismo a los niños, a los artesanos y a las personas incultas. Prior de los conventos más importantes de Portugal, no buscaba más que servir con amor a los hermanos, ayudándoles y substituyéndoles en las labores más humildes. Buen calígrafo y miniaturista, escribió varios libros corales.
Magdalena (Nagasaki, 1611 – 1634) era hija de cristianos martirizados por su fe. Se consagró a Dios guiada por los beatos Francisco de Jesús y Vicente de San Antonio, agustinos recoletos, quienes la recibieron en la Orden como terciaria. Tras el martirio de Francisco y Vicente (1632), se retiró a los montes, desde donde ayudaba e instruía en la fe a los cristianos perseguidos. En septiembre de 1634 con ánimo de sostener la fe vacilante de muchos cristianos ante la persecución, se entregó voluntariamente a los jueces, proclamándose cristiana. Fue cruelmente torturada, pero permaneció firme en su fe. Por fin, fue condenada al tormento de la fosa. Más de trece días aguantó esta heroína de la fe suspendida por los pies de una horca que se alzaba sobre una fosa casi herméticamente cerrada antes de morir ahogada por el agua.
Su martirio causó gran admiración. Beatificada en 1981, fue canonizada por Juan Pablo II el 18 de octubre de 1987. En 1989 fue declarada patrona de la fraternidad secular agustino-recoleta.
Guillermo el Grande o de Malavalle, nacido en Francia, tras su conversión (1147) practicó la vida eremítica en varios parajes de Toscana. Murió en Malavalle, cerca de Castiglione della Pescaia (Grosseto) el 10 de febrero de 1157. Sus dos últimos discípulos dieron origen a la Orden de San Guillermo que se adhirió a la Orden agustiniana en la Gran Unión de 1256. Poco después se separó, aun cuando algunos de sus religiosos permanecieron en ella. Desde entonces la Orden ha celebrado siempre su memoria. Aprobado su culto entre 1174 y 1181, fue confirmado por Inocencio III en 1202.
El beato Juan (Mantua, hacia 1169 – Mantua 16 de octubre de 1249) de joven se dio a la vida alegre, como juglar de corte. Pero en cumplimiento de un voto que había hecho durante una grave enfermedad, hacia 1210 se retiró a la soledad eremítica. Muy pronto se corrió su fama por la región y se le unieron no pocos discípulos. Así nació la Orden de los Hermanos de Juan Bueno o Juanbonitas, en Botriolo (Cesena). Sus restos mortales se conservan en la catedral de Mantua. Juan brilló por su espíritu de penitencia, confianza en Dios y amor a la Iglesia. Su familia religiosa confluyó en la Orden agustiniana en la Gran Unión de 1256. Sixto IV permitió su culto con la bula «Licet Sedes Apostolica» del año 1483, y, en consecuencia, su nombre fue inscrito en el martirologio romano. En 1672 se concedió a la Orden facultad para celebrar su culto.
Con esta celebración se quiere recordar el periodo del eremitismo de la Orden (siglos XII y XIII) que cabe consider como su prehistoria.
Juan Stone (Canterbury, Inglaterra – 27 de diciembre de 1539) se encontraba en el convento agustino de Canterbury, cuando el 14 de diciembre de 1538 llegó un agente de Enrique VIII con la orden de cerrar la casa. Juan fue el único miembro de la comunidad que se atrevió a declarar «que el rey no puede ser cabeza de la Iglesia de Inglaterra», declarándose dispuesto a afrontar la muerte en defensa de la fe católica. Arrestado y conducido ante el canciller del rey, Cromwell, se negó a retractarse y por ello fue condenado a muerte.
En la cárcel se preparó al martirio, añadiendo penitencias voluntarias al rigor de la prisión. Un año después, el 27 de diciembre de 1539, fue arrastrado hasta una colina de la ciudad de Canterbury, llamada Dane John, donde fue ahorcado y después descuartizado, según el uso del tiempo. Beatificado en 1886, fue canonizado por Pablo VI el 25 de octubre de 1970.
Noviembre
El beato Mariano nació en Barrio de la Puebla de Valdavia (Palencia), el año 1905. Terminados los estudios en los seminarios agustinos de Valladolid y La Vid (Burgos), fue ordenado sacerdote. A los dos años embarcó hacia Brasil donde desplegó una extensa actividad apostólica en el campo de la educación y, sobre todo, en la asistencia diaria a los pobres, los enfermos y los niños.
El P. Mariano fue un santo de lo cotidiano. De carácter firme, pero generoso y sensible. Amable y cercano en la relación personal. Devoto fervoroso de María, enamorado de su sacerdocio y del ministerio sacerdotal, amante de la Eucaristía, que celebraba con singular devoción.
Murió el 5 de abril de 1983 y fue beatificado el 5 de noviembre de 2006 en la catedral de Sâo Paulo (Brasil), por el Cardenal José Saraiva, Prefecto de la Congregación para los Santos.
Sus restos descansan al lado del altar de su querida Virgen de la Consolación, en la Iglesia de san Agustín de Sâo Paulo.
Las Constituciones de Ratisbona, aprobadas el año 1290, mandaban en su capítulo VI, n. 44, «que en todas las comunidades de la Orden se celebrase todos los años el aniversario de nuestros hermanos difuntos, el día siguiente a la octava de los apóstoles Pedro y Pablo», es decir, el 7 de julio. En 1672 la conmemoración fue trasladada al 14 de noviembre, al día siguiente de la fiesta de Todos los Santos de la Orden y, en la reforma de 1975, al 6 de noviembre.
Ante la muerte de los hermanos y hermanas de nuestra Familia, que nos han precedido con el signo de la fe, el amor fraterno se hace oración, y se fortalece nuestra certeza en la resurrección conquistada por Jesucristo.
Gracia (Muo, Kotor, Montenegro, 27 de noviembre de 1438 – Venecia 8 de noviembre de 1508) trabajó de marinero hasta la edad de 30 años. Tras haber escuchado en Venecia el día 8 de noviembre al gran predicador agustino Simón de Camerino, entró en la Orden como hermano laico.
Se distinguió por su humildad, laboriosidad, espíritu de penitencia y amor a la Eucaristía. Sus restos fueron trasladados a Mula, donde se conservan hasta el presente. León XIII confirmó su culto en 1889.
«Entre las Órdenes mendicantes, la sagrada Orden de ermitaños de san Agustín ha sido y continúa siendo fecundada, en el campo de la Iglesia católica, por gracia de Dios, con semillas de virtud, plantas de observancia, flores de sabiduría y frutos exuberantes de santidad en sus religiosos […] Lo que se puede saber de las personas virtuosas no es nada en comparación con lo que Dios obra escondidamente en ellas […] Hay muchos que no hacen milagros, pero no son inferiores a los que los hacen» (Jordán de Sajonia, Vitasfratrum, prólogo).
Hoy, cumpleaños de san Agustín, celebramos en una sola fiesta, junto a los santos y beatos de las tres Órdenes agustinianas reconocidas por la Iglesia, a todos los religiosos y religiosas justos, de toda lengua, raza y nación, cuyos nombres están escritos en el libro de la vida (cf. Ap 7, 9; 20, 12).
Es una acción de gracias a Dios por los dones de santidad que copiosamente ha derramado en la historia de nuestras Órdenes, y una invitación a seguir las huellas de tantos hermanos y hermanas que han tomado en serio el Evangelio y su consagración al Señor.
Federico (Ratisbona [Regensburg], Alemania –29 noviembre de 1329) profesó de agustino laico en el convento, donde en 1290 fueron aprobadas las Constituciones Ratisbonenses. Sus biógrafos ponen de relieve su generosa obediencia, su delicadeza para con los hermanos, su caridad con los pobres y su amor a la Eucaristía. Sus reliquias se veneran en la iglesia ex-agustiniana de Ratisbona. Pío X confirmó su culto en 1909.
Diciembre
La Orden de Agustinos Recoletos surge en el siglo XVI, cuando algunos religiosos agustinos, bajo el impulso del Espíritu Santo, por un especial carisma colectivo, desearon vivir su vida consagrada con renovado fervor y nuevas normas al servicio de la Iglesia.
El Capítulo de la Provincia de Castilla, celebrado en Toledo el 5 de diciembre de 1588, determinó que en algunas casas se viviera este nuevo modo de vida. A los pocos años de iniciarse la recolección, en 1605, parte la primera expedición misionera a Filipinas.
Los agustinos recoletos son herederos de la forma de vida suscitada por San Agustín (354-430) y asumida en el siglo XIII con espíritu mendicante por la Orden de San Agustín (Gran Unión de 1256). Después de más de tres siglos de historia, en 1912, fueron reconocidos por la Iglesia como orden religiosa autónoma.
Los agustinos recoletos, viviendo la vida fraterna en comunidad, quieren seguir a Cristo, casto, pobre y obediente; buscan la verdad y están al servicio de la Iglesia; se esfuerzan por crecer en la caridad según el carisma de san Agustín y la intensidad propia de la Recolección, movimiento de interioridad y radicalidad evangélica.