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Castaño: “En el pueblo de Roldanillo hubo el año pasado 70 asesinatos de jóvenes por el narcotráfico”

La diócesis de Cartago forma parte de la provincia eclesiástica de Cali, al norte del Valle del Cauca. Limita con las diócesis de Pereira, Armenia, Buga y Chocó. Con esta última hay una frontera común muy difícil debido a la situación de violencia causada por el narcotráfico. Su ubicación es estratégica por la salida al Pacífico. Es una diócesis relativamente joven. Están celebrando los 50 años de su erección por el papa Juan XXIII, en 1962.

P.- ¿Podría darnos algunos datos de Cartago?
R.- La parroquia más lejana está a tres horas por carretera, es muy diferente a otras diócesis colombianas donde las extensiones son mucho mayores para un número reducido de sacerdotes. Cartago cuenta con un clero relativamente joven, con una edad media de 43 años. Yo tengo que atender 16 municipios y unos 400.000 habitantes, más o menos. Tengo 83 sacerdotes en este momento. El último grupo de ordenaciones, por el año jubilar, fue de cinco sacerdotes, y el año entrante tendremos dos ordenaciones más. Tenemos seminario propio, y el número de seminaristas es de unos 40.

Obra social

P.- ¿Puede destacar alguna característica especial de su diócesis?
R.- Hago un homenaje a nuestro primer obispo, monseñor José Gabriel Calderón Contreras (1919-2006), pues todo lo que la diócesis tiene en tierras y en propiedades él lo donó de su patrimonio personal. Una importante obra que él inició es la Corporación Diocesana. Motivado por ayudar a unos indigentes que pasaban por su casa y que no tenían donde vivir. Él prometió construir casas con el patrimonio heredado de su familia, y eso es lo que ha hecho ésta diócesis durante 35 años. Ha logrado construir 12.000 soluciones de vivienda para gente pobre. No conozco otra diócesis del país con una obra social de semejante envergadura.

Violencia

P.- Estando en el entorno de Cali, ¿en qué medida les afecta el narcotráfico?
R.- Debo confesar que nos invade un temor muy grande por los efectos del narcotráfico. Hay nombres que comúnmente se conocen como los grandes capos de la droga y habitan en el valle del Cauca. Al desaparecer muchos de ellos, se crean persecuciones para adquirir liderazgo, y los más afectados suelen ser los jóvenes quienes suelen ver en este camino la realización de una vida fácil y cómoda. Por ejemplo, en el pueblo de Roldanillo hubo el año pasado 70 asesinatos de jóvenes. Otros sectores de violencia en la diócesis, por su ubicación estratégica, son La Unión, Toro y Zarzal. En la pasada Asamblea de la Conferencia Episcopal, tuve la oportunidad de dirigirme al Presidente de la República pidiendo que les brinde a los jóvenes mayores oportunidades de realización, sin limitarse tan sólo a reprimir sus actos violentos.

Ecología

P.- Otro caballo de batalla en muchos países de América es la ecología, sobre todo lo que tiene que ver con la minería, ¿en qué medida les afecta?
R.- La diócesis de Cartago también está empeñada en respetar el equilibrio ecológico. Nosotros tenemos lugares muy ricos en recursos naturales, pero hay que hacer tomar conciencia de que no todo consiste en explotar esas riquezas. También hace falta respetar la naturaleza. Soy testigo de cómo, en la vecina diócesis de Istmina Chocó, se ha abusado de la explotación minera y cómo se han contaminado los ríos que antes eran potables y con abundante pesca, además de la tala indiscriminada de los bosques. Y hay que denunciar también que no todos los que explotan la minería tributan al Estado. En concreto, siendo Chocó uno de los departamentos más ricos en recursos minerales, es también uno de los más pobres en inversión social.

Proceso de paz

P.- En fin, si alguna realidad colombiana está de actualidad en la prensa mundial, son las conversaciones de paz que están teniendo lugar en Oslo y La Habana: ¿qué nos puede decir sobre ello?
R.- La visión oficial del episcopado colombiano la ha presentado el ahora cardenal Rubén Salazar Gómez, en su calidad de presidente de la Conferencia Episcopal. A mí todo esto me crea una serie de inquietudes. Yo, como obispo, trato de ser lo más objetivo posible, y lo que pienso lo digo a título personal, pero hace 20 años éste mismo proceso de paz se inició, también con conversaciones en Oslo y en diversos países europeos, así como en Cuba. Todos queremos la paz, pero lo que no queremos es que se repita la frustración de los anteriores procesos de paz. Y queremos que la justicia se cumpla a cabalidad, pues son muchas familias que por la violencia se han destrozado. No se puede hacer una ley donde todo lo anterior se olvide sin hacerse justicia. Yo también me considero una persona fruto del desplazamiento, pues, cuando era niño, tuve que salir con mi familia del oriente de Antioquia al centro de la capital buscando un mejor ambiente de seguridad. Han sido muchos diálogos fallidos, y esperamos que no se repita.

Obispo y fraile

P.- Los agustinos recoletos tienen en Colombia una historia de más de 400 años, y acaban de celebrar tres siglos y medio de su llegada a Casanare. Son una auténtica institución. ¿Qué nos puede decir del sentimiento suyo para con su Orden?
R.- Como obispo agustino recoleto, quiero expresar la inmensa gratitud que tengo a mi comunidad, porque lo que soy se lo debo a ella; y, a pesar de haber sido llamado al episcopado, no dejo de ser fraile. Retomo la experiencia de nuestro padre san Agustín que, siendo obispo, privilegió la vida fraterna en su diócesis. El primer obispo de esta diócesis, monseñor Calderón, tenía como deseo que algún día la presidiera un obispo agustino recoleto. Pues bien, su deseo hoy se ve cumplido, luego de diez años de su muerte. Él era un obispo muy amante de san Agustín y me admiró la biblioteca agustiniana que encontré al llegar a la diócesis.

Académico

P.- Antes de ser obispo usted poseía en Colombia un destacado perfil intelectual: ¿ha podido seguir cultivándose?
R.- En el seno de la Conferencia Episcopal me corresponde estar al frente del Departamento de Universidades, Cultura y Religión. Y particularmente continúo como presidente de la Academia Colombiana de Historia Eclesiástica. También me unen lazos de afecto y cercanía con el Instituto Caro y Cuervo. A una y otra institución tuvo a bien presentarme el benemérito jesuita Manuel Briceño Jáuregui, fallecido hace justo ahora veinte años, cuando era director de la Academia Colombiana de la Lengua.

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