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Otros 17 jóvenes se preparan durante un mes antes de su consagración definitiva

El monasterio de San Millán de la Cogolla, en el norte de España, atrae un sinnúmero de turistas. Son peregrinos que se desvían un poco del Camino de Santiago, o personas sensibilizadas a los valores culturales, apasionados de la lengua española, amantes de la naturaleza, curiosos en general. Lo cierto es que las estrechas carreteras que se adentran en el valle de San Millán son una continua caravana de coches y autocares. Sobre todo en verano.

Y, en verano también, acude a San Millán otro tipo de visitantes algo más estable, que se entrecruza con los grupos de turistas y curiosos. Son religiosos, religiosos jóvenes, convocados allí para vivir intensamente una experiencia de comunidad en vísperas de su compromiso definitivo. Diecisiete frailes procedentes de China (3) y de toda la geografía americana: Brasil, México, Panamá, Honduras, Perú, Argentina, República Dominicana.

El grupo de jóvenes agustinos recoletos comparte con el turista la curiosidad por el arte y el afán de cultura. Pero, en las cuatro semanas que va a permanecer en San Millán, cultivará sobre todo la raíz de fe que ha florecido en esa maravilla que son los monasterios de Suso y Yuso. Durante un mes ellos continuarán la vida que, a lo largo de siglos, llevaron en San Millán los monjes benedictinos y desde 1878 han mantenido los agustinos recoletos. Ellos podrán comprender desde dentro lo que muchas veces al turista se le escapa.

Espiritualidad y turismo

¿Qué van a hacer allí? Tres cosas básicamente: formarse, convivir y rezar. Recibirán cursos intensivos sobre lo que significa ser agustino recoleto y vivir en comunidad. Y eso tratarán de ponerlo en práctica con compañeros de su misma edad, sí, pero desconocidos muchas veces y hechos a otras costumbres. Y, en fin, para que su experiencia presente y su vida futura sean un éxito que les dé la felicidad, orarán juntos al Señor, que es quien da consistencia a lo que ellos proyectan.

En la enorme superficie del monasterio emilianense, este grupo se mueve en espacios reservados, al margen del recorrido turístico. Pero no será raro que en ocasiones se encuentren. El turista que se tope con ellos considérese dichoso: su visita ha sido completa. Habrá admirado el claustro, la iglesia, el museo, los cantorales, posiblemente la biblioteca… habrá visto en definitiva la esfera del reloj. Y, sobre todo, habrá tenido la suerte de entrever el mecanismo que mueve las agujas, dispara el carillón y da sentido al tiempo.

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