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Teodoro Baztán: Romero, “una persona muy tímida, pero de gran fortaleza interior”

El país

Era el año 1979 y yo acaba de ser elegido prior provincial de la provincia de Nuestra Señora de la Consolación. Tenía que visitar todas las casas de la Provincia, pero especialmente las de El Salvador, por las circunstancias difíciles en que se hallaba el país. Durante las décadas 70 y 80 del siglo pasado, este país centroamericano se había transformado progresivamente en un hervidero social.

La falta de libertades, la brecha abismal entre ricos y pobres, las torturas y asesinatos lo habían puesto al rojo vivo. De hecho se vivía una guerra civil, aunque no fue reconocida oficialmente como tal. La izquierda se organizó en una agrupación que luego sería el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN). El Gobierno, por su parte, movilizó al ejército y a la policía a fin de combatir a la insurgencia.

La comunidad

Los agustinos recoletos habíamos llegado a El Salvador, procedentes de Guatemala, en 1960. Primero, durante unos meses, habíamos trabajado en Mejicanos, en los aledaños de la Capital. Enseguida, ya de modo más estable, en la ciudad de Usulután y en Santiago de María. En esta última ciudad, sede de la diócesis, hicimos incluso nuestros pinitos educativos con un pequeño Colegio Agustiniano.

A partir de 1971 nos concentramos ya en la capital, San Salvador. Llevábamos allí cinco años, en la parroquia de San José, en la parte antigua de la capital. La situación se iba haciendo cada vez más tensa y en 1975 la parroquia fue devorada por un incendio que muchos consideraron provocado.

El humo del incendio oscureció el horizonte de la obra de los recoletos. Las autoridades eclesiásticas no ofrecían sino campos vagos y sin futuro. Ante tales hechos, la Provincia decidió dejar El Salvador. Pero los religiosos presentes sobre el terreno pidieron que se reconsiderara la medida en atención al estado en que se hallaba el país. Se establecieron nuevos contactos con el Arzobispado y, a finales de 1977, tres religiosos pudieron hacerse cargo de la parroquia de la Presentación: una parroquia sin templo ni centro parroquial alguno, a la que muy pronto se añadió la parroquia vecina de la Resurrección, cuyo párroco había sido asesinado.

Diciembre 1979

Por segunda vez viajé a San Salvador a finales de diciembre de 1979. Para estas fechas, ya sólo quedaba allí un agustino recoleto, fray Fermín Moriones, párroco de la Presentación. Fray Plácido Erdozáin había sido expulsado en enero. Y el tercer religioso, Agustín Moriones, había salido por otros motivos.

De la hondura espiritual de monseñor Romero constaba un testimonio escrito en nuestra Curia Provincial de Madrid. Con fecha del 29 de enero, nos había escrito: “La cruz es una realidad cada día mayor en nuestra querida América Latina. Asumirla y darle su verdadero sentido para que los sufrimientos y luchas de nuestro pueblo estén unidos a la cruz redentora de Cristo y descubrir así su verdadero sentido, es nuestra tarea”.

Eran las palabras de un profeta reconocido como tal en el mundo entero. El mismo espíritu que las inspiraba lo reconocí tratando con él en la entrevista que me concedió. Me recibió en el pequeño hospital para cancerosos donde residía; hospital ubicado en los límites de nuestra parroquia. Allí atendió muy amablemente nuestro deseo de encontrarnos con él. La entrevista duró una hora, más o menos. Yo quedé muy impresionado por su personalidad y por las cosas que nos decía. Me pareció una persona muy tímida, pero de una gran fortaleza interior. Se mostró muy agradecido por la labor pastoral de nuestros religiosos, comprometidos, según él, con el pueblo pobre.

El día de San Juan Evangelista, 27 de diciembre, me invitó a ir con él y con una pareja de jóvenes catequistas a pasar el día con las gentes de una comunidad campesina. Confieso que yo iba con mucho miedo por lo que nos podía pasar yendo con él. No ocurrió nada. En el poblado viví otra gran experiencia. Todos querían oírle, tocarle y estar con él. Celebró la eucaristía, bautizó a varios niños, casó a algunas parejas… Lo sentían cercano, dialogante y muy amable con todos. Ese día fue una verdadera fiesta.

Lo mataron tres meses más tarde, el 24 de marzo de 1980. El suyo fue un martirio que finalmente la Iglesia acaba de reconocer.

La última visita

Volví a El Salvador por última vez en marzo de 1981. Iba conmigo el secretario provincial, Jesús J. Zoco, e íbamos con la encomienda de entregar la parroquia al sucesor de Romero, monseñor Ribera y Damas. El ambiente era muy tenso y difícil. La noche siguiente a nuestra llegada, mataron al chófer que nos había recogido en el aeropuerto. Ya no quedaba ningún religioso nuestro en el país. Al último, fray Fermín Moriones, las fuerzas del Gobierno no le habían permitido regresar. Entregamos la parroquia el día 11 de marzo de 1981. También monseñor Ribera y Damas reconoció y agradeció la presencia y labor de nuestros religiosos, durante más de 20 años, en el República de El Salvador.