Una palabra amiga

El hombre, el hijo

El arzobispo agustino recoleto deĀ Los Altos, Quetzaltenango ā€“ TotonicapĆ”n (Guatemala), Mons. Mario Alberto Molina, reflexiona sobre la Palabra de Dios de este domingo 15 de septiembre

Acabamos de escuchar un pasaje evangĆ©lico largo. Han sido tres parĆ”bolas que tienen estos rasgos en comĆŗn. Las tres son la respuesta que JesĆŗs da a los fariseos y escribas que lo critican, porque deja que se le acerquen publicanos y pecadores. Recibe a los peca-dores y come con ellos. En las tres parĆ”bolas algo se pierde, se aleja: una oveja, una moneda, un hijo. En las tres parĆ”bolas, eso perdido se vuelve a recuperar y su hallazgo es motivo de una gran alegrĆ­a y de fiesta. Al concluir cada una de las dos primeras parĆ”bolas, JesĆŗs explica claramente que la alegrĆ­a del pastor por haber encontrado su oveja perdida y la alegrĆ­a de la mujer por hallar la moneda extraviada son ejemplo de cĆ³mo es la alegrĆ­a de Dios en el cielo cuando un pecador vuelve a Ć©l y se arrepiente. La tercera parĆ”bola es mucho mĆ”s larga incluso que las dos primeras juntas. Aunque comparte con las dos primeras el esquema de algo que se pierde y se vuelve a encontrar, lo que es motivo de una fiesta, la tercera parĆ”bola se diferencia de las dos primeras, porque es un relato, en el que actĆŗan varios personajes, uno de los cuales claramente representa a Dios. Por lo tanto, esta tercera parĆ”bola explica los significados que quedaron latentes en las dos primeras parĆ”bolas.

El mensaje que JesĆŗs quiere transmitir a los fariseos y escribas que lo critican es que ellos estĆ”n muy equivocados acerca de cĆ³mo es Dios. SegĆŗn ellos, la santidad de Dios exigirĆ­a el rechazo y la destrucciĆ³n de los pecadores. Si JesĆŗs es el enviado de Dios, deberĆ­a mantenerse lejos de los pecadores para no manchar la santidad de Dios. JesĆŗs responde que la santidad de Dios no se manifiesta ahora en la ira que destruye al pecador. La santidad de Dios se manifiesta ahora en su misericordia por la que Ć©l se acerca y acoge al pecador y despertar asĆ­ en Ć©l la actitud de arrepentimiento. Dios incluso tiene paciencia con el pecador recalcitrante. Ciertamente llegarĆ” el dĆ­a en que Dios manifestarĆ” su ira; pero ahora es el tiempo de su misericordia. Y la misericordia de Dios es tal, que cuando mueve al pecador y este se arrepiente, ella se transforma en fiesta y alegrĆ­a.

Para acompaƱar este evangelio, se nos ha propuesto un pasaje del libro del Ɖxodo. El pueblo de Israel, que acaba de salir de Egipto peca contra Dios. Se fabrica un toro de oro para representarlo, cosa que el SeƱor ha prohibido. A causa de ese pecado, Dios ha dispuesto descargar su ira y destruir al pueblo pecador. Deja que mi ira se encienda contra ellos hasta consumirlos, le dice Dios a MoisĆ©s, como si le pidiera permiso. Pero MoisĆ©s argumenta con Dios para recordarle que descargar ahora su ira irĆ­a contra sus propios planes y juramentos de hacer de Israel un gran pueblo. La intercesiĆ³n de MoisĆ©s logra que prevalezca la misericordia y el perdĆ³n de Dios. MoisĆ©s se convierte asĆ­ en anticipo de lo que harĆ” JesĆŗs. Jesucristo no solo convence a Dios para que prevalezca su misericordia sobre su ira, sino que su misiĆ³n consiste en hacer operativa la misericordia de Dios hacia los pecadores. LlegarĆ” el tiempo de la ira de Dios contra los pecadores rebeldes, renegados y recalcitrantes, endurecidos y obstinados. Pero ahora, ahora, es el tiempo de laĀ misericordia, por la que Dios invita a los pecadores al arrepentimiento para acogerse a su perdĆ³n. Los escribas y los fariseos desconocen los tiempos y modos de Dios. Posiblemente en algĆŗn momento nosotros tambiĆ©n.

Los protagonistas de la tercera parĆ”bola son tres, el padre, que representa a Dios, y sus dos hijos, que representan cada uno un modo peculiar de relacionarse con Dios. El hijo menor representa al pecador que pretende alcanzar su verdadera libertad viviendo lejos del padre, lejos de Dios. Me llama la atenciĆ³n que, para irse lejos del padre, el hijo le pide la parte de la herencia que le corresponde. Si no querĆ­a saber nada del padre, deberĆ­a haberse ido sin nada. AdemĆ”s, su felicidad e independencia en un paĆ­s extraƱo va a durar mientras le dure la herencia. UtilizarĆ” los bienes recibidos para vivir de una manera disoluta y mal-gastar lo que recibiĆ³. Cuando se le acabĆ³, entonces comenzĆ³ a sentir necesidad y se vio en la urgencia de buscar trabajo. La herencia es la dignidad personal, el sentido de vida, la identidad como hijo de Dios, la alegrĆ­a y la santidad recibida de Dios. Quien se implica en el vicio, el placer, los malos negocios acaba perdiendo toda esa herencia y acaba encontrĆ”ndose vacĆ­o y sin sentido.

Pero la vuelta del hijo estĆ” motivada, no solo por la necesidad extrema que padece, sino por el recuerdo de cĆ³mo trata el padre a sus trabajadores. Ā”CuĆ”ntos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquĆ­ me estoy muriendo de hambre! La bondad y generosidad del padre motiva al hijo indigente a pensar en la posibilidad de regresar, no como hijo, pues perdiĆ³ el derecho, sino como un trabajador. AsĆ­ es el arrepentimiento al que Dios nos llama. El arrepentimiento no surge solo del hastĆ­o con el propio pecado, sino del recuerdo de que con Dios y su misericordia vamos a estar mejor. La misericordia de Dios suscita el arrepentimiento del pecador. No es el arrepentimiento del pecador el que despierta la misericordia de Dios. El hombre, que iba con la intenciĆ³n de ser recibido como jornalero, fue recibido como hijo.

El hijo mayor entra en escena cuando ya su hermano menor ha vuelto a casa y ha comenzado la celebraciĆ³n por su retorno. Cuando se acerca y oye la mĆŗsica de la fiesta, no entra a averiguar lo que pasa, como serĆ­a propio de uno que considerara la casa como propia. Este hombre llama a un criado para que le explique lo que ocurre. Cuando se entera, le viene el disgusto. La noticia despierta en Ć©l la recriminaciĆ³n y el rechazo. El hombre se resiste a entrar. Vive con su padre, comparte sus bienes, pero no se identifica con Ć©l. Es el sentimiento que tienen los fariseos y escribas que critican a JesĆŗs. TambiĆ©n el padre sale a invitarlo y a comunicarle las razones por las que debe alegrarse. El hijo se resiste. La parĆ”bola queda abierta. No sabemos si entrĆ³ o no entrĆ³ a la casa para alegrarse por la vuelta de su hermano. Los fariseos y los escribas y tambiĆ©n nosotros debemos tomar la decisiĆ³n de si alegrarnos porque Dios es misericordioso y perdona, o alejarnos de ese Dios bueno, porque hemos querido comprarle a Dios su favor con una vida de obediencia y autojustificaciĆ³n, y nos enoja que otros obtengan gratuitamente su favor.

Mons. Mario Alberto Molina OAR
Arzobispo de Los Altos, Quetzaltenango ā€“ TotonicapĆ”n (Guatemala)

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