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Vivir la pobreza: gracia y reto

Vivir la pobreza: gracia y reto

«¡Felices vosotros, los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!» (Lc 6,20)

El papa Francisco nos invitaba a los agustinos recoletos “a mantener con espíritu renovado el sueño de san Agustín de vivir como hermanos «con un solo corazón y una sola alma» (Regla 1, 2)”. Y explicaba: un sueño “que refleje el ideal de los primeros cristianos y sea profecía viviente de comunión en este mundo nuestro, para que no haya división, ni conflictos ni exclusión, sino que reine la concordia y se promueva el diálogo”[1].

A ese sueño quisiera que volviéramos. Les invito a soñar, una vez más, junto con san Agustín. Porque en ese sueño nos va la felicidad. El Señor nos quiere felices, a ello nos llama y es lo que nos manda anunciar. Nos podemos preguntar: ¿Qué tendríamos que hacer para ser más felices? ¿Qué tendría que hacer yo para que el sueño de Agustín se haga realidad? Con frecuencia nos perdemos en el laberinto de las ideas, ideologías y relatos. Busquemos tiempos y espacios para escuchar en el silencio. Dejemos que las palabras que Jesús proclamó desde el monte resuenen en la llanura de nuestra vida y lleguen a nuestro corazón: “¡Felices los pobres en el espíritu, de ellos es el Reino de los cielos!” (Mt 5,3).

Efectivamente, en la primera de las Bienaventuranzas Jesús de Nazaret propone un camino de felicidad. ¡Podemos ser pobres y ser muy felices! Descubramos nuevos horizontes: el pobre deja su vida en manos de Dios, vive de esperanza, se siente siempre agradecido, prefiere necesitar poco a tener mucho; tiene la libertad y la audacia de los profetas; no tiene miedo, porque nada tiene que perder. El pobre de verdad sencillamente ama, sirve, habla con libertad, es profundamente solidario y comparte con alegría. El pobre, aun en el sufrimiento, experimenta la verdadera alegría.

Se me pidió preparar un documento sobre la pobreza[2]. Respondiendo a esta petición, les propongo considerar la pobreza en su dimensión vivencial, como seguimiento de Jesús de Nazaret y experiencia liberadora en nuestra vida y en nuestra misión. La pobreza, como la vida misma, es sencilla y compleja, requiere tomar opciones para integrarla en la propia “unidad personal”. La pobreza está arraigada en nuestro corazón, en la vida de cada uno de nosotros, en nuestras relaciones con Dios, con los demás y con toda la Creación. Dejemos que resuene una vez más la llamada a seguir a Cristo pobre, desde la vocación y carisma que hemos recibido; mi deseo es proponerles encarnar esta vivencia en el contexto actual, con sus riesgos, desafíos y oportunidades. Les sugiero un cambio de paradigma: pasar del afán de poseer y consumir a vivir con gratitud la pobreza y la sobriedad evangélicas.

En la exposición parto de la primera de las Bienaventuranzas: “¡Felices los pobres!”. En segundo lugar, les propongo vivir con coherencia y alegría la opción de pobreza que hemos profesado. El capítulo tercero quiere ser una breve consideración sobre san Agustín, la historia de la Orden y nuestras Constituciones. En el capítulo cuarto sugiero algunas disposiciones para vivir la pobreza, la opción preferencial por los pobres, repensar la economía y la relación de la pobreza con la ecología. En el capítulo quinto apunto unas orientaciones concretas para vivir hoy la pobreza personal e institucional. Y termino con una invitación a la gratitud y a la esperanza.

1. “¡Felices los pobres!”

“¡Felices los pobres!”, dice Jesús a los hombres y mujeres de todos los tiempos. Y nos lo dice hoy también a nosotros, en este cambio de época que vivimos. Lo dice a una Humanidad vulnerable, que busca ansiosamente la seguridad, el bienestar y la felicidad. Es evidente que todos deseamos ser felices, buscamos la felicidad[3].

Las Bienaventuranzas responden al deseo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón humano para atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer. Lo enseña san Agustín, cuando se pregunta: “¿Por qué te busco, Señor?”. La respuesta que se da es tajante: “Porque al buscarte, Dios mío, busco la vida feliz”. Y de ahí nace su petición: “Haz que te siga buscando, para que mi alma viva; porque mi cuerpo vive de mi alma, y mi alma de ti”[4].

Necesitamos acercarnos a Jesús o, mejor, dejarnos encontrar por él, escuchar su palabra y abrir nuestro corazón para intuir que del amor a Cristo surge una pobreza que brota del fondo del corazón, una actitud de pobreza que nos libera del egoísmo, nos acerca al Dios de la vida y nos hace solidarios con los pobres de este mundo.

1.1. El espíritu de las Bienaventuranzas

Jesús de Nazaret anuncia la buena noticia del Reino a los pobres y a los pecadores. Jesús mismo opta por ser pobre y se acerca a los pobres para manifestarles el amor, la misericordia y el perdón de Dios. Y los llama «felices». Jesús hace una propuesta exigente a aquellos que quieren seguirle: “No podéis servir a Dios y al dinero” (Lc 16,13). Su palabra profética se opone a la felicidad de los ricos y poderosos, y al deseo de tantas personas por acumular riquezas.

“Un camino sorprendente –reconoce el papa Francisco–, y un extraño objeto de bienaventuranza, éste de la pobreza”[5]. Y afirma: “Jesús manifiesta la voluntad de Dios de conducir a los hombres a la felicidad. Este mensaje estaba ya presente en la predicación de los profetas: Dios está cerca de los pobres y de los oprimidos y les libera de los que les maltratan. Pero en esta predicación, Jesús sigue un camino particular: comienza con el término “bienaventurados”, es decir, felices; prosigue con la indicación de la condición para ser tales; y concluye haciendo una promesa. El motivo de las Bienaventuranzas, es decir de la felicidad, no está en la condición requerida –“pobres de espíritu”, “afligidos”, “hambrientos de justicia”, “perseguidos”–, sino en la consiguiente promesa, que hay que acoger con fe como don de Dios. Se comienza con las condiciones de dificultad para abrirse al don de Dios y acceder al mundo nuevo, el “Reino” anunciado por Jesús. No es un mecanismo automático, sino un camino de vida para seguir al Señor, para quien la realidad de miseria y aflicción es vista en una perspectiva nueva y vivida según la conversión que se lleva a cabo. No se es bienaventurado si no se convierte, para poder apreciar y vivir los dones de Dios”[6].

¿A quién se refiere Jesús cuando declara felices a los pobres? Según Lc 6,20, son felices los pobres en sentido social; mientras que en Mt 5,3 lo son los pobres “de espíritu”, o sea los humildes, que no confían en sus riquezas, sino solo en Dios Padre.

En Mateo, Jesús proclama las Bienaventuranzas desde un monte. Éstas, colocadas al comienzo del ministerio de Jesús, constituyen el primero de sus cinco grandes discursos, que adquiere un carácter programático del conjunto del Evangelio. En el “sermón del monte”, el primero de los evangelistas hace una presentación solemne de las Bienaventuranzas, que son como la nueva ley. Jesús es el nuevo Moisés en un nuevo Sinaí, que ya no propone un camino de esfuerzo voluntarista, sino un nuevo estilo de vida que sólo Dios puede conceder y que, por tanto, debe ser pedido en la oración.

Lucas, por su parte, coloca las Bienaventuranzas en el llamado “sermón de la llanura”. Es un sermón más breve, y en él también hay cierta alusión a Moisés que, al bajar de la montaña, se encuentra con el pueblo que ha venido a escucharle, necesitado de salvación. Jesús se acerca a este pueblo, perdona su pecado, cura sus enfermedades, salva e instaura el Reino de Dios. El mensaje de Jesús va dirigido a la comunidad de creyentes; su carácter exhortativo queda acentuado por el uso de la segunda persona y, en general, por el relieve que se da a los pobres en este sermón de la llanura[7].

En la lógica de Lucas será necesario corregir las estructuras injustas, compartir los bienes materiales, transformar el orden económico, para que los pobres tengan lo que les pertenece según justicia. En este Evangelio encontramos las mismas exigencias de justicia social que en los profetas. En la lógica de Mateo, en cambio, se exige una nueva actitud hacia el poseer. Este evangelista pide reconocer que, ante Dios, todos somos pobres; quiere que se acepte depender de Dios y que el hombre sea valorado por lo que es, y no por lo que tiene[8].

El papa Francisco profundiza todo esto cuando se pregunta qué se entiende por “pobre” en el Evangelio: “Si Mateo usara sólo esta palabra, entonces el significado sería simplemente económico, es decir, indicaría a las personas que tienen pocos o ningún medio de sustento y necesitan ayuda de los demás. Pero el Evangelio de Mateo, a diferencia de Lucas, habla de «pobres de espíritu». ¿Qué quiere decir? El espíritu, según la Biblia, es el soplo de la vida que Dios comunicó a Adán; es nuestra dimensión más íntima, digamos la dimensión espiritual, la más íntima, aquella que nos hace personas humanas, el núcleo profundo de nuestro ser. Entonces los «pobres de espíritu» son aquellos que son o se sienten pobres, mendicantes, en lo profundo de su ser. Jesús los proclama bienaventurados, porque a ellos les pertenece el Reino de los cielos”[9].

Reconoce el Papa que “pobreza” es una palabra que siempre crea dificultad; y, para fundamentar mejor su «teología de la pobreza», recurre a la enseñanza de san Pablo en 2 Cor 8,1-9: “«Jesucristo, de rico que era –de la riqueza de Dios– se ha hecho pobre», se ha abajado por nosotros. De donde se deduce el significado de la primera Bienaventuranza: «Felices los pobres de espíritu». Es decir, «ser pobre es dejarse enriquecer por la pobreza de Cristo y no querer ser rico con otras riquezas que no sean las de Cristo; es hacer lo que hizo Cristo». No es sólo hacerse pobres, sino que se trata de dar «un paso más», porque –dice– «el pobre me enriquece»”[10].

Los pobres, en sentido evangélico, mantienen viva la meta del Reino de los cielos y manifiestan ya en este mundo la felicidad que viene de Dios. Afirma el papa Francisco: “La felicidad de los pobres en espíritu tiene una doble dimensión: en lo relacionado con los bienes y en lo relacionado con Dios. Respecto a los bienes materiales esta pobreza de espíritu es sobriedad: no necesariamente renuncia, sino capacidad de gustar lo esencial, de compartir; capacidad de renovar cada día el estupor por la bondad de las cosas, sin sobrecargarse en la monotonía del consumo voraz. Más tengo, más quiero; más tengo, más quiero. Este es el consumo voraz y esto mata el alma… En lo relacionado con Dios es alabanza y reconocimiento que el mundo es bendición y que en su origen está el amor creador del Padre. Pero es también apertura a Él, docilidad a su señoría, Él es el Señor, es Él el grande. No soy yo el grande porque tengo muchas cosas. Es Él el que ha querido que el mundo perteneciera a los hombres, y lo ha querido así para que los hombres fueran felices”[11].

Y, bajando ya a la realidad concreta de la vida cotidiana, afirma Francisco que, «cuando damos una ayuda a los pobres, no hacemos cristianamente obras de beneficencia». Ciertamente, estamos ante un acto «bueno», un acto «humano»; pero «esto no es la pobreza cristiana, que Pablo quiere, la que él predica». “Pobreza cristiana” significa «que yo doy de lo mío, y no sólo de lo superfluo sino incluso de lo necesario, al pobre, porque sé que él me enriquece». Y ¿por qué me enriquece el pobre?, se pregunta; a lo que responde: «Porque Jesús dijo que Él mismo está en el pobre»[12].

Los que sufren la pobreza material y humana son pobres ante Dios y ante los hombres. En este sentido la pobreza del indigente es un mal, y su grito llega al corazón del Padre. La respuesta del Padre es Jesucristo y su Reino de justicia y de paz. Son pobres los que son víctimas de la injusticia, están marginados por la sociedad, pasan necesidad en su enfermedad y soledad; son pobres, los que carecen de los bienes necesarios para vivir con dignidad. Son pobres, también, los que psicológicamente se atormentan y viven amargados; los que son víctimas de su codicia y sus obsesiones, los que se encierran tanto en sí mismos que no conocen la misericordia de Dios ni son capaces de compadecerse de los demás.

En definitiva, pobres son todos los que llenan el gran hospital del mundo que describía a sus fieles el Obispo de los Pobres, santo Tomás de Villanueva: “Este mundo, a modo de gran hospital, está lleno de personas necesitadas y de pobres… No penséis que son sólo pobres aquellos a los que así llamáis, y a quienes dais comida y vestido. ¿Acaso no es más pobre quien no tiene fe, sabiduría, juicio, sindéresis, razón ni sentido? ¿Te compadeces de las heridas en el cuerpo y no de las úlceras que se llevan en el alma? Abre los ojos y, mires por donde mires, distinguirás a multitud de personas que necesitan tu ayuda”[13].

A todos ellos Jesús les anuncia el amor del Padre, la liberación, la paz y la esperanza de ser felices a pesar de su desgracia.

“Pobre de espíritu”, en cambio, es aquel que tiene el mismo espíritu que animó a Jesús. No es el rico que pone su corazón en las riquezas. Ni el pobre con mentalidad de rico. Es el pobre que, como Jesús, piensa en los pobres, reconoce su valor, se acerca a ellos, con su amor les manifiesta el amor del Padre y da su vida por ellos. Pobre de espíritu es María, la madre de Jesús; ella proclama la misericordia del Señor, su espíritu se alegra en Dios, su salvador. Se siente dichosa y agradecida, porque el Señor ha mirado la pequeñez y la pobreza de su esclava, ha derribado del trono a los poderosos y enaltecido a los humildes (cf. Lc 1, 46-55). María en el Magnificat sintetiza la esperanza y la espiritualidad mesiánica de los pobres de Yahvé.

1.2. La pobreza en una Iglesia en salida

Para plantearnos adecuadamente la pobreza en la Orden y su vivencia, es necesario situarnos en la Iglesia, que es esencialmente evangelizadora, misionera. Con toda sencillez nos lo decía el papa Francisco a los superiores generales: “La Iglesia ha nacido en salida. Estaba encerrada en el cenáculo y, después, salió. Y debe permanecer en salida. No debe volver a encerrarse en el cenáculo. Jesús quiso que fuese así. Y «fuera» significa lo que yo llamo «periferias», existenciales y sociales. Los pobres existenciales y los pobres sociales impulsan a la Iglesia a salir fuera de sí”[14].

Ya el Concilio Vaticano II proponía la pobreza como camino de seguimiento de Cristo: “Así como Cristo realizó la obra de la redención en pobreza y persecución, también la Iglesia está llamada a seguir el mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación”[15]. Por fidelidad a su origen y misión, la Iglesia no puede caer en la tentación de atrincherarse en espacios de influencia y de poder políticos ni en populismos efímeros. “De ahí, su llamada a colaborar no sólo con todo aquello que de positivo hay en las gentes de buena voluntad, sino a iniciar y promover, en colaboración honesta y leal, procesos de largo recorrido que pueden desarrollar y perfeccionar el desarrollo humano integral”[16].

Francisco no hace más que seguir la enseñanza del Concilio al presentar el camino de Cristo en este mundo como fundamento del camino de la Iglesia.  “El corazón de Dios tiene un sitio preferencial para los pobres, tanto que hasta Él mismo se hizo pobre (cf. 2 Cor 8, 9). Todo el camino de nuestra redención está signado por los pobres: Jesús nació en un pequeño pueblo perdido en la periferia de un gran imperio, nació en un pesebre, creció en un hogar de sencillos trabajadores, él mismo trabajó para ganarse el pan. Cuando comenzó a anunciar el Reino, lo seguían los desposeídos, y así manifestó lo que él mismo dijo: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido. Me ha enviado para anunciar el Evangelio a los pobres» (Lc 4, 18). A los que estaban cargados de dolor, agobiados de pobreza, les aseguró que Dios los tenía en el centro de su corazón: «¡Felices vosotros, los pobres, porque el Reino de Dios os pertenece!» (Lc 6, 20); con ellos se identificó: «Tuve hambre y me disteis de comer», y enseñó que la misericordia hacia ellos es la llave del cielo (cf. Mt 25, 35s)”[17].

En consecuencia, todos nosotros seremos juzgados por nuestra relación con los pobres. “Y si yo, hoy, ignoro a los pobres, los dejo de lado, creo que no están ahí, el Señor me ignorará el día del juicio. Cuando Jesús dice: «Tienen a los pobres siempre con ustedes», quiere decir: «Siempre estaré contigo en los pobres. Estaré presente allí». Y esto no es ser comunista, es el centro del Evangelio: seremos juzgados por esto”[18].

No es ésta una cuestión de ahora, ni una moda, ni una corriente pasajera. El Espíritu siempre ha suscitado en la Iglesia voces proféticas que despertaban las conciencias, y ha movido el corazón de hombres y mujeres que, como buenos samaritanos, se han acercado al que sufre y al que está abandonado en el camino. Ahora, el papa Francisco invita a la Iglesia universal y a cada Iglesia particular a entrar en “un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma”[19], lo cual exige oración, estudio, reflexión y capacidad para escuchar y dialogar. Y nosotros, en cuanto Orden, podemos decir que también necesitamos con urgencia un proceso de discernimiento y transformación misionera, un proceso que pase por la pobreza evangélica y la solidaridad con los pobres. Un proceso que requiere apertura al Espíritu y disponibilidad para una conversión personal, comunitaria y ecológica.

2. Optamos por seguir a Cristo pobre

En la Iglesia, todos estamos llamados a seguir a Jesús. La llamada y el encuentro con él se hacen camino, un camino de fe y amor que da profundidad y sentido a toda la vida. El encuentro con Jesús nos lleva a experimentar el amor del Padre, inspira nuestro deseo de amar y servir, propaga la fuerza humanizadora del Evangelio y nos hace sentir felices. “Las Bienaventuranzas revelan un orden de felicidad y de gracia, de belleza y de paz. Jesús celebra la alegría de los pobres, a quienes pertenece ya el Reino (Lc 6,20)”[20].

2.1. El camino de las Bienaventuranzas

Seguir a Jesús es optar por el camino que él siguió y entender la propia vida en clave de misterio pascual. “El camino de las Bienaventuranzas es un camino pascual que conduce de una vida según el mundo a una vida según Dios, de una existencia guiada por la carne –es decir, por el egoísmo– a una guiada por el Espíritu”[21].

Las Bienaventuranzas son un don de la misericordia del Padre, la promesa de una gracia de transformación interior, de un corazón nuevo. La propuesta de Jesús es mucho más exigente que la antigua Ley: no se contenta con un comportamiento exterior correcto, sino que pide una verdad, una pureza, una sinceridad que comprometen la profundidad del corazón humano: «Si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos» (Mt 5,20). Acoger el Evangelio significa ir directamente a la profundidad, a la simplicidad, la unidad de toda la vida humana, percibir su sentido último y comprender así las condiciones de la verdadera felicidad. Al considerar las Bienaventuranzas, hay que contemplar la segunda parte de cada una, qué gracia nos ofrece: poseer el Reino, ser consolado, recibir la tierra en herencia, ser saciado, obtener misericordia, ver a Dios, ser llamado hijo de Dios; son nombres distintos de la felicidad. «Vosotros seréis bienaventurados cuando os injurien y persigan y os calumnien por mi causa. Alegraos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos» (Mt 5, 11-12)[22].

“En el seguimiento de Jesucristo, aprendemos y practicamos las Bienaventuranzas del Reino, el estilo de vida del mismo Jesucristo: su amor y obediencia filial al Padre, su compasión entrañable ante el dolor humano, su cercanía a los pobres y a los pequeños, su fidelidad a la misión encomendada, su amor servicial hasta el don de su vida. Hoy contemplamos a Jesucristo tal como nos lo transmiten los evangelios para conocer lo que Él hizo y para discernir lo que nosotros debemos hacer en las actuales circunstancias”[23].

2.2. Somos Profetas del Reino

El Señor llama a seguirle y a formar parte de la Iglesia. En ella todos los fieles, en virtud de su regeneración en Cristo, participan de una dignidad común; todos son llamados a la santidad; todos cooperan en la misión de la Iglesia, cada uno según su propia vocación y el don recibido del Espíritu (cf. Rm 12, 38). “La igual dignidad de todos los miembros de la Iglesia es obra del Espíritu. Sin embargo, también es obra del Espíritu la variedad de formas. Él constituye la Iglesia como una comunión orgánica en la diversidad de vocaciones, carismas y ministerios”[24]. La Iglesia rejuvenece y manifiesta su vitalidad por el poder del Evangelio, y el Espíritu continuamente la renueva, edificándola y guiándola «con diversos dones jerárquicos y carismáticos»[25].

En comunión con la Iglesia recordemos con gratitud la multitud de formas históricas de vida consagrada, suscitadas por el Espíritu y todavía presentes hoy en la Iglesia. Éstas aparecen como un árbol lleno de ramas que hunde sus raíces en el Evangelio y da frutos copiosos en cada época de la Iglesia[26]. Entre estas formas históricas se encuentran las órdenes y congregaciones religiosas con su propio carisma y su misión.

El carisma no es un ente abstracto ni una bella teoría del pasado para evadirse de la radicalidad evangélica. “Los carismas en la Iglesia –afirma el papa Francisco– no son algo estático o rígido, no son «piezas de museo». Son más bien ríos de agua viva (cf. Jn 7, 37-39) que corren por el terreno de la historia para regarla y hacer germinar las semillas del bien. A veces, a causa de una cierta nostalgia estéril, podemos sentir la tentación de hacer «arqueología carismática». ¡No suceda que cedamos a esta tentación! El carisma es siempre una realidad viva y como tal está llamada a dar sus frutos, como nos enseña la parábola de las monedas de oro que el rey entrega a sus siervos (cf. Lc 19, 11-26), para crecer en fidelidad creativa, como nos recuerda constantemente la Iglesia”[27]. El carisma es la gracia que fluye del Espíritu y llega cada día a nuestro corazón para configurar nuestro modo de amar, de vivir y de servir. Acoger el propio carisma con fidelidad es abrirse a la acción creadora del Espíritu, que siempre renueva y santifica nuestra vida y nuestra misión.

Los religiosos están llamados a ser signo profético de la santidad de la Iglesia. Viviendo el propio carisma, quieren hacer presente “el género de vida que el Hijo de Dios tomó cuando vino a este mundo para cumplir la voluntad del Padre, y que propuso a los discípulos que le seguían”[28]. Mediante su consagración por la profesión de los consejos evangélicos, los religiosos desean tener los mismos sentimientos que tuvo Cristo, el cual «se anonadó a sí mismo tomando la forma de esclavo…, hecho obediente hasta la muerte» (Flp 2, 7-8), y por nosotros «se hizo pobre, siendo rico» (2 Co 8, 9). Con humildad y movidos por el Espíritu, “siguen más de cerca el anonadamiento del Salvador y dan un testimonio más evidente de él al abrazar la pobreza en la libertad de los hijos de Dios”[29].

El Magisterio y la reflexión teológica posteriores al Concilio han profundizado en el seguimiento de Jesús y la llamada a vivir el amor en plenitud[30], la vida fraterna en comunidad[31], el sentido escatológico de los consejos evangélicos[32], los carismas y la misión evangelizadora[33]. Y han reflexionado igualmente sobre la dimensión profética de la vida consagrada. Porque el religioso promete libremente vivir la pobreza evangélica según el propio carisma, sí, pero siempre buscando “la pobreza voluntaria abrazada por el seguimiento de Cristo, del que, principalmente hoy, constituye un signo muy estimado”[34].

“El consejo evangélico de pobreza, a imitación de Cristo, que, siendo rico, se hizo indigente por nosotros, además de una vida pobre de hecho y de espíritu, esforzadamente sobria y desprendida de las riquezas terrenas, lleva consigo la dependencia y limitación en el uso y disposición de los bienes, conforme a la norma del derecho propio de cada instituto”[35]. El talante propio que imprime el carisma no diluye la radicalidad de la pobreza; antes bien, la encarna y concreta en un modo común de vivirla, y la integra en el modo de ser y en el modo de actuar de cada religioso.

San Juan Pablo II lo ha desarrollado especialmente en la Exhortación apostólica Vita consecrata, donde afirma, que, “antes aún de ser un servicio a los pobres, la pobreza evangélica es un valor en sí misma, en cuanto evoca la primera de las Bienaventuranzas en la imitación de Cristo pobre. Su primer significado, en efecto, consiste en dar testimonio de Dios como la verdadera riqueza del corazón humano. Pero, justamente por esto, la pobreza evangélica contesta enérgicamente la idolatría del dinero, presentándose como voz profética en una sociedad que, en tantas zonas del mundo del bienestar, corre el peligro de perder el sentido de la medida y hasta el significado mismo de las cosas”[36].

Éste es, en fin, uno de los temas preferidos del papa Francisco: “Espero que «despertéis al mundo», porque la nota que caracteriza la vida consagrada es la profecía. Como dije a los superiores generales, «la radicalidad evangélica no es sólo de los religiosos: se exige a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de modo profético». Esta es la prioridad que ahora se nos pide: Ser profetas como Jesús ha vivido en esta tierra. Un religioso nunca debe renunciar a la profecía”[37].

La pobreza de Jesús se prolonga en la existencia de aquellos que, siendo pobres, se unen más íntimamente al cuerpo de Cristo quien, como Señor, es cabeza de los pobres[38]. Con su pobreza consagrada los religiosos testimonian una calidad de vida verdaderamente humana que relativiza los bienes temporales, ya que sólo Dios puede llenar el corazón. La sencillez, la sobriedad y la austeridad de vida de las personas consagradas, confieren a éstas una total libertad en Dios”[39].

Nada ni nadie puede ocupar la centralidad que sólo se debe a la adhesión de la persona a Cristo. Y a partir de esta consideración tiene sentido renunciar a la familia, a la propia vida y a todas las cosas: “Vended vuestros bienes y dad limosna. Haceos bolsas que no se deterioran, un tesoro inagotable en los cielos, donde no llega el ladrón, ni la polilla corroe; porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Lc 12, 33).

La Biblia habla de falsos profetas, y también hoy los sigue habiendo. Y, hoy y siempre, la única garantía de autenticidad es la escucha de la Palabra, de forma que el propio profeta sea palabra encarnada que viene de Dios. “Pero si no se detiene a escuchar esa Palabra con apertura sincera, si no deja que toque su propia vida, que le reclame, que lo exhorte, que lo movilice, si no dedica un tiempo para orar con esa Palabra, entonces sí será un falso profeta, un estafador o un charlatán vacío”[40].

Los religiosos dan testimonio del espíritu de las Bienaventuranzas y, por la unión con Cristo, mediante el voto de pobreza, hacen presentes los bienes del Reino y se hacen disponibles para la evangelización del mundo, especialmente de los pobres[41].

“El mayor servicio que los religiosos prestan a la humanidad, desenfrenada por el afán de tener y disfrutar, es el testimonio de su vida, evocando la primera de las Bienaventuranzas de Jesús. No es, pues, de extrañar que a la vida consagrada se le exija radicalismo evangélico. La pobreza es piedra de toque en la renovación. De hecho, no acaba de levantarse la sospecha sobre la credibilidad de su estilo de vida. Consagración religiosa y opción por los pobres van unidas, pues es incomprensible seguir a Jesús y no prolongar su amor a los pobres. El pueblo de Dios espera de los religiosos una vida más coherente y más solidaria con los desposeídos”[42].

Los institutos de vida consagrada están llamados a ser voz profética y testimonio vivo de la configuración con Cristo pobre y de su presencia entre los pobres. “Esta pobreza amorosa es solidaridad, compartir y caridad, y se expresa en la sobriedad, en la búsqueda de la justicia y en la alegría de lo esencial, para alertar ante los ídolos materiales que ofuscan el verdadero sentido de la vida. No sirve una pobreza teórica, sino la pobreza que se aprende al tocar la carne de Cristo pobre, en los humildes, los pobres, los enfermos y los niños”[43].

La liturgia es una experiencia cotidiana de encuentro con el Señor resucitado, y por la acción del Espíritu hace partícipe a toda la Iglesia en la salvación de los hombres y de la Creación entera. Eso es evidente sobre todo en la Eucaristía, en ella el religioso con sentido profético pide al Padre que una su pobreza a la ofrenda de Cristo[44]. La Eucaristía requiere “un compromiso a favor de los pobres: Para recibir en la verdad el cuerpo y la sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más pobres, sus hermanos”[45]. El religioso con la fuerza de la Eucaristía hace propia la oración de la Iglesia y pide al Señor que le de entrañas de misericordia ante toda miseria humana, que le inspire el gesto y la palabra oportuna frente al hermano solo y desamparado, y que le ayude a mostrarse disponible ante quien se siente explotado y deprimido[46].

Hoy, como siempre, el profeta es el hombre apasionado por Cristo y por la Humanidad, es una persona libre que asume el ir contra corriente, está dispuesto a dar la vida, pasa tiempo en la oración cargando el corazón de gracia y amor. Es el que sabe discernir lo que viene de Dios y lo que es fruto del egoísmo humano, conoce la realidad de este mundo, habla de Dios sin miedo al qué dirán. El profeta se siente pobre, escucha el grito de los pobres y denuncia la injusticia. No se queda en vaguedades y abstracciones, sino que sabe ser concreto y realista en la vida. Su estilo no es la diplomacia, ni el partidismo, porque ve las cosas con mirada de fe. El profeta, en fin, es el que tiene sabiduría para discernir y no quedarse en el espiritualismo egocéntrico o en el mero activismo social.

2.3. La economía al servicio del carisma

El cambio de época en que nos encontramos reclama una renovación humana, social, cultural y religiosa. El momento histórico que vivimos obliga a la Iglesia y a la vida consagrada a afrontar con realismo y esperanza la persistente crisis económica mundial.

Desde esta perspectiva, la Congregación para los Institutos de vida consagrada y Sociedades de vida apostólica (CIVCSVA), siguiendo el magisterio del papa Francisco y con su aprobación, publicó en 2018 el documento “Economía al servicio del carisma y de la misión. Boni dispensatores multiformis gratiae Dei. Orientaciones”. Este documento es una llamada a que, en fidelidad al propio carisma, los institutos religiosos se replanteen la economía desde el sentido eclesial de sus bienes y la gestión de los mismos[47].

Las líneas orientativas y principios expresados en este documento se ofrecen como una ayuda “para que los Institutos respondan con audacia renovada y profecía evangélica a los desafíos de nuestro tiempo y puedan continuar siendo signo profético del amor de Dios”[48]. Considero este documento de especial importancia para plantearnos en la Orden la vivencia de la pobreza, repensar la economía y administrar los bienes con responsabilidad y transparencia. Me limitaré a destacar algunos aspectos significativos siguiendo sus cuatro apartados: “Memoria viva de Cristo pobre” (5-21); “La mirada de Dios: carisma y misión” (22-33); “Dimensión económica y misión” (34-49); “Indicaciones operativas” (50-97).

2.3.1. “Memoria viva de Cristo pobre”

“Vivir la novedad del Evangelio significa vivir de modo que se refleje en nuestras vidas la pobreza de Cristo, cuya existencia se centró en hacer la voluntad del Padre y en servir a los demás”[49]. Así, vemos que Cristo pide a sus seguidores acoger y vivir la primacía del Reino, al que no hay que preferir ni anteponer nada. Por eso a los pobres de espíritu los llama “felices” (Mt 5, 3), porque están en condiciones de esperarlo, desearlo y acogerlo. Viven la pobreza feliz que los libera interiormente y les permite crecer en la fe y en la caridad. Pobreza feliz es la que Jesús aconseja al joven que se marchó triste, porque tenía muchos bienes y quiso guardarlos para sí (Mc 10, 22)[50].

Al optar por la pobreza, profesándola bajo voto según el carisma específico, las personas consagradas se hacen testigos vivos y creíbles de la sobriedad que se vive con libertad. “Con su pobreza, los consagrados testimonian una calidad de vida verdaderamente humana que relativiza los bienes revelando a Dios como valor absoluto”[51].

Los consagrados están llamados no sólo a la pobreza personal, sino a la comunitaria; no son sólo los religiosos, sino también las instituciones. Por consiguiente, la comunidad religiosa en cuanto tal tiene que solidarizarse con los pobres y discernir con creatividad cómo colaborar en una transformación social que les permita vivir con dignidad.

Hay que tener en cuenta que, según el Derecho canónico, un instituto religioso puede poseer bienes (cf. c. 634,1), pero éstos son “bienes eclesiásticos” (cf. cc. 1257,1; 635,1). Al ser un instituto religioso una persona jurídica pública en la Iglesia, el fin de los “bienes eclesiásticos” debe ser congruente con la misión de la Iglesia (cf. c. 116,1). De este modo, el Instituto, comparte por derecho, su mismo fin y compromiso, en la forma evangélica de la promoción humana, de la evangelización, de la puesta en común solidaria y caritativa con el Pueblo de Dios, particularmente en el cuidado de los más pobres[52]. El criterio fundamental para la valoración de las obras, es la fidelidad al carisma y a la misión. De modo que la rentabilidad no puede ser el único criterio a tener en cuenta. En consecuencia, es necesario el discernimiento para repensar la economía y la gestión de los bienes de los institutos religiosos.

El hecho de que se encomiende la gestión económica a algunos religiosos, no exime a los demás miembros de cuidar que los bienes del Instituto estén al servicio del propio carisma. Los ecónomos y los consejos de economía deben formarse para la gestión económica según el carisma. Para ello deberán contar con el asesoramiento de profesionales a fin de gestionar los bienes con transparencia y comprometerse en promover la justicia, la paz y la integridad de la creación[53].

2.3.2. “La mirada de Dios: carisma y misión”

El documento de que hablamos señala cómo la relación entre carisma y visión de futuro es constitutiva de la misión misma de los institutos. Visión de futuro que no es la de una mirada cualquiera, sino una mirada enfocada desde Dios, desde la búsqueda de su voluntad, es decir, una experiencia espiritual de discernimiento. “Mirar más allá requiere evidenciar un diseño, es decir, una experiencia espiritual y eclesial que toma forma gradualmente y se traduce en términos concretos, en acción”[54].

En el contexto eclesial actual, se requiere un cambio de mentalidad real: el compromiso de pensar junto con los organismos diocesanos y otras congregaciones religiosas en soluciones que manifiesten la significatividad de las obras. Ya no podemos hablar de “nuestras” obras o de las “obras de los religiosos”, sin estar integrados en la vida de la Iglesia local. El futuro de las obras nos incumbe como Iglesia y debemos afrontarlo como tal[55].

El documento habla de una «red de solidaridad» para integrar las acciones individuales y “hacer juntos”, de modo que, con la colaboración de todos, se pueda promover la calidad y la fiabilidad de los servicios. Y entiende por «fiabilidad» un patrimonio de valores en el que se conjugan credibilidad (cohesión y coherencia con una visión proyectual y de gestión), profesionalidad (abierta al aprendizaje no sólo a la eficacia) y experiencia (unida a la continuidad temporal, pero sobre todo a la innovación y a la creatividad)[56].

2.3.3. “Dimensión económica y misión”

Ya el papa Francisco había hablado del necesario discernimiento a la hora de decidir qué obras deben continuar: “Ser fieles al carisma, a menudo requiere un acto de valentía: no se trata de vender todo o de ceder todas las obras, sino de discernir seriamente […], el discernimiento podrá sugerir mantener en vida una obra viva que produce pérdidas, teniendo cuidado de que éstas no se generen por la incapacidad o la incompetencia”[57]. Y en ello insiste también el documento de la CIVCSVA, según el cual, “para valorar la sostenibilidad de las obras, es necesario adoptar un método que considere todos los aspectos e interrelaciones posibles, teniendo en cuenta de manera unitaria las dimensiones carismática, relacional y económica, tanto de cada obra como del conjunto del Instituto”[58].

“Hay que recordar que no existe una contradicción entre carisma y gestión de bienes. Gestionar siguiendo criterios económicos no asfixia al carisma, sino que permite buscar y conseguir objetivos compartidos. Asegurar la continuidad y la vitalidad del carisma supone no actuar con superficialidad e incompetencia”[59]. Si no hay una buena gestión, las obras son insostenibles y se frustra la misión.

Se hace necesario, por tanto, una relectura de la misión en función del carisma, haciendo una planificación que sea realizable, de manera que no nos quedemos con obras desfasadas y abandonemos otras que es necesario potenciar para evangelizar. “Allí donde se reconoce la fidelidad carismática, la economía se pone al servicio de la profecía en un proyecto concreto y eficaz”[60].

Las obras estarán gestionadas con un espíritu de apertura, comunión y corresponsabilidad, incluso cuando la custodia se deba confiar a pocos consagrados y se cuente con otras personas. “A menudo ocurre que no nos preocupamos de la formación de personas que puedan hacerse cargo de una justa continuidad de la obra”[61].

Para la gestión ordenada y previsora de los bienes, se pide –con la obligatoriedad señalada en el Derecho canónico– que se establezca el patrimonio estable de cada Instituto. El patrimonio estable compuesto por bienes, inmuebles o muebles, garantiza la subsistencia del Instituto, de las Provincias y de las casas legítimamente erigidas y de sus miembros, y asegura la realización de su misión.

E invita el documento a una clara definición de los criterios para la gestión de ese patrimonio estable. Así, como innovación especialmente remarcable, recomienda que en el balance de cada uno de los niveles (general, provincial o local) se incluya una específica representación del mismo, tanto en el apartado de patrimonio como en el económico. De igual modo, se recomienda que, en el «informe explicativo», exista una sección específica que dé razón de “las variaciones acaecidas, los resultados correspondientes y su destinación”[62].

Y se señalan, en fin, para la mejor gestión de los bienes, tres principios interrelacionados: responsabilidad, transparencia y confianza. No hay responsabilidad sin transparencia, que a su vez genera confianza; y esta última supone las dos anteriores.

De la responsabilidad deriva, cuando menos, la exigencia de vigilancia y de control. “La vigilancia y control no hay que entenderlos como una limitación a la autonomía del ente o como desconfianza; son más bien un servicio a la comunión y a la transparencia, y sirven también para tutelar a quienes desempeñan delicadas tareas de administración”[63]. La responsabilidad y la transparencia son una exigencia en todo tipo de informes y balances económicos.

2.3.4. “Indicaciones operativas”

En la administración de los bienes y en la gestión de las obras de los institutos religiosos, la CIVCSVA propone tres horizontes, al tiempo que establece seis criterios de discernimiento.

Los grandes horizontes en los que se insertan las actividades económicas son: una economía que cuente con el hombre, todo el hombre y, en particular, los pobres; la lectura de la economía como instrumento de la acción misionera de la Iglesia; y, por último, una economía evangélica de intercambio y comunión.

Estos horizontes se concretan en varios criterios fundamentales[64]:

  1. La fidelidad a Dios y al Evangelio. Toda vida consagrada pone la primacía en Dios, en la sequela Christi. Cada consagrado tiene que fijarse, ante todo, en Él, aprender de Él, imitarlo, seguirlo, casto, pobre y obediente, para ser fiel anunciador de la Buena Noticia. Para ello es indispensable el «don de la escucha: escucha de Dios, hasta escuchar con Él el clamor del pueblo; escucha del pueblo, hasta respirar en él la voluntad a la que Dios nos llama».
  2. La fidelidad al carisma. Cada carisma «es siempre una realidad viva» llamada a «desarrollarse en fidelidad creativa». La fidelidad al carisma es, pues, dentro de un determinado contexto, la coherencia de las opciones operativas con las características de la identidad del Instituto.
  3. La pobreza. Una «austeridad responsable», una «sana humildad y una feliz sobriedad» favorecen el desapego de un concepto de propiedad de los bienes y generan una particular disponibilidad a escuchar «el clamor de los pobres, de los pobres de todos los tiempos y los nuevos pobres».
  4. El respeto de la naturaleza eclesiástica de los bienes. Los bienes de los Institutos de vida consagrada son bienes eclesiásticos (cf. c. 635,1) destinados a alcanzar los fines propios de la Iglesia (cf. c. 1254). Los Institutos, en el uso de los bienes, están llamados a salvaguardar su naturaleza y a observar la disciplina canónica respectiva.
  5. La sostenibilidad de las obras. Las obras de los Institutos no son ajenas al contexto social y económico de inserción.
  6. La necesidad de rendir cuentas. Rendir cuentas es una actitud que consiste en compartir las opciones, las acciones y los resultados.

Además de estos criterios, en el discernimiento hay que tener en cuenta las sanas tradiciones de cada Instituto y las peculiaridades del contexto jurídico y social respectivo. “En ningún caso se puede eludir la aplicación de las leyes civiles aplicables a cada instituto de vida consagrada o a sus provincias o partes del instituto equiparadas a ellas”[65].

Con un carácter más marcadamente jurídico y práctico, esta cuarta parte del documento recoge unas indicaciones eminentemente prácticas: unas, propias del Derecho canónico y otras, que se sugieren para incluirlas en la legislación propia[66]. Cabe destacar la licencia para la enajenación de bienes, competencias de los capítulos generales y provinciales, la responsabilidad de los superiores y sus consejos respecto a la economía, el reglamento administrativo, el ecónomo y el consejo de economía, la colaboración de profesionales externos, formas de auditoría interna, la administración y gestión del patrimonio, la autorización de la Santa Sede para la venta o donación de inmuebles.

Finalmente, se destaca la responsabilidad de los superiores en cuanto a potenciar, tanto entre los religiosos como entre los laicos, los itinerarios formativos sobre la dimensión económica, la Doctrina social de la Iglesia, las diversas problemáticas económico-administrativas…

La CIVCSVA, en fin, concluye con una llamada a que “todas” las personas consagradas sean buenas administradoras de la multiforme gracia de Dios (cf. 1Pe 4, 10): administradoras prudentes y fieles (cf. Lc 12, 42), con la tarea de cuidar con diligencia aquello que se les ha confiado.

3. La pobreza en san Agustín y en los Recoletos

3.1. En san Agustín[67]

La reflexión de san Agustín sobre la pobreza arranca, justamente, de las Bienaventuranzas, particularmente de la que se refiere a los pobres en el espíritu. Señala el Santo que los pobres en el espíritu son felices porque reconocen que su único tesoro es Dios[68].

La pobreza, para él, es una condición espiritual, por medio de la cual el ser humano es invitado a vivir desprendido de los bienes materiales, poniendo su confianza sólo en Dios y aprendiendo a usar (uti), en vez de disfrutar (frui), de las cosas[69], sin aferrarse a ninguna de ellas, sino sólo a Dios.

Pobre es el que reconoce que su tesoro más grande es Dios, y procura quitar todos los ídolos que pueden ocupar su corazón: el dinero, el poder, la vanidad… La pobreza es entendida por san Agustín como un proceso de liberación interior; un proceso por el que el hombre se desapega de las criaturas y de sí mismo, para poder elevarse hacia Dios. El corazón del hombre no puede quedarse en las cosas de la tierra, sino que debe ascender hacia Dios, ya que, si se queda en las cosas de la tierra, el corazón se pudre[70].

Por ello, más allá de las condiciones exteriores del hombre –el tener muchos o pocos bienes–, la pobreza es una cuestión ante todo interior, una actitud del corazón. Se entiende así que pueda haber pobres en lo material que sean ricos en soberbia y avaricia[71]; y, por el contrario, haya ricos en bienes materiales que son pobres en el espíritu, es decir, humildes y caritativos[72].

La pobreza debe llevar al ser humano a reconocer su condición antropológica esencial de «mendigo de Dios»[73]. Por sí mismo, el ser humano no tiene nada, más allá de sus pecados; todo lo tiene recibido de Dios[74].

En definitiva, el pobre imita el ejemplo de Cristo, que se anonadó a sí mismo y tomó la condición de siervo: «Felices los pobres de espíritu: imitad a quien, aun siendo rico, por vosotros se hizo pobre»[75].

Y esa conciencia de que nada le pertenece, le lleva al pobre a la gratitud[76], así como a sentirse simplemente un mero administrador de todo lo que ha recibido de Dios[77]. De ahí, el profundo sentido social que tiene la pobreza para san Agustín: todo ser humano está invitado a compartir con los demás lo que es y tiene.

Podemos decir, por tanto, que ricos y pobres se necesitan mutuamente[78]. Estos últimos ofrecen a los ricos ocasión para compartir y reconocer en ellos la presencia de Cristo. Es éste un misterio que Agustín gusta contemplar en el texto de Mt 25, 35; un pasaje que, según confiesa, le causaba impresión[79]: «Ten a Cristo arriba dando; reconócele aquí necesitando. Aquí es pobre; allí es rico. Puesto que Cristo es pobre aquí, él habla por nosotros: “Tuve hambre, tuve sed, estuve desnudo, fui forastero, estuve en la cárcel”»[80].

La pobreza, por otro lado, se muestra por medio del trabajo[81], sea éste manual o espiritual, pastoral o intelectual. Nadie, dentro de la comunidad, debe eximirse de realizar un trabajo, bien sea una obra concreta, o la oración y el ofrecimiento de la propia vida al Señor. Para san Agustín, será siempre un trabajo realizado desde la comunidad y en nombre de ella, evitando el individualismo y anteponiendo las cosas comunes a las propias, como señala en la Regla: «De igual manera, nadie se procure nada para sí mismo, sino que todos vuestros trabajos se realicen para el bien común, con mayor dedicación y más asidua presteza que si cada uno los hiciese para sí. Porque la caridad, de la que está escrito “que no busca lo propio” (1Cor 13, 5), se entiende así: que antepone las cosas comunes a las propias, no las propias a las comunes»[82]. San Agustín invita a los religiosos a compartir el fruto del trabajo con los pobres y a no acumular bienes, siguiendo el modelo que él vio en un monasterio en Roma, donde los monjes “no se preocupaban en modo alguno de acumular abundancia de bienes: no era otro su empeño que deshacerse de lo que no era necesario, hasta el punto de enviar barcos cargados de víveres a los lugares donde vive gente pobre y necesitada”[83].

Para san Agustín, el ejemplo de la primitiva comunidad de Jerusalén es decisivo. El texto de los Hechos de los Apóstoles 4, 32-34 es su principal referencia. Para él, la comunidad de bienes es signo y condición necesaria de la unión de corazones. La hace posible y la manifiesta y, en consecuencia, convierte a la comunidad en templo del Señor. Sin ella, la unión de corazones se queda en simple ilusión, porque la propiedad privada concentra al hombre sobre sí mismo y sobre los bienes materiales, que, al ser limitados, no pueden ser compartidos por todos y conducen al individualismo y a la discordia[84].

Finalmente, para el Santo el compromiso con los pobres no fue solo una utopía o un tópico teórico. Su vida está llena de gestos proféticos de amor hacia los necesitados. Baste recordar la «matrícula pauperum», la lista de los pobres de Hipona a los que se socorría periódicamente[85]; o bien, la casa de acogida para pobres, enfermos y peregrinos, el así llamado Xenodochium, que mandó edificar[86]; o la comida que todos los años ofrecía a los pobres de Hipona en el aniversario de su consagración episcopal[87]. A decir verdad, por ellos sentía una auténtica pasión, que incluso lo llevó a adoptar como su título de gloria el de «mendigo de los mendigos»[88].

3.2. Entre los agustinos recoletos[89]

Las órdenes mendicantes habían surgido en la Iglesia en el siglo XIII como una denuncia profética de las diferencias sociales que estaban aumentando a causa de la incipiente economía monetaria. Tenían mucho de movimientos pauperísticos que aspiraban a una pobreza privada y común, del individuo y del convento. El fraile mendicante abrazaba la pobreza, porque quería compartir las humillaciones y sufrimientos de Cristo; porque quería imitar el desvalimiento de los apóstoles durante su misión.

Con el paso del tiempo, y ya en el siglo XVI, en el seno de la Orden de san Agustín surgió un deseo de mayor perfección, de mayor austeridad, de vida comunitaria más intensa, mayor recogimiento y oración más auténtica. Los deseos de los religiosos que querían abrazar este tenor de vida, fueron atendidos y quedaron recogidos en el Acta Vª del Capítulo que la provincia agustina de Castilla celebró en Toledo (España) el año 1588.

Desde su nacimiento, los agustinos recoletos desterraron cualquier práctica que violara la pobreza individual o quebrantara la vida común. Nadie podía disponer de cosa propia, por mínima que fuera; y el trato, el vestido, el alimento, la cama, todo era idéntico para todos. Sólo los enfermos merecían atenciones especiales.

Lo hicieron con plena libertad, sin considerarlo nunca un peso. Así quedó reflejado en la Forma de Vivir, el documento que reguló su tenor de vida durante los primeros años. Allí se lee: «La verdadera pobreza del religioso no está solamente en no tener cosa propia, sino principalmente en no tener asido ni aficionado el ánimo a cosa ninguna, que es el fin para que se ordena la pobreza exterior. Pero, porque de ordinario se ama lo que se posee, y lo que no se tiene ni se ve se desprecia, para ser pobre en la afición conviene mucho que lo seamos en la posesión y en el uso»[90].

Y no se contentaban los primeros recoletos con la simple pobreza individual. Aspiraban a que también el convento fuera pobre. Sólo admitían la propiedad del edificio y el huerto circundante, pero rechazaban rentas y herencias. Durante los dos o tres primeros decenios, la vida real de las comunidades siguió con fidelidad el austero cauce abierto por la Forma de vivir. Sus posibilidades económicas fueron casi siempre muy modestas y contribuyeron a crear en ellas un sistema de vida humilde.

Ya a mediados del siglo XVII comienza a decaer el amor a la pobreza. Empiezan a verla como una carga que les había sido impuesta por una opción de vida del pasado, que ellos ya no compartían. En consecuencia, la pobreza va a ser fuente de descontento y, como consecuencia, surge la relajación.

Los textos legales continuarán urgiéndola con rigor. Las Constituciones no dejan de ver en la propiedad privada «la raíz de casi todos los males»[91] y, en consecuencia, prohibirán decididamente todo acto de dominio o usufructo particular de dinero, censos o cualquiera otra especie de bienes muebles e inmuebles. Pero la vida práctica se aleja más y más del espíritu de la Forma de vivir.

La práctica general de otras órdenes y cierta desenvoltura en la concesión de permisos de administración y usufructo de algunos bienes, abrieron la puerta a la generalización del peculio. Éste consistía en dinero, rentas, casas, campos y hasta capellanías que a menudo exigían la residencia fuera del convento. Sólo a la muerte del religioso era entregado al provincial, que solía aplicarlo al convento del finado o a otro más necesitado.

La revolución filipina (1896-1898) sembró el desánimo y el pánico entre los religiosos y puso al descubierto debilidades y corruptelas, que, a pesar de su evidencia, habían pasado casi desapercibidas. Afortunadamente la Orden dispuso de religiosos, que, lejos de amilanarse y dejarse arrastrar por el derrotismo, derrocharon abnegación y fantasía en la búsqueda de una salida airosa. Se percataron de que era necesaria una mayor fidelidad al carisma primitivo y a las leyes que habían profesado. Particular énfasis pusieron en la restauración de la vida común y de la pobreza individual.

Ideas todas estas que sólo comenzarán a cobrar consistencia a mediados del siglo XX y con la entrada de la Orden en el campo de la enseñanza (1941). En marzo de 1951, el Prior general Eugenio Ayape (1950-1962) dedicó a la pobreza una amplia circular en la que exponía la naturaleza de la virtud y el voto, y el puesto central que le asignan tanto la Regla de san Agustín como las diversas constituciones recoletas.

El Concilio Vaticano II fue para toda la Iglesia un viento renovador que invitó, entre otras cosas, a redescubrir la auténtica pobreza evangélica, como seguimiento de Cristo, y un coherente y creíble testimonio del Reino de los cielos[92].

En contraste con ello, durante los primeros años del postconcilio, fueron frecuentes los casos de religiosos que, sin tener en cuenta el valor de la pobreza, administraban con gran autonomía considerables cantidades de dinero. A pesar de lo cual, se fue consolidando la centralización económica de las provincias y se fortaleció el espíritu comunitario, evitando no pocos abusos. Paralelamente, los religiosos, con un mayor conocimiento de la Historia de la Orden y siguiendo las orientaciones del Magisterio de la Iglesia, fueron profundizando en la teología de la pobreza, que requiere cauces operativos que ayuden a vivirla con renovado espíritu evangélico.

3.3. La pobreza en las Constituciones

Nuestras Constituciones fueron renovadas según el espíritu del Concilio Vaticano II y el carisma de la Orden, en el Capítulo general de 1974. El texto actual, enriquecido con referencias de la Sagrada Escritura, de san Agustín, de la Forma de vivir y del Magisterio de la Iglesia, fue revisado y adaptado por el Capítulo general de 2010 y aprobado por la Congregación para los Institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica (CIVCSVA) el año 2011. Posteriormente, la misma Congregación aprobó algunas modificaciones propuestas por el Capítulo general de 2016.

A la hora de explicar la “pobreza consagrada”, las Constituciones parten de la consagración a Dios y el seguimiento más libre y radical de Cristo por la profesión de los consejos evangélicos. El misterio de la pobreza de Cristo, “que se hizo hombre, que anunció la buena noticia del Reino a los pobres, en pobreza y persecución, se prolonga en la existencia de aquellos que, siendo verdaderos pobres, se unen más íntimamente al cuerpo de Cristo quien, como Señor, es cabeza de los pobres” [93].

Luego se exponen las características propias de la pobreza agustiniana: la comunión de bienes (46-47), con clara referencia a la primitiva comunidad de Jerusalén (cf. Hch 4,32), la humildad (48), la sobriedad personal y comunitaria (51), el trabajo (53), la vida común (54).

Las Constituciones recogen la enseñanza del Magisterio y la reflexión teológica postconciliar asumiendo una nueva terminología. Así en el capítulo de 2010, teniendo en cuenta la realidad eclesial latinoamericana, se incorpora en el texto constitucional la opción preferencial por los pobres: “Los signos de los tiempos exigen a la Orden una conciencia comprometida ante los problemas reales de la sociedad en cada momento histórico, que nos urgen a asumir la opción preferencial por los pobres, por la familia y por la vida arbitrando, desde un discernimiento compartido, las respuestas adecuadas en la evangelización y en la pastoral”[94].

Según las Constituciones, la pobreza no afecta sólo a los religiosos en particular; también las comunidades deben dar testimonio colectivo de pobreza evangélica. En el Código adicional, se recuerda el sentido social de los bienes: “La pobreza supone no sólo el desprendimiento interior y la austeridad comunitaria, sino también el compartir y solidarizarse con los pobres y los que sufren, a quienes el Señor se presenta asociado, y cuya evangelización se da como signo de la obra mesiánica”[95]. Y hacen, en fin, una llamada a los religiosos para que se comprometan “en aquellas iniciativas que promuevan la justicia social, la solidaridad, la paz y la integridad de la creación”[96].

La Orden como tal puede adquirir, poseer, administrar y enajenar bienes temporales. Esta capacidad no está excluida ni limitada expresamente por las Constituciones[97]; sin embargo, en ellas se indica que hay que evitar toda especie de lujo, lucro inmoderado y acumulación de bienes[98]. Y se señalan, además, los fines para los que es lícita esa posesión: “el culto divino, el mantenimiento de las casas de formación, la digna sustentación de la comunidad, las obras de apostolado y para ayudar a los más necesitados”[99].

Establecen, también, que se nombren los ecónomos general, provincial y local, que han de desempeñar su oficio según las directrices y bajo la vigilancia del respectivo superior. También se señala el nombramiento del consejo económico y la posibilidad de recurrir a seglares expertos[100].

En fin, las Constituciones son la referencia común de seguimiento de Cristo y de vida en el Espíritu. Marcan nuestro estilo de vida, la organización de la Orden y el modo de realizar el apostolado. En consecuencia, son también referencia para nuestra pobreza personal, la comunión de bienes, la solidaridad con los pobres y la organización de la economía en la Orden.

4. Nuestra pobreza: gracia y esperanza

En nuestra reflexión sobre la pobreza, hemos partido de Cristo quien, siendo de condición divina, se despojó de su rango y se hizo hombre para que nosotros fuéramos hijos de Dios. Él llama felices a los pobres, porque éstos acogen el Reino de Dios. A todos los que creen en Jesús va dirigida la llamada a vivir la pobreza de espíritu, cuidar la Creación y ser solidarios con los pobres.

Los agustinos recoletos, por la profesión de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, queremos hacer presente a Cristo y ser profetas del Reino optando por el mismo estilo de vida que siguió el Hijo de Dios en este mundo. Ante Dios y ante los demás, hemos elegido ser pobres según el carisma y misión de la Orden. Ha llegado el momento de repensar la pobreza, para seguir a Cristo pobre y reavivar la voz profética, escuchando el grito de los pobres de hoy.

4.1. Pobreza liberadora

La Orden, como parte viva de la Iglesia[101], y en comunión con ella, está llamada a “cumplir su misión siguiendo los pasos de Jesús y adoptando sus actitudes (cf. Mt 9, 35-36). Él, siendo el Señor, se hizo servidor y obediente hasta la muerte de cruz (cf. Fil 2, 8); siendo rico, eligió ser pobre por nosotros (cf. 2 Co 8, 9), enseñándonos el itinerario de nuestra vocación de discípulos y misioneros. En el Evangelio aprendemos la sublime lección de ser pobres siguiendo a Jesús pobre (cf. Lc 6, 20; 9, 58), y la de anunciar el Evangelio de la paz sin bolsa ni alforja, sin poner nuestra confianza en el dinero ni en el poder de este mundo (cf. Lc 10, 4). En la generosidad de los misioneros se manifiesta la generosidad de Dios; en la gratuidad de los apóstoles aparece la gratuidad del Evangelio”[102].

Eso es, también, lo que nosotros profesamos, llevados por un gran deseo de amar y de seguir a Jesús, al Jesús pobre. Y no podemos quedarnos en un planteamiento de la pobreza meramente teórico y doctrinal; como religiosos deseamos vivirla, y vivirla con alegría, como propuso Jesús en las Bienaventuranzas.

La pobreza se vive en el corazón; tiene su asiento en las personas. Nuestro gran patrimonio como Orden no es el dinero que podamos tener, nuestra riqueza son los religiosos, su entrega incondicional a Cristo y su servicio humilde y sencillo a los demás. Abramos los ojos y veamos con espíritu de fe a los ancianos y enfermos que han entregado su vida con fidelidad y alegría, trabajando mucho, ahorrando lo más posible y siendo siempre generosos con los demás. Admiremos a los jóvenes que hoy dejan su trabajo, sus sueños humanos y sus seguridades, por ser agustinos recoletos. Recordemos la entrega de los hermanos que están día a día con los pobres en las misiones o en ministerios de pobreza humana y espiritual. Valoremos a los religiosos que, con abnegación y sacrificio, trabajan llenos de ilusión para seguir atendiendo las zonas de misión, las parroquias, los centros educativos y las casas de formación.

En nuestro itinerario personal, obviamente, entran en conflicto ideal y realidad. Surge la tensión entre lo que hago y lo que deseo hacer. Tensión que no nos debe llevar al desaliento, sino que ha de convertirse en tiempo de gracia, de escucha, de encuentro y de comunión. Deseamos ser coherentes y necesitamos sinceridad y profecía para vivir el realismo que sólo el Evangelio nos puede dar. Desde el encuentro con Jesús la tensión personal y la crisis de realismo se convierten en oportunidad para que nuestro amor sea más auténtico. Un momento de crisis es un momento de elección y una oportunidad que nos coloca frente a las decisiones que tenemos que tomar.

Nuestra consagración, y por tanto la pobreza, la podemos vivir de forma egocéntrica –incluso con apariencias religiosas– o con un amor oblativo que nos libera y nos hace crecer humana y espiritualmente. Es cuestión de permanecer unidos a Cristo y abiertos al Espíritu que renueva, transforma y santifica. Cuando se cede a la “mundanidad” y volvemos la vista atrás, emprendiendo un itinerario de desencanto y abandono de la oración, entonces la pobreza se convierte en una carga y los motivos para vivirla se desvanecen. En efecto, “quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de realidad y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas”[103].

La pobreza está en la base misma de la comunión fraterna. “La pobreza de cada uno, que implica un estilo de vida sencillo y austero, no sólo libera de las preocupaciones inherentes a los bienes personales, sino que siempre ha enriquecido a la comunidad, que ha podido, de este modo, dedicarse más eficazmente al servicio de Dios y de los pobres”[104]. De ahí que en la Orden no puede sentirse bien quien busca ascender y ser importante; quien se sirve de la comunidad para alimentar su ego; no es aceptado el hermano que busca “poder” o se siente superior a los demás.

“Con Jesucristo, por el contrario, siempre nace y renace la alegría”[105]. Porque sólo Él puede llenar nuestro corazón, y así lo experimentaba Agustín: “Solo sé una cosa: que me va mal lejos de ti, Señor, y no sólo fuera de mí, sino incluso en mí mismo. Y que toda riqueza que no es mi Dios, es pobreza”[106]. Si optamos por una vida aburguesada y cuyo criterio es la comodidad, nuestra vida se vuelve insípida y acaba por aburrirnos y cansarnos. Entonces es cuando mendigamos afectos fuera de las comunidad en busca de un poco de felicidad.

Sin embargo, como personas consagradas, estamos llamados a convertirnos en profecía a partir de nuestra vida animada por la caridad, por la lógica del don, de la gratuidad; estamos llamados a crear fraternidad, comunión, solidaridad con los pobres y necesitados. Si queremos ser verdaderamente humanos, debemos “dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad”[107].

Necesitamos en nuestras comunidades más vida fraterna, más diálogo, más esperanza y alegría. Para lograrlo hemos de sentirnos más pobres, necesitados de Dios y de los hermanos. Necesitamos la inquietud y alegría de los jóvenes y la experiencia de los mayores para romper seguridades y estereotipos que nos impiden vivir con confianza y aportar a la comunidad todo lo que tenemos, y desde la comunidad servir con ilusión al pueblo de Dios.

4.2. Nuestras actitudes, deseos y pobrezas

¿Qué nos dice hoy a nosotros la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico? El papa Francisco es tajante: “Ante todo, nos dice cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se “vació”, para ser en todo semejante a nosotros (cf. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas que ama. La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros”[108].

Los religiosos hemos optado por seguir a Cristo. Nos hemos comprometido a ir detrás de él y con él, y recorrer un camino de pobreza que lleva a la felicidad del Reino de los cielos (cf. Mt 5, 3; Lc 6, 20). Como discípulos suyos, hemos de seguir sus pasos. “¿Y cuáles son los pasos de Cristo? –se pregunta el papa Francisco–: La pobreza. ¡Dios se hizo hombre! ¡Se ha anonadado! ¡Se ha despojado! La pobreza que conduce a la mansedumbre, a la humildad. Jesús humilde que va por la calle para curar. Y así un apóstol con esta actitud de pobreza, de humildad, de mansedumbre, es capaz de tener autoridad para decir: «Conviértanse», para abrir los corazones”[109].

Nos cuesta entrar en la lógica de Dios. Mateo narra la multiplicación de los panes y los peces (cf. Mt 14, 13-21). Jesús se compadecía de la multitud. Al atardecer, los discípulos con sentido práctico le dicen a Jesús que despida a la gente para que se las arregle y busque algo de comer. Jesús se compadeció de la multitud y les dijo a los discípulos: «Dadles vosotros de comer». El papa Francisco dice que Jesús “quiere educar a sus amigos de ayer y de hoy en la lógica de Dios. ¿Y cuál es la lógica de Dios que vemos aquí? La lógica del hacerse cargo del otro. La lógica de no lavarse las manos, la lógica de no mirar a otro lado… El ‘que se las arreglen’ no entra en el vocabulario cristiano”[110].

Cuando compartimos con amor y alegría, Jesús se compadece y se obra el milagro. “Ofrece libremente los panes que tienes, pero no sólo los panes, sino enriquecidos con dos peces especiales que son la caridad y la alegría. Dios no mira cuánto, sino el cómo; pues dice: «Dios ama al que da con alegría». No con tristeza o con brusquedad: pues «muestra tu cara alegre cuando des» (Ecl. 35). ¡Oh, cómo se transforma la limosna en alegría! Dios no quiere dádivas obligadas. Si dieras con alegría, sin duda recogerías siete cestos para la gloria futura”[111].

Cuando nos ocupamos de tantas cosas que no tenemos ni un poco de tiempo para compartir, puede ser saludable recordar aquellas palabras de san Basilio: “Deberías estar agradecido y contento por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehúyes el encuentro con los demás, para no verte obligado a soltar una pequeña dádiva. Sólo sabes decir: «No tengo nada que dar, soy pobre». En verdad eres pobre y privado de todo bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en esperanza eterna”[112].

4.2.1. Camino de gracia y humildad

La humildad es la actitud y virtud que abre el corazón a Dios, mientras que la soberbia no deja resquicio para la gracia: “Tened sentimientos de humildad unos con otros, porque Dios resiste a los soberbios, pero da su gracia a los humildes” (1 Pe 5,5). La humildad es la base de la oración y de la relación del hombre con Dios. La oración viene de la tierra, del humus –palabra de la que deriva ‘humilde’, ‘humildad’–; viene de nuestro estado de precariedad, de nuestra constante sed de Dios. La humildad tiene fundamento cristológico y abre el corazón a las virtudes teologales[113].

La pobreza religiosa bien vivida lleva a optar por el camino de salvación que eligió Jesús, un camino de humildad, gracia y entrega de sí mismo. Dios se da al humilde porque la humildad se opone a la soberbia, que es autosuficiencia del que no necesita a Dios y se siente superior a los demás. El verdadero pobre es humilde, y por eso la pobreza consagrada tiene relación íntima con la humildad, se opone a la soberbia y al egoísmo, que es ansia de poseer con exclusión de los demás[114].

El humilde puede ver sin miedo su propia realidad, sin perfeccionismos ni pesimismos, y porque es capaz de decirse la verdad a sí mismo y de reconocer la dignidad y el carácter relacional de toda persona humana puede ser solidario con los demás. Si somos humildes, nos sentimos pobres, aceptamos nuestra imperfección y a la vez nos sentimos llamados a superar nuestras deficiencias con sencillez y confianza. San Agustín, en las Confesiones, al narrar cómo vive, recorre los sentidos para confesar su felicidad y su necesidad: “Lejos, Señor, lejos del corazón de tu siervo, que se confiesa a ti, lejos de mí juzgarme feliz por cualquier gozo que disfrute. Porque hay un gozo que no se da a los que están lejos de ti, sino a los que generosamente te sirven, cuyo gozo eres tú mismo. Y la misma vida bienaventurada es -y no otra cosa- que gozar de ti, para ti y por ti”[115]. Agustín se siente menesteroso y pobre ante Dios[116]; entonces, pone con humildad su esperanza en la misericordia del Señor: “He aprendido a contentarme con lo que tengo. Sé andar escaso y sobrado. Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre, a la abundancia y a la privación. Todo lo puedo en Aquel que me conforta (Flp 4, 11.13). Reconfórtame para que sea capaz de ello. Da lo que mandas y manda lo que quieras”[117].

La humildad nos permite ver “los límites de lo que nos es propio, y abre así el camino a la Verdad más grande. Sólo la humildad puede encontrar la Verdad y la Verdad a su vez es el fundamento del Amor, del cual últimamente todo depende”[118]. La autosuficiencia nos encierra en nosotros mismos, mientas que la comunión, el diálogo y el servicio nos enseñan a ver las cosas con más humildad y nos ayudan a ser más realistas y más humanos.

La humildad es morada de la caridad[119]. Si no hay humildad y caridad, la pobreza no sirve de nada, porque la soberbia corrompe el corazón del religioso. Recordemos las palabras de san Agustín en la Regla: “Cualquier otro vicio consiste en realizar obras malas; en cambio, la soberbia acecha incluso a las obras buenas, para que se pierdan. ¿Y qué provecho se saca de abandonar la hacienda, dándosela a los pobres (cf. Sal 111, 9; Lc 18, 22; 1Cor 13, 3), y de hacerse pobre, si el alma desdichada se torna más soberbia despreciando las riquezas que lo fue poseyéndolas?”[120].

Cuando se habla de humildad, con frecuencia se piensa en la humillación y no se toman como referencia los salmos de alabanza y de acción de gracias: “Te doy gracias, Señor, porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras. Tú conoces hasta el fondo de mi alma” (Sal 138, 14). La humildad es una virtud que va más allá de la humillación, porque acepta serenamente los propios límites y reconoce como dones recibidos las propias cualidades, sin enorgullecerse de ellas. En el sufrimiento y las incomprensiones, el humilde es fiel y sigue confiando en Dios. Sufre en la humillación, pero la trasciende. En la humildad se encuentra la felicidad[121].

La cruz, por sí misma, sin amor y sin la luz de la resurrección, es necedad y escándalo; vista con los ojos del corazón es potencia y salvación de Dios. No hay razones humanas para explicar la cruz; no es un problema técnico por resolver, sino un misterio que se debe vivir: un misterio que se acepta o se rechaza, pero no se discute, sino que se contempla y se vive. Cruz y amor son un binomio inescindible, uno requiere al otro. El amor se hace creíble sólo en el dolor, y éste sólo tiene valor en el amor. La cruz adquiere su valor por el hecho de que Cristo se ha dejado clavar en ella y en ella ha dado su vida por amor. Por tanto, es posible ser feliz en el anonadamiento, llevando la cruz de cada día como lo hizo Jesús (cf. Mt 16, 24)[122].

Se puede decir que la humildad es honestidad intelectual y que es fruto del amor. El que es humilde reconoce su dependencia de Dios, conoce sus límites y se siente agradecido por los dones que ha recibido. Para san Agustín, el pobre en su significado más profundo es el humilde. La humildad dispone para actuar con libertad de corazón, para ser solidario con los necesitados y para ser un signo escatológico creíble[123].

No basta sólo con no tener o poner en común los bienes; hay que ver qué es lo que realmente deseamos. No nos engañemos, no sea que vivamos reprimidos y nos amarguemos la vida deseando lo que no poseemos, creyendo que con tener poco ya somos pobres. Si, aun siendo pobres, apetecemos las vanidades terrenas, dice san Agustín, “los monasterios serán de utilidad a los ricos y no a los pobres, si resulta que los ricos practican en ellos la humildad y los pobres, allí mismo, se vuelven soberbios”[124].

Sin humildad y espíritu de pobreza, no podemos recibir el don del Espíritu, que es gracia. Si no tenemos humildad, tendremos que pedirla. Son conocidas las palabras de san Agustín a Dióscoro: “No busques otro camino para alcanzar la verdad que el que ha sido garantizado por aquel que era Dios, y por eso vio la debilidad de nuestros pasos. Este camino es: primero, la humildad; segundo, la humildad; tercero, la humildad; y cuantas veces me preguntes, otras tantas te diré lo mismo. No es que falten los preceptos; pero, si la humildad no precede, acompaña y sigue todas nuestras buenas acciones, para que miremos a ella cuando se nos propone, nos unamos a ella cuando nos allega y nos dejemos subyugar por ella cuando se nos impone, el orgullo nos lo arrancará todo de las manos cuando nos estemos ya felicitando por una buena acción”[125].

El camino de la gracia y la humildad nos permite volver al corazón y encontrarnos con Cristo, con nosotros mismos y con los demás. Así lo expresan las Constituciones: “Sólo con la ayuda de Cristo, mediante la purificación por la humildad, puede el hombre recogerse y entrar otra vez en sí mismo, donde comienza a buscar los valores eternos, reencuentra a Cristo y reconoce a los hermanos. Ésta es la interiorización trascendida agustiniana, principio de toda piedad. Éste es el recogimiento o recolección de la Forma de vivir, camino que lleva derechamente a la contemplación, a la comunidad y al apostolado”[126].

4.2.2. Discernimiento y comunión

Tenemos que seguir preguntándonos qué nos pide hoy el Señor a los agustinos recoletos, qué espera la Iglesia de nosotros y qué necesita el pueblo de Dios. ¿Cómo podemos saberlo? ¿Cómo distinguir los signos de los tiempos? ¿Cómo vivir hoy la pobreza evangélica? ¿Cómo podemos conocer si nuestras inspiraciones provienen de Dios o son engaños nuestros?[127].

En la exhortación Gaudete et exsultate, el papa Francisco se pregunta: “¿Cómo saber si algo viene del Espíritu Santo o si su origen está en el espíritu del mundo o en el espíritu del diablo? La única forma es el discernimiento, que no supone solamente una buena capacidad de razonar o un sentido común; es también un don que hay que pedir. Si lo pedimos confiadamente al Espíritu Santo, y al mismo tiempo nos esforzamos por desarrollarlo con la oración, la reflexión, la lectura y el buen consejo, seguramente podremos crecer en esta capacidad espiritual”[128].

El Papa nos habla de dos voces: por un lado, está la voz de Dios, “que amablemente habla a la conciencia”; y por otro, está la voz tentadora “que induce al mal”. “La voz de Dios jamás nos obliga: Dios se propone, no se impone. En cambio, la voz maligna seduce, agrede, obliga, suscita ilusiones deslumbrantes, emociones alentadoras, pero pasajeras. Al inicio suaviza, nos hace creer que somos omnipotentes, pero luego nos deja vacíos por dentro y nos acusa: ‘Tú no vales nada’. La voz de Dios, en cambio, nos corrige, con tanta paciencia, pero siempre nos anima, nos consuela: siempre alimenta la esperanza”. “La voz malvada siempre gira en torno al yo, a sus impulsos, a sus necesidades, al todo y enseguida” –dice Francisco–, mientras que la voz de Dios “nos invita a ir más allá de nuestro yo para encontrar el verdadero bien, la paz”[129].

Otra diferencia que hace notar el Papa es precisamente sobre el modo de afrontar la vida. “La voz del enemigo desvía del presente y quiere que nos concentremos en los temores del futuro o en las tristezas del pasado… hace aflorar la amargura, los recuerdos de los males sufridos, de los que nos hicieron mal”. En cambio, la voz de Dios “habla al presente”: “Ahora puedes hacer el bien, ahora puedes ejercer la creatividad del amor, ahora puedes renunciar a los arrepentimientos y remordimientos que tienen prisionero tu corazón”[130].

Y nos recuerda también el sentido sobrenatural del discernimiento, si bien es verdad que “el discernimiento espiritual no excluye los aportes de sabidurías humanas, existenciales, psicológicas, sociológicas o morales. Pero las trasciende. Ni siquiera le bastan las sabias normas de la Iglesia. Recordemos siempre que el discernimiento es una gracia. Aunque incluya la razón y la prudencia, las supera, porque se trata de entrever el misterio del proyecto único e irrepetible que Dios tiene para cada uno y que se realiza en medio de los más variados contextos y límites”[131].

La formación de la propia conciencia, aprendiendo a discernir, es hoy particularmente necesaria, porque “la vida actual ofrece enormes posibilidades de acción y de distracción, y el mundo las presenta como si fueran todas válidas y buenas. Todos, pero especialmente los jóvenes, están expuestos a un zapping constante. Es posible navegar en dos o tres pantallas simultáneamente e interactuar al mismo tiempo en diferentes escenarios virtuales. Sin la sabiduría del discernimiento podemos convertirnos fácilmente en marionetas a merced de las tendencias del momento”[132].

El discernimiento no sólo es necesario en momentos extraordinarios, o cuando hay que resolver problemas graves, o tomar una decisión crucial. Nos hace falta siempre, para estar dispuestos a reconocer los tiempos de Dios y de su gracia, para no desperdiciar las inspiraciones del Señor, para no dejar pasar su invitación a crecer. Es un instrumento de lucha para seguir mejor al Señor, y muchas veces actúa en lo pequeño, en lo que parece irrelevante, porque la magnanimidad se muestra en lo simple y en lo cotidiano[133].

Francisco ha señalado tres peligros en la vida de la Iglesia: el clericalismo, la mundanidad y el chismorreo[134]. Estos peligros podemos decir que acechan directamente a la vivencia de la pobreza. No se entiende que un religioso que quiere ser pobre busque el poder y el dominio clerical, mantenga una doble vida y se sirva de la difamación para estar por encima de los demás. El clericalismo es la tendencia a conferir a los sacerdotes y religiosos un poder de dominio y superioridad por gozar de una potestad espiritual, moral y, en algunas ocasiones, incluso económica. Puede estar “favorecido por los mismos sacerdotes o por los laicos”[135] y, en palabras de Francisco, se resume diciendo que “los clérigos se sienten superiores, se alejan de la gente”[136].

No podemos ignorar que, entre las principales causas de los abusos a menores, que tanto dolor y daño están provocando en la Iglesia, se encuentra el clericalismo, que lleva al abuso de poder y a traicionar la confianza[137].

Tanto el discernimiento personal como el comunitario, nos ayudan a sentirnos pobres ante Dios; nos permiten ser conscientes de nuestros propios límites y posibilidades, al tiempo que, por la caridad, abren nuestro corazón a la comunión y a la solidaridad con los más pobres. Por otro lado, estar a la escucha y discernir la voluntad del Señor nos hace sentirnos corresponsables en la vida y misión de la Iglesia, de una Iglesia sinodal y evangelizadora.

Porque la comunión propicia la unidad y se enriquece con la diversidad. El respeto a la dignidad de las personas es sagrado, y ello comporta escuchar diferentes opiniones, ciertamente evitando cualquier imposición o descalificación. Su contrario son las posturas autorreferenciales, que generan división y conflicto para imponer las propias ideas. “No dediquéis demasiado tiempo y recursos a ‘miraros’ y a redactar planes centrados en los propios mecanismos internos, en la funcionalidad y en las competencias del propio sistema. Mirad hacia fuera, no os miréis al espejo”[138].

4.2.3. Sencillez, sobriedad y austeridad de vida

Según narra san Posidio, en su persona san Agustín vivía con sencillez y frugalidad. “Sus vestidos, calzado y ajuar doméstico eran modestos y convenientes: ni demasiado elegantes ni demasiado viles”[139]. Y, en la Regla, san Agustín dejará claro el contraste entre las apetencias mundanas y la felicidad de los siervos de Dios, ofreciéndonos así una excelente clave de discernimiento para vivir la pobreza: “Son más afortunados los que son más fuertes para vivir la sobriedad: porque es mejor necesitar poco que tener mucho”[140].

Por su parte, la Forma de vivir destaca la necesidad de ser pobres no sólo en la posesión de bienes, sino también en su uso y en librarse del apego a los mismos, para poder vivir la caridad con mayor perfección[141].

En las Constituciones también se exhorta a la sobriedad personal y comunitaria: “En conformidad con el espíritu de san Agustín y de los fundadores, la comunidad se ha de distinguir por una honesta sobriedad en todo: es mejor tener pocas necesidades que abundar en riquezas. No sólo los religiosos en particular sino las mismas comunidades den testimonio colectivo de pobreza evangélica ante el pueblo de Dios”[142].

La pobreza evangélica ha de traducirse en sencillez, sobriedad y frugalidad. La avaricia y el consumo se atacan con el arte de la frugalidad. La frugalidad es la negación del consumo exagerado y el rechazo de lo superfluo. Objetivo de la frugalidad no es ser pobre ni ahorrar. Y tampoco se confunde con la avaricia. Optamos por la frugalidad cuando no estamos dispuestos a satisfacer los deseos que el mercado nos presenta o nos oponemos a adentrarnos en el mundo de lo superfluo. Se es frugal cuando se tiene la capacidad interior de resistir a las tentaciones del consumo. La pobreza del Reino de Dios y la frugalidad intentan crear una armonía con el cosmos a partir de la cual la felicidad del todo llega a nosotros. La pobreza evangélica es “apasionada pobreza”. Es pobreza en la perspectiva de un mundo nuevo que llega. Es una pobreza inquieta, pero no una pobreza violenta, destructiva o resentida. Es simplemente la pobreza de espíritu[143].

La sobriedad no es un valor ni una virtud de otro tiempo. Hay que entenderla en el marco de una conversión integral y de un proceso humano que nos libera de ataduras y nos une en Cristo. “La espiritualidad cristiana –recuerda el papa Francisco– propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no poseemos”[144].

Los medios ascéticos han sido y son aún una ayuda para un auténtico camino de pobreza, sobriedad y santidad. La ascesis, ayudando a dominar y corregir las tendencias de la naturaleza humana herida por el pecado, es indispensable a la persona consagrada para permanecer fiel a la propia vocación y seguir a Jesús por el camino de la Cruz[145].

Hoy tenemos una visión positiva del mundo, de la vida, de los bienes, de la dignidad de toda persona, del propio cuerpo, de la inteligencia y de la afectividad. La Creación entera manifiesta la belleza y la bondad del Creador. “La vida espiritual, entendida como vida en Cristo, vida según el Espíritu, es como un itinerario de progresiva fidelidad, en el que la persona consagrada es guiada por el Espíritu y conformada por Él a Cristo, en total comunión de amor y de servicio en la Iglesia”[146]. Somos conscientes de nuestra fragilidad y de nuestro pecado, pero, si ponemos los medios a nuestro alcance y confiamos en el Señor, él nos bendice. “Cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2Co 12, 10).

“Quien te creó sin ti no te salvará sin ti”[147], nos dice san Agustín. Necesitamos vaciar nuestro corazón para que el Señor lo pueda llenar con sus dones. La actitud de la ascesis cristiana es “la capacidad de saber renunciar a algo por un bien mayor, por el bien de los demás”[148]. Tenemos que poner los medios para poder ser libres y para afrontar las tensiones y las contrariedades de la vida. Con humilde realismo vemos que para vivir la pobreza evangélica hay que tener sensibilidad espiritual y tomar decisiones. Además de la gracia y sabiduría del Espíritu, se requiere de nuestra parte: esfuerzo, espíritu de sacrificio y lucha contra la tentación de poner el corazón en la riqueza y el poder. La ascesis de las pequeñas acciones de cada día, los detalles sencillos, la solidaridad con el pobre y el servicio realizado con alegría ensanchan el corazón, expresan el amor y agradan a Dios: “Misericordia quiero y no sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos” (Os 6, 6; cf. Mt 9, 13).

Una ascesis necesaria para un pobre es el dominio de sí mismo, el cuidado de la salud y la aceptación de los propios límites, el respeto a los otros, la capacidad de escucha, la tolerancia y todas aquellas virtudes humanas que favorecen “la comunión de espíritus y de corazones de quienes han sido llamados a vivir juntos en una comunidad”[149].

No se entiende, por eso, que un religioso que haya optado por la pobreza, además de vivir con austeridad, no se esfuerce por ser educado, cuidadoso con el aseo personal, vestir con dignidad, estar disponible para el servicio y tener cuidado de lo común. También en estos aspectos nos tendríamos que ayudar mutuamente con la corrección fraterna, realizada con respeto y siempre motivada por la caridad[150].

Es fácil dejarse llevar por la obsesión de lograr por sí mismo la perfección y ceder a la tentación de asumir la actitud de la rigidez de corazón. La rigidez impide avanzar en el conocimiento de Jesús: “La fidelidad es siempre un don a Dios; la rigidez es una seguridad para mí mismo”[151]. Proviene del miedo al cambio y termina sembrando de límites y obstáculos el terreno del bien común, convirtiéndolo en un campo minado de incomunicabilidad y odio. “Recordemos siempre –dice el papa Francisco– que detrás de toda rigidez hay un desequilibrio. La rigidez y el desequilibrio se alimentan entre sí, en un círculo vicioso. Y, en este momento, esta tentación de rigidez es muy actual”[152].

Por otro lado, el ayuno, las privaciones voluntarias y la limosna son propuestos por la Iglesia a la luz de la Palabra como un medio para intensificar la vida del espíritu[153]. Tenemos que discernir y ser coherentes para liberarnos de las nuevas dependencias que surgen del mal uso de medios que facilitan nuestra vida y trabajo apostólico, pero que también nos pueden llevar a la pérdida de tiempo: internet y redes sociales, la televisión y la tarjeta de crédito, entre otros. Necesitamos ascesis y actuar con responsabilidad para privarnos de aquello que va en detrimento de la vida espiritual y del servicio a los pobres; necesitamos evitar dependencia ante las modas y el consumo compulsivo on line. 

En fin, los hermanos que ejercen el gobierno, deberían ayudar a todos a vivir la pobreza con sentido evangélico sin asfixiar la acción del Espíritu, propiciando la responsabilidad y procurando que dispongan de lo necesario para vivir con sencillez y alegría.

4.3. Comunión de bienes, trabajo, solidaridad

La comunidad, según el propósito de san Agustín, busca imitar a la primitiva Iglesia de Jerusalén, en la que los hermanos deseaban tener una sola alma y un solo corazón dirigidos hacia Dios y para Dios[154]. Esta unión se expresa en la comunión de bienes: «Todo lo poseían en común, y se distribuía a cada uno según su propia necesidad (Hch 4, 32-35)» [155].

Para el Santo, la palabra «pobreza», en cuanto tal, no refleja la situación de su comunidad, que tiene lo necesario para vivir. “Los bienes materiales siguen siendo, de hecho, una fuente de desunión, según el lema: ‘Esto es mío y esto tuyo’. Agustín lo presenta como causa de individualismo, egoísmo, envidia, avaricia, conflictos y disputas”[156]. Lo que Agustín destaca es la «comunidad de bienes» como un modo de construir nuevas relaciones de igualdad y unidad en el seno de la comunidad.

Para nosotros, “la pobreza consagrada, que hace todas las cosas comunes en Dios, es origen de paz, fraternidad y comunión. […] Necesaria para la vida común, es signo y realización del amor ordenado, que constituye la comunidad. Es amor que no busca lo suyo propio sino lo de Jesucristo, y que hace al religioso solidario con todos los hombres y, en especial, con los pobres, a quienes debe amar en las entrañas de Cristo”[157].

Siguiendo la enseñanza y el ejemplo de Agustín[158], los hermanos se sienten obligados al trabajo, no sólo por ley natural sino más por su profesión de pobreza[159]. Ganando con su propio esfuerzo lo necesario para la vida y para las obras de apostolado, “demuestran a los hombres que no buscan una vida fácil en la holganza, sino el Reino de Dios en el estrecho y áspero camino de este compromiso”[160].

En nuestra vida, el trabajo y la oración se complementan, siendo ambos necesarios. El Señor nos envía a la viña a trabajar con alegría. “Es muy importante cultivar esta alegría en la comunidad religiosa: el exceso de trabajo la puede apagar; el celo exagerado por algunas causas la puede hacer olvidar; el continuo cuestionarse sobre la propia identidad y sobre el propio futuro puede ensombrecerla”[161]. No quiere el Señor que seamos activistas neuróticos angustiados por trabajar sin descanso, ni tampoco mediocres o comodones que se limitan a mínimos. Ya en tiempos de san Agustín existían los monjes que trabajaban poco y hablaban de todo: “¡Ojalá esos que declaran la huelga de brazos caídos declarasen también la huelga de la lengua! No lograrían que les imitasen tantos, si los ejemplos de ociosidad que dan con su vida no fuesen, al mismo tiempo, celebrados de palabra”[162]. No es agustiniana ni recoleta una vida a la carta, movida por la desidia y el propio gusto. Mientras que el trabajo realizado por amor dignifica a la persona y la asocia a la obra creadora de Dios. En el trabajo libre, creativo, participativo y solidario el ser humano expresa y acrecienta la dignidad de su vida[163].

El trabajo debería ser el ámbito donde se ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de adoración. La Iglesia necesita el testimonio de comunidades ricas «de gozo y del Espíritu Santo» (Hch 13, 52). Comunidades que, por su sencillez de vida, trabajo y solidaridad con los más pobres, manifiesten la comunión y la pobreza evangélica. Hoy se hace urgente ver comunidades en las que “la atención recíproca ayuda a superar la soledad, y la comunicación contribuye a que todos se sientan corresponsables; en las que el perdón cicatriza las heridas, reforzando en cada uno el propósito de la comunión. En comunidades de este tipo la naturaleza del carisma encauza las energías, sostiene la fidelidad y orienta el trabajo apostólico de todos hacia la única misión”[164].

La comunión de bienes y el trabajo son para nosotros el modo de vivir la pobreza personal y comunitaria: facilitan la unión de corazones y la entrega de sí mismos en el servicio a los demás; e impiden que seamos una organización religiosa dedicada –como una empresa más– a acumular bienes en propiedad. La comunidad movida por el Espíritu escucha el clamor de los pobres y se siente solidaria con ellos.

“La palabra «solidaridad» está un poco desgastada y a veces es mal interpretada, pero es mucho más que algunos actos esporádicos de generosidad. Supone crear una nueva mentalidad que piense en términos de comunidad, de prioridad de la vida de todos sobre la apropiación de los bienes por parte de algunos”[165]. Tanto para nosotros como para todos los cristianos, implica “reconocer la función social de la propiedad y el destino universal de los bienes como realidades anteriores a la propiedad privada. La posesión privada de los bienes se justifica para cuidarlos y acrecentarlos de manera que sirvan mejor al bien común, por lo cual la solidaridad debe vivirse como la decisión de devolverle al pobre lo que le corresponde. Estas convicciones y hábitos de solidaridad, cuando se hacen carne, abren camino a otras transformaciones estructurales y las vuelven posibles. Un cambio en las estructuras sin generar nuevas convicciones y actitudes dará lugar a que esas mismas estructuras tarde o temprano se vuelvan corruptas, pesadas e ineficaces”[166].

Es relativamente fácil dar una limosna y desentenderse de la persona que pasa necesidad, y no es ésta la actitud del buen samaritano que Jesús nos propone en el Evangelio (cf. Lc 10, 25-37). Santo Tomás de Villanueva decía muchas veces que “la limosna no es solamente dar, sino sacar de necesidad al que la padece y librarlo de ella cuanto fuere posible; y que el cristiano, que pudiendo sacar de necesidad a su prójimo, lo deja en ella, o al menos no encamina cómo tenga algún remedio y carga el juicio en ello, no merece nombre de limosnero”[167].

La solidaridad, además de ayudar y socorrer al que pasa necesidad, requiere posicionarnos ante la realidad social de los países en que nos encontramos y a la luz del Evangelio promover una sociedad más justa que respete y promueva la dignidad de toda persona humana, evitando el descarte de aquellos que no reportan beneficios económicos. En fin, releamos y dejémonos cuestionar por los principios de la Doctrina social de la Iglesia, que pretende humanizar las propuestas políticas y económicas de hoy.

4.4. Opción preferencial por los pobres

En Jesús de Nazaret encontraremos la inspiración y la gracia para asumir el gran reto de acercarnos con sencillez a los pobres, amarlos, ayudarlos y hacer una opción preferencial por ellos. Dejemos que resuenen una vez más en nuestro interior las palabras del Señor en el Evangelio: «Lo que hicisteis a uno de estos hermanos más pobres, a mí me lo hicisteis» (Mt 25, 31).

A pesar de las interpretaciones políticas y tendenciosas que se daban en la búsqueda por una evangelización más profética y solidaria, en el documento conclusivo de la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Puebla, México (1979), se empleó por primera vez de forma explícita la expresión «opción preferencial por los pobres»: “Afirmamos la necesidad de conversión de toda la Iglesia para una opción preferencial por los pobres, con miras a su liberación integral”[168].

En nuestro caso, partiendo de fake news y con razonamientos tendenciosos, podemos llegar a pensar que la opción por los pobres es una expresión mundana y que no tiene nada que ver con nuestra pobreza religiosa. En términos inequívocos, san Juan Pablo II nos interpela sobre nuestra autenticidad como consagrados a Dios y en nuestra misión evangelizadora: “La opción por los pobres es inherente a la dinámica misma del amor vivido según Cristo. A ella están, pues, obligados todos los discípulos de Cristo; no obstante, aquellos que quieren seguir al Señor más de cerca, imitando sus actitudes, deben sentirse implicados en ella de una manera del todo singular. La sinceridad de su respuesta al amor de Cristo les conduce a vivir como pobres y abrazar la causa de los pobres”[169]. Para la Orden y para cada uno de nosotros, esto comporta la adopción –en lo personal y en lo comunitario– de un estilo de vida humilde y austero que nos permita denunciar, de la manera más adecuada, desde nuestra pobreza, y permaneciendo libres de ideologías políticas, las injusticias cometidas contra tantos hijos e hijas de Dios. Este estilo de vida nos permite también comprometernos en la promoción de la justicia y de la paz en el ambiente social en que actuamos[170].

Con todo, «libres de ideologías políticas» no significa desentenderse de la política. La opción por los pobres exige definirse ante las estructuras políticas y sociales injustas y ante la cultura del descarte. “Para la Iglesia, la opción por los pobres es una categoría teológica antes que cultural, sociológica, política o filosófica. Dios les otorga «su primera misericordia». Esta preferencia divina tiene consecuencias en la vida de fe de todos los cristianos, llamados a tener «los mismos sentimientos de Jesucristo» (Flp 2, 5). Inspirada en ella, la Iglesia hizo una opción por los pobres entendida como una «forma especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da testimonio toda la tradición de la Iglesia»… Por eso quiero una Iglesia pobre para los pobres”[171].

Y nosotros, como discípulos y misioneros, tenemos que aprender a reconocer que “los rostros sufrientes de los pobres son rostros sufrientes de Cristo. Ellos interpelan el núcleo del obrar de la Iglesia, de la pastoral y de nuestras actitudes cristianas. Todo lo que tenga que ver con Cristo tiene que ver con los pobres y todo lo relacionado con los pobres reclama a Jesucristo: «Cuando lo hicieron con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicieron (Mt 25, 40)»”[172].

La Orden no puede hacer oídos sordos a este clamor. No escucharlo nos situaría fuera del proyecto del Padre, porque nosotros somos los instrumentos para la liberación de nuestro pueblo[173]. En todas las etapas de la historia de la Orden ha habido comunidades que se han caracterizado por responder con su oración, creatividad, esfuerzo y generosidad a las necesidades humanas y sociales de los pobres e indigentes. El gobierno general, cada provincia, cada comunidad y cada uno de nosotros, nos tenemos que sentir interpelados y comprometidos, sea cual sea la situación, edad, ministerio o cargo que se ocupe. Se trata de una opción evangélica personal y de toda la Orden para cambiar nosotros y tratar de cambiar nuestras estructuras comunitarias, las de la sociedad y las de la cultura que lo impidan.

Parafraseando lo que dice el papa Francisco de la Iglesia, también podemos decir de nuestra Orden que debe seguir reconociendo las situaciones de dolor que padecen nuestros pueblos, saliendo permanentemente a su encuentro, sin tener miedo a experimentarse accidentada, herida y manchada por salir a la calle; antes que aceptar ser una Orden enferma por el encierro y la comodonería de quien se aferra a las propias seguridades[174].

Y no podemos desentendernos pensando que eso es para otros. El Papa es claro y tajante: “La predilección por los pobres no es algo opcional en la Iglesia”[175]. Y no lo es tampoco para la Orden. Necesitamos ser coherentes con nuestro voto de pobreza y repensar la pobreza de la Orden. No basta con que los hermanos trabajen mucho y aporten al común lo que reciben de su trabajo si la institución tiene una mentalidad empresarial en la que todo se valora por los beneficios económicos. “Una comunidad de «pobres» es capaz de ser solidaria con los pobres y de manifestar cuál es el corazón de la evangelización, porque presenta, en concreto, la fuerza transformadora de las Bienaventuranzas”[176].

4.5. Repensar nuestra economía

Nos cuesta reconocer que somos un poco inconscientes ante las tragedias que agobian al mundo en este momento. Además de conocer los efectos de la pandemia del Covid-19, que afecta a gran parte de lo países del mundo, nos haría bien conocer estadísticas como la que cifra en 900.000 las personas que cada mes mueren de hambre. U otras sobre migrantes, refugiados, víctimas de las guerras, desempleo, etc.[177]. Lamentablemente, éstas son noticias de escaso relieve en los medios de comunicación.

Hoy todo entra dentro del juego de la competitividad y de la ley del más fuerte, donde el poderoso se come al débil. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la población se ven excluidas y marginadas: sin trabajo, sin horizontes, sin salida. Se considera al ser humano en sí mismo como un bien de consumo, que se puede usar y luego tirar. Vemos cómo se promueve una cultura del «descarte». Los excluidos no son ya «explotados», sino desechos, «sobrantes».

La crisis mundial, que afecta a las finanzas y a la economía, pone de manifiesto la grave carencia de su orientación antropológica, que reduce al ser humano a una sola de sus necesidades: el consumo. Tras esta actitud se esconde el rechazo de la ética y de Dios. La ética suele ser mirada con cierto desprecio burlón. Cuando la ética no está ideologizada, permite crear un equilibrio y un orden social más humano, en el que el dinero debe servir y no gobernar. Por eso, se considera contraproducente, demasiado humana, porque relativiza el dinero y el poder. Se la siente como una amenaza, pues condena la manipulación y la degradación de la persona. En definitiva, la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado[178].

La promoción integral de cada persona, de cada comunidad humana y de todas las personas, es el horizonte último del bien común, que la Iglesia pretende lograr como sacramento de salvación. El amor a la sociedad y el compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo afecta a las relaciones entre los individuos sino a las relaciones sociales, económicas y políticas. Por eso la Iglesia propuso al mundo el ideal de una “civilización del amor” y de “la solidaridad”. “El amor al bien integral, inseparablemente del amor a la verdad, es la clave del auténtico desarrollo”[179].

Para vivir con fidelidad y alegría nuestra pobreza, tendremos que preguntarnos qué nos pide el Señor. Nosotros los religiosos, evidentemente, tenemos que amar y servir a todos, ricos y pobres; pero tenemos que proclamar en nombre de Cristo que los ricos deben ayudar a los pobres, respetarlos, promocionarlos. Además, no podemos dejar de promover la solidaridad desinteresada, y que la economía y las finanzas se rijan por una ética a favor del ser humano[180]. No basta con proponer la Doctrina social de la Iglesia y el destino social de los bienes, sino que, además, nosotros, con sentido profético, tenemos que vivir la pobreza y repensar la economía de la Orden.

Como ya se ha indicado, nuestras Constituciones señalan la finalidad de los bienes comunes y, siempre bajo la responsabilidad de los superiores y sus consejos, dejan a los respectivos ecónomos la gestión de las propiedades y bienes de las provincias y de la Orden. Y en las Constituciones también se fijan algunos criterios sobre el uso de bienes por parte de los religiosos, exhortando a compartirlos con los pobres. Ahora bien, no se pone límite a las posesiones de las provincias y de la Orden[181]. Por eso, se hace necesaria una actualización que se atenga a los criterios señalados en el documento La economía al servicio del carisma y de la misión[182].

La pobreza nos compromete en un trabajo asiduo de discernimiento a fin de que, en coherencia con el carisma, las obras sigan siendo medios eficaces para hacer llegar a muchos la misericordia de Dios. Las obras apostólicas e instituciones propias de la Orden (centros educativos, templos, edificios, casas de formación) no son sólo un medio para asegurar la sostenibilidad del propio instituto, sino que pertenecen a la fecundidad del carisma. Esto implica preguntarse si nuestras obras manifiestan o no el carisma que hemos profesado, si cumplen o no la misión que nos fue confiada por la Iglesia. El criterio principal de valoración de las obras no es su rentabilidad, sino su correspondencia con el carisma y la misión que la Orden está llamada a realizar. Ser fieles al carisma requiere actos de valentía: no se trata de vender todo o de ceder todas las obras, sino de discernir seriamente, manteniendo los ojos bien fijos en Cristo y los oídos atentos a su Palabra y a la voz de los pobres. De esta manera, nuestras obras pueden, al mismo tiempo, ser fructíferas para los proyectos de la Orden y expresar la predilección de Dios por los pobres[183].

Todo esto implica repensar la economía, a través de una lectura atenta de la Palabra de Dios y de la Historia. Escuchar el susurro de Dios y el grito de los pobres, los pobres de siempre y los nuevos pobres; entender lo que el Señor pide hoy y, después de haberlo entendido, actuar, con esa confianza valiente en la providencia del Padre (cf. Mt 6,19), que en tantos momentos de la Historia han tenido los agustinos recoletos.

Es cierto que hay problemas que se derivan de la avanzada edad de muchos religiosos y de la compleja gestión de algunas obras, pero la disponibilidad a Dios nos hará encontrar soluciones. Puede ser que el discernimiento sugiera replantear una obra que, tal vez, se ha vuelto demasiado grande y compleja; quizá se puedan encontrar formas de colaboración con los laicos, la diócesis o alguna congregación religiosa; o se pueda, tal vez, transformar la misma obra de modo que continúe, aunque con otras modalidades, como obra de la Iglesia. Por todo ello, es importante la comunicación y la colaboración dentro de la Orden, así como con la Familia agustino-recoleta y la Iglesia local. Dentro de la Orden, las diversas provincias no pueden concebirse de forma autorreferencial, como si cada una viviera para sí misma; ni tampoco los gobiernos generales pueden ignorar las diferentes peculiaridades[184].

4.6. Ecología integral y pobreza evangélica

Si nosotros queremos vivir la pobreza evangélica y optar por los pobres, tendremos que ser conscientes de que la degradación de la Tierra tiene consecuencias irreparables sobre todo para los más pobres. Nuestra tierra, maltratada, requiere una “conversión ecológica”, un “cambio de rumbo”, para que el hombre asuma la responsabilidad de “cuidar la casa común”.

Dios no sólo ha creado todo lo que existe, sino que además se nos revela y se nos da en Jesucristo. Por tanto, desde la fe hay una interrelación entre la naturaleza y el hombre. De ahí que, “además de la ecología de la naturaleza, hay una ecología que podemos llamar «humana», y que a su vez requiere una «ecología social»”[185].

La pandemia de Covid-19 y la desolación creada por el terrorismo, las guerras y las hambrunas nos han dado claras indicaciones sobre la vulnerabilidad y la fragilidad de nuestro mundo moderno, fortaleciendo las palabras proféticas del papa Francisco sobre la necesidad de cuidar la Madre Tierra.

Desde la fe en Jesús, queremos escuchar el “clamor de la tierra y el clamor de los pobres”[186]. Desde esta escucha a la luz de la fe, el papa Francisco, en la Encíclica Laudato si’, invita a reflexionar sobre la Creación como casa común; la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta; la convicción de que en el mundo todo está conectado; la crítica a las formas de poder derivadas de la tecnología, que ignoran el bien común y actúan sin ética; la búsqueda de otros modos de entender la economía y el progreso; el reconocimiento del valor propio de cada persona y el sentido humano de la ecología; el rechazo de la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida[187].

La ecología considera las relaciones entre los organismos vivientes y el ambiente donde se desarrollan. Cuando se habla de «medio ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos incluidos en ella, somos parte de ella y con ella estamos interpenetrados. Dado que todo está íntimamente relacionado, y que los problemas actuales requieren una mirada que tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial, en Laudato si’ se propone una ecología integral que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales[188].

Si no hay ética ni moral en el uso de los recursos naturales y en la protección del medio ambiente, no sólo se destruye la Creación sino que se produce el deterioro de la calidad de vida humana y la degradación social. “Si tenemos en cuenta que el ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene derecho a vivir y a ser feliz, y que además tiene una dignidad especialísima, no podemos dejar de considerar los efectos de la degradación ambiental, del actual modelo de desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las personas”[189].

Ambiente humano y ambiente natural se degradan juntos; no podremos afrontar adecuadamente la degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta: “Tanto la experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los sufre la gente más pobre”[190].

Y no sólo eso. Aún advierte el papa Francisco que no suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas. Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación concreta, quedan frecuentemente en el último lugar[191].

Nosotros, los agustinos recoletos, no podemos quedarnos encerrados en nuestro pequeño mundo y no tener una visión global de la realidad para asumir nuestra responsabilidad y pronunciarnos en la defensa de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate a menudo dominado por intereses de los más poderosos. “Necesitamos fortalecer la conciencia de que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para la globalización de la indiferencia”[192]. Por eso, es un bien para la humanidad que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos que brotan de nuestra fe. El destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo, que está presente desde el origen de todas las cosas: «Todo fue creado por él y para él» (Col 1,16)[193].

Frente a tantas necesidades y angustias que claman desde el corazón de los pueblos explotados y empobrecidos, podemos responder a partir de organizaciones sociales, recursos técnicos, espacios de debate, programas políticos, y todo eso puede ser parte de la solución. Pero nosotros, como cristianos, no podemos renunciar al anuncio del Evangelio y proponer el encuentro liberador con Jesucristo. En repetidas ocasiones el papa Francisco ha afirmado que la Iglesia no es un negocio, ni es una agencia humanitaria o una ONG: la Iglesia está enviada para llevar a todos a Cristo y su Evangelio[194].

Y a nosotros, los religiosos, la vivencia de la pobreza nos debería implicar en el cuidado de toda la Creación y motivar en una formación permanente sobre la ecología integral, para comprender que el medio ambiente es un don de Dios y un patrimonio común que debe ser cuidado, no destruido. La ecología integral puede ser un camino de amor para sentirse pobre y agradecido ante Dios.

Los problemas pueden convertirse en auténticas oportunidades para descubrir que somos una sola familia humana. El Espíritu Santo es el artífice de la comunión: Él es quien abre la cerrazón de nuestros corazones y nos ilumina para reconocer nuestros errores, nos inspira para pedir y otorgar perdón por habernos dejado arrastrar por lógicas que dividen, hacen pasar hambre, aíslan y condenan. Si fuésemos capaces de pedir perdón a los pobres y a los excluidos, entonces también seríamos capaces de arrepentirnos sinceramente del daño causado a la casa común[195].

A los cinco años de la encíclica Laudato si’, el papa Francisco ha firmado el documento En camino para el cuidado de la casa común, preparado por la Mesa Interdicasterial de la Santa Sede sobre la Ecología Integral, en el que se presentan un total de 227 propuestas para una relación con la Creación.

La primera parte, “Educación y conversión ecológica”, se abre con el llamado a la conversión y a un cambio de mentalidad que lleve al cuidado de la vida y la Creación, al diálogo con el otro y a la toma de conciencia de la profunda conexión entre los problemas del mundo. Se plantea tutelar la vida y promover la familia, la centralidad de la escuela y la universidad, la catequesis, el diálogo ecuménico y la comunicación[196].

La segunda parte del documento trata el tema de la alimentación y la referencia a las palabras del papa Francisco: «El alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre»[197]. De ahí la condena del desperdicio alimentario como un acto de injusticia, la invitación a promover una agricultura “diversificada y sostenible”. También se hace un fuerte llamamiento para que se combatan fenómenos como el acaparamiento de tierras, los grandes proyectos agroindustriales contaminantes y para que se tutele la biodiversidad. Ecos de este llamamiento se encuentran también en el capítulo dedicado al agua, cuyo acceso es “un derecho humano esencial”. En la misma línea está el llamamiento a reducir la contaminación, a descarbonizar el sector energético y económico, y a invertir en energía limpia y renovable, accesible a todos. Por último, aborda la cuestión del clima, consciente de que tiene una profunda relevancia ambiental, ética, económica, política y social, que repercute sobre todo en los más pobres: por lo tanto, se necesita “un nuevo modelo de desarrollo” que vincule de manera sinérgica la lucha contra el cambio climático y la lucha contra la pobreza, en sintonía con la Doctrina social de la Iglesia[198].

Desde nuestra fe y desde nuestra pobreza, “nuestra actitud ante el presente del planeta debería comprometernos y hacernos testigos de la gravedad de la situación. No podemos permanecer mudos ante el clamor cuando comprobamos los altísimos costos de la destrucción y explotación del ecosistema. No es tiempo de seguir mirando hacia otro lado indiferentes ante los signos de un planeta que se ve saqueado y violentado, por la avidez de ganancia y en el nombre —muchas veces— del progreso. Está en nosotros la posibilidad de invertir la marcha y apostar por un mundo mejor, más saludable, para dejarlo en herencia a las generaciones futuras. Todo depende de nosotros; si de verdad lo deseamos”[199].

La escucha del clamor de la tierra y del grito de los pobres y de los pueblos con los que caminamos, nos llama a una verdadera conversión integral, con una vida simple y sobria, de unión a Cristo y fidelidad al Espíritu. Una lectura orante de la Palabra de Dios nos ayudará a profundizar y descubrir los gemidos del Espíritu y nos iluminará en un proceso de conversión personal y comunitaria, una conversión de la mente y del corazón, que nos comprometa a relacionarnos armónicamente con la obra creadora de Dios, que es la “casa común”[200].

4.7. Una historia que contar, una historia que construir

Es evidente que no ha comenzado ahora nuestro compromiso con los pobres; antes bien, hoy necesitamos despertar el espíritu misionero, alentar el deseo de ir donde la Iglesia nos necesita y seguir caminando con los pobres. Ante los nuevos retos sociales, tenemos que responder desde la vitalidad del carisma y la fuerza del Evangelio, rompiendo moldes y uniendo esfuerzos en una red de caridad solidaria. La vida se hace historia. Nosotros tenemos una historia que contar y tenemos una historia que construir[201].

Hagamos memoria de aquellos hermanos y hermanas, quienes, al ver las necesidades de su tiempo y movidos por la caridad, socorrían a los pobres. Pensemos en san Nicolás de Tolentino, que se desvivía por dar con alegría pan, amor y esperanza[202]; santo Tomás de Villanueva, “padre de los pobres”[203]; san Ezequiel Moreno, que acogía a los pobres en Filipinas, daba de comer a los que venían a pedir al convento de Monteagudo y se emocionaba recorriendo los Llanos de Casanare, en Colombia[204]; Mons. Ignacio Martínez, que, con admirable caridad y sacrificio, evangelizaba por los igarapés del río Purús, en Amazonas (Brasil)[205]; la beata Madre María de San José, que decía a sus hermanas: “Los que nadie quiere recibir, ésos son los nuestros”[206]; Mons. Alfonso Gallegos, que se desvivió por los emigrantes hispanos y abogó por el futuro de los jóvenes en zonas deprimidas de Estados Unidos[207]; los misioneros de China: Mariano Gazpio[208] y Esperanza Ayerbe[209], apóstoles en lo que hoy es Shangqiu, China; la Hna. Cleusa, misionera agustina recoleta, que murió en 1985 por defender a los indígenas en la prelatura de Lábrea[210], y tantos otros.

Nuestra misión se ve respaldada por la eficaz oración de nuestras hermanas contemplativas. Recordemos los desvelos fundadores de la Madre Mariana de San José y la Madre Antonia de Jesús en España[211], y de la Madre Guadalupe Vadillo en México[212]. Vitalidad carismática que hoy se manifiesta en las fundaciones de Costa Rica, Colombia, Guatemala, Brasil, Kenia, Filipinas y Estados Unidos. Contamos con el apoyo fiel de las fraternidades seglares y la ilusión de los jóvenes de las JAR; todos ellos, con su oración y alegría, suscitan esperanza misionera y permiten soñar un renovado compromiso social.

Al considerar una obra social realizada en épocas pasadas o incluso en el presente, se suele identificarla y atribuirla a la persona que las ha dirigido o ha tomado la iniciativa, pero no fue sólo ella quien la llevó a cabo. Pensemos en la comunidad religiosa que las ha apoyado y sostenido, y, especialmente, valoremos y admiremos la colaboración de los benefactores y del pueblo fiel que con su trabajo, aportación económica y esfuerzo la han hecho posible.

Antes de acometer un breve recorrido por el siglo XX, detengamos nuestra mirada en dos obras sociales del pasado en las que la caridad es creativa y abre caminos para superar la necesidad con visión de futuro.

1. Evangelización de la isla de Negros, en Filipinas (1848-1898)

En el siglo XIX, la principal contribución de la Orden al progreso del archipiélago filipino fue la evangelización y la promoción social de la isla de Negros. En 1848, al hacernos cargo de ella, era una isla marginal. Sus cien mil habitantes, diseminados por montes y sementeras de arroz, sobrevivían con una agricultura rudimentaria. Cincuenta años más tarde era una de las islas más florecientes del archipiélago filipino, con una población próxima al medio millón de habitantes, distribuida en 47 pueblos y atendida por más de setenta religiosos. La zafra azucarera ascendió de 189 toneladas en 1848, a más de 110.000 en 1898. Simultáneamente, y en íntima conexión con este fenómeno, surgieron otros tan significativos como la atención religiosa, la catequesis y la mejora de la enseñanza primaria, de la sanidad y de las comunicaciones.

Artífices destacados de este espectacular progreso fueron los misioneros. Fernando Cuenca (1824-1902), párroco de Talisay desde 1849 hasta su muerte, fue quien impulsó esta labor. Al principio dedicó sus energías a la reducción de los nativos a poblado. Luego pensó en las comunicaciones y en el cultivo de la caña de azúcar, en cuya promoción consumió los mejores años de su vida. Construyó y aplicó personalmente la máquina hidráulica al beneficio de la caña.

En 1898, cuando la revolución obligó a sus religiosos a salir de Negros, la Orden no poseía en la isla ninguna posesión, a pesar de los centenares de miles de hectáreas que había ayudado a distribuir entre cientos de agricultores.

2. La Fazenda do Centro (Espírito Santo, Brasil)

El progresivo empobrecimiento de los campos en el Estado de Espíritu Santo (Brasil) forzó a los colonos a buscar otras tierras. El padre Manuel Simón (1862-1937) se propuso ayudar a los colonos de los municipios de Anchieta y Guarapari a buscar otras tierras. Pronto encontró una vieja hacienda, abandonada a raíz de la abolición de la esclavitud en 1888. Medía casi quince mil hectáreas, estaba emplazada en el municipio de Castelo. Inmediatamente se percató de su valor y buscó cómo conseguir fondos para adquirir una parte. Durante la visita canónica de 1908, comentó la idea con el prior provincial, quien la vio con agrado.

En 1909 se compraron los dos primeros lotes. Después de superar muchas dificultades, el consejo provincial se hizo cargo de la operación y en 1914 se constituyó una fundación. En esas fechas, la hacienda había quedado reducida a 6.118 hectáreas, de las que la provincia se reservó 630. Las restantes 5.488 se dividieron en lotes de 50 hectáreas, que fueron adjudicados a otras tantas familias en condiciones favorables. El colono debía hacer efectivo el pago en el plazo de diez años, que comenzaban a correr en el quinto después de la firma del contrato. En los dos primeros años podían contar con la ayuda de los religiosos, que se encargaban de su sustento. En 1998 uno de esos colonos recordaba con nostalgia el ambiente de familia que reinaba entre ellos: «Vivíamos aqui como irmãos, num ambiente de fraternidade onde tudo era dividido». La Fazenda llegó a ser el centro económico-social más importante de la región. A partir de 1916 los recoletos la convirtieron también en un importante foco evangelizador, recorriéndola en todas sus direcciones y dotándola de doce capillas.

3. Apostolado social en el siglo pasado

Ampliemos ahora la mirada al siglo XX. En todo ese periodo, los agustinos recoletos han estado cerca de los empobrecidos, aunque el gran número de ministerios y la escasez de religiosos impidieron realizar un trabajo más coordinado. Se iniciaron obras que todavía hoy continúan, otras se han dejado o han cambiado de orientación. El esfuerzo por mejorar la calidad de vida del pueblo ha sido constante. Los misioneros, además de edificar iglesias, han promovido la construcción y mantenimiento de escuelas, dispensarios médicos, viviendas, centros sociales y comedores parroquiales[213].

Área educativa

En Panamá, con el fin de proteger la cultura propia, se estableció una escuela en Kankintú que hoy ofrece estudios universitarios. En Brasil se abrieron escuelas gratuitas en Ribeirão Preto y en la favela La Rocinha de Río de Janeiro. Actualmente, se siguen apoyando económicamnete escuelas de orientación social en Río de Janeiro (favela Vidigal) y Breves (Marajó). En Filipinas, se ofrecieron becas a los estudiantes y se facilitaron viviendas a los profesores. La universidad de Bacólod emprendió en el barangay Handumanan un ambicioso proyecto social, que incluía una escuela, viviendas y un centro de salud. Hay que mencionar la labor que desde el año 1966 está desarrollando la Ciudad de los Niños de Cartago (Costa Rica) en la formación de niños y jóvenes de escasos recursos. En Sierra Leona (1996), se ayuda desde los comienzos a los maestros de las aldeas.

Proyectos sociales y pastorales

En Colombia, en las misiones de Tumaco (1899-1947), gracias a la tenaz labor durante 20 años del padre Bernardo Merizalde, los recoletos introdujeron el cultivo del arroz e impulsaron la construcción del ferrocarril, el trazado de una carretera hacia Pasto, la inauguración de líneas de navegación marítima, fluvial y aérea, la instalación del telégrafo y, sobre todo, la apertura de varios centros de enseñanza. En 1947 se dejó esta misión.

En muchos de nuestros ministerios se abrieron “Talleres de Santa Rita”, que crearon un espíritu de solidaridad entre los fieles y distribuyeron millares de prendas de vestir entre los pobres. Los más activos fueron los de Manizales (1909), donde en 1926 ya funcionaban doce equipos, y Caracas (1936).

En Perú, los misioneros de Chota han promovido la creación de cooperativas de ahorro y crédito. También ha sido eficaz su trabajo en la promoción social del campesino y, sobre todo, de la mujer. Se han realizados proyectos para la construcción de cocinas y para mejorar las viviendas.

En la prelatura de Bocas del Toro (Panamá) es notable el esfuerzo inculturizador de los misioneros, desarrollando entre los guaymíes una evangelización integral respetando sus valores culturales. Hay que mencionar en esta prelatura la pericia de algunos religiosos en el trazado de carreteras y la construcción de caminos, puentes y acueductos.

En Brasil, desde hace años se trabaja en la pastoral de la tierra, la pastoral indigenista y el desarrollo integral de la Amazonia. También se puso en marcha un programa de nutrición, prevención y educación que ha contribuido a rebajar la mortalidad infantil. Se han realizado proyectos para la construcción de viviendas sociales. En 1993 se iniciaron en la prelatura de Lábrea los centros Esperanza para impulsar la pastoral social y de la juventud; estos centros cuentan con el apoyo de la Fraternidad Seglar de Lodosa (España), constituida como ONGd en 1994, que organiza mercadillos y recoge fondos con sencillez y sentido solidario.

La misión de Sierra Leona cuenta desde hace años con la aportación provincial de Filipinas. Durante un tiempo se realizaron proyectos y se recibieron contendores con material escolar y alimentos procedentes de la solidaridad de colegios, Haren Alde y otras asociaciones de España. También se contó con la ayuda de parroquias de España e Inglaterra.

Los apadrinamientos, a veces discutidos, son hoy todavía una gran ayuda para que muchas familias puedan mantener y educar a sus hijos.

Área de salud

En Venezuela se atendió a los leprosorios de Cabo Blanco y de la isla Providencia. También en la prelatura de Lábrea se acompaña pastoralmente a los leprosos y se promueve su integración. En la Ciudad de México, desde 1996 se atiende espiritualmente a los enfermos del Hospital general. La ayuda moral y material a los enfermos de cáncer en Colombia es un hecho a través de la Fundación “San Ezequiel Moreno” (desde 1976), que cuenta con filiales en una treintena de ciudades del país. La recogida de medicinas y el cuidado de dispensarios parroquiales sigue potenciándose en varios países.

Con todo, hemos de reconocer que la eficacia de varias de estas iniciativas se ha visto seriamente comprometida por la escasez de personal cualificado, la discontinuidad de los procesos y la falta de una planificación común.

4. Una historia por construir

Desde 1994 ha sido significativa la ayuda económica que ha prestado la ONGd Haren Alde durante 25 años. Esta asociación, asumida por la Orden, ha buscado mostrar la dimensión social del carisma agustino recoleto y ha apoyado económicamente cerca de 300 proyectos sociales. Ha contado con religiosos muy entregados en su dirección y ha facilitado la colaboración de laicos profesionales y de voluntarios. Se han mantenido y financiado los proyectos con las aportaciones de entidades públicas españolas y donaciones de benefactores. En 2018 se dio por concluido su servicio y se optó por establecer una red solidaria agustino-recoleta que organizara y dinamizara la labor solidaria en cada país.

En estos últimos años, se han iniciado nuevas obras sociales: en Brasil, el Centro social de Belén de Pará (2003), que presta un servicio de atención médica con quince especialidades, asistencia social, voluntariado y proyectos de formación. El 27 de agosto de 2008 se inauguró en Fortaleza el Lar Santa Mónica, para la atención y prevención de niñas vulnerables. En la Ciudad de México, desde 2006, el CARDI (Centro Agustino Recoleto de Desarrollo Integral) ofrece un programa de voluntariado, al tiempo que presta atención y apoyo a las familias de los enfermos del Hospital General y del Hospital Infantil. En Panamá, en 2014, se creó un Banco de alimentos en la parroquia San Lucas, que actualmente cuenta con el soporte de cuatrocientas organizaciones benéficas. En Sierra Leona se han construido las escuelas de secundaria de de Kamabai (2017) y de Kamalo (2019). En 2017, la Orden asumió en Cuba un área misional que atiende actualmente cuatro parroquias en la diócesis de Holguín (Banes, Antilla, Tacajó y Báguanos). En 2017 se intensificó la ayuda solidaria con Venezuela, por la situación social y política que vive el país.

Tenemos que reconocer la colaboración y responsabilidad de los laicos, que con sus aportaciones económicas y su trabajo se solidarizan con los pobres. Hay que destacar su trabajo solidario en los grupos de Cáritas, en el voluntariado, en la atención a comedores y dispensarios médicos, en los proyectos sociales y en la pastoral social que se realiza en las parroquias de varios países. Y también hemos de reconocer y agradecer la labor entregada y callada que hoy realizan tantos religiosos que confían en los laicos y se desviven por caminar con los pobres y promover un desarrollo integral y el cuidado de la Creación.

Constatamos el auge del voluntariado en el propio país y el voluntariado misionero. Este servicio social requiere apertura, confianza y dedicación por nuestra parte[214]. No basta con enviar voluntarios, jóvenes o adultos, a un ministerio para que trabajen; hoy es necesaria la formación, la identificación con la obra social y la disposición solidaria para realizar desde la fe un servicio humanizador respetando a las personas y su cultura. Para impulsar el voluntariado es necesaria la acogida, la organización y el testimonio de vida de las comunidades religiosas.

Con el fin de unir esfuerzos en toda la Familia agustino-recoleta, impulsar la organización del apostolado social en cada país y crear una conciencia solidaria en todas nuestras comunidades y ministerios, en 2017 se creó la Red solidaria internacional agustino-recoleta ARCORES.

Ante los retos que hoy tenemos para ser comunidades evangelizadoras, vivir la pobreza, revitalizar el carisma con renovada fidelidad, ser solidarios con los pobres y cuidar la casa común, no dejemos de recordar con gratitud el pasado, vivamos el presente con pasión misionera y abracemos el futuro con renovada esperanza[215].

5. Orientaciones para vivir la pobreza

El voto de pobreza es hoy signo de coherencia, libertad de espíritu y disponibilidad apostólica. Recordemos las palabras de san Pablo VI en Medellín: “Estamos siendo muy observados: «spectaculum facti sumus» (1 Cor 4, 9): el mundo nos observa hoy de modo particular con relación a la pobreza, a la sencillez de vida, al grado de confianza que ponemos para nuestro uso en los bienes temporales”[216].

En todos los países donde estamos –cada uno con su cultura y propia situación social–, como si de una pandemia se tratara, nos envuelve la indiferencia y la cultura del descarte. Crece la tensión entre lo personal y lo comunitario. El deseo de autorrealización entra a veces en colisión con los proyectos comunitarios. La búsqueda del bienestar personal, sea éste espiritual o material, dificulta la vivencia de la pobreza y la entrega al servicio de la misión común. En fin, determinadas visiones excesivamente subjetivas del carisma y el servicio apostólico quitan fuerza a los proyectos comunes y al trabajo en equipo[217].

Nos hemos habituado a grandes declaraciones, a recordar historias del pasado, formulando buenos deseos. Pero, a la hora de vivir la pobreza, no nos podemos quedar en bellas teorías o en postulados doctrinales. Tendremos que recuperar la inquietud y la tensión para entrar en procesos de conversión personal y transformación de las estructuras de la Orden.

Sabemos –y lo sabemos muy bien– que la felicidad y la alegría que brotan del corazón no nacen del poseer ni desear grandezas que superan nuestra capacidad, sino de sentirnos pobres ante Dios y cercanos a los necesitados. Surge en nuestro interior el deseo de “reavivar” la alegría, la disponibilidad y la radicalidad de la pobreza evangélica para oír el clamor de los empobrecidos y la voz de Cristo en ellos. Seremos creíbles si somos coherentes y si transmitimos la misericordia y la paz del Señor desde el fondo del corazón.

Me aventuro ahora a delinear algunas propuestas concretas, y ofrezco –para el mejor gobierno de la Orden– algunas orientaciones que propicien la pobreza de espíritu y la predilección por los pobres. Si no hay gestos, decisiones y cambios audaces en cada uno de nosotros y en las estructuras de la Orden, no viviremos la pobreza ni encontraremos el camino de la verdadera alegría.

5.1. Itinerario personal

La pobreza de espíritu es don del Espíritu Santo. No hay una fórmula mágica ni una receta; toca discernir y arriesgar. No hay una pobreza tipo, pero sí un talante y un modo de ser pobre marcados por el carisma, la familia, la formación, la cultura y las experiencias personales. El papa Francisco nos invita a “sembrar inquietud sobre la pobreza y a tener el valor de interrogarnos constantemente sobre nuestro estilo de vida”[218].

Con el deseo de invitar a la reflexión y al discernimiento personal y comunitario, propongo algunas cuestiones que nos tenemos que replantear con criterios evangélicos:

1ª. Hemos de atrevernos a pedir al Señor que nos conceda vivir con alegría el voto de pobreza. Avanzar en la «pobreza de espíritu», la humildad, la sencillez, el reconocimiento de los dones de los otros, el aprecio de las realidades evangélicas, como «la vida escondida con Cristo en Dios», la estima por el sacrificio oculto, la valoración de los postergados, la dedicación a tareas no retribuidas ni reconocidas[219]. Considerar sinceramente qué me falta y qué me sobra para vivir con pobreza el carisma y la misión. En este momento de mi vida, ¿cuál es mi disponibilidad para ir a los lugares más pobres? He de preguntarme qué hago en concreto para servir a los hermanos de la comunidad donde estoy y cuál es mi relación con las situaciones de pobreza de las personas vulnerables de mi entorno.

2ª. La gravedad de la crisis ecológica y social que se vive hoy nos exige a todos nosotros cuidar de la casa común. El papa Francisco, en Laudato si’, nos propone “pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia”[220].

3ª. Por la profesión del voto de pobreza, cada uno de nosotros ha renunciado a la propiedad personal. Por la profesión solemne renunciamos a perpetuidad a todo dominio sobre los bienes, e incluso a la capacidad de adquirir otros. En la posesión de bienes, no sólo el religioso, también los superiores y la misma comunidad, tienen la responsabilidad de actuar con diligencia[221]. Hemos renunciado al “uso y usufructo particular” de los bienes y al libre uso del dinero, a no ser que el prior encomiende temporalmente un servicio determinado. A ningún religioso le está permitido poseer y acumular dinero procedente de donaciones personales, publicaciones, misas, cuota mensual o sobrante de vacaciones. Todos tenemos que rendir cuentas. En los casos en que un religioso tenga que abrir una cuenta para recibir pensiones o realizar operaciones económicas, hágalo con el permiso escrito del superior mayor, figure también, si es posible, la firma del ecónomo local, y rinda cuentas de forma periódica.

4ª. En las provincias se ha difundido la práctica de dar a los religiosos una módica cantidad mensual para pequeños gastos más personales. Lo que comenzó con un detalle se ha convertido en algunas partes en una exigencia para disponer de dinero para uso particular. También se establece una cantidad para las vacaciones con la familia. No se entiende que, cuando hay tanta pobreza, los religiosos tengan un “peculio” que permite la autonomía personal y la acumulación, sin rendir cuentas. Los capítulos y los directorios provinciales tendrán que ser precisos en esa cuestión para evitar la acumulación.

5ª. Nuestra pobreza no está solamente en no tener cosa propia, sino principalmente en no tener apegado el corazón a cosa alguna, que es el fin para el que se ordena la pobreza exterior[222]. Poco hacemos con privarnos de dinero si nos amargamos la vida deseando tener objetos, títulos, reconocimientos y privilegios. No es propio de personas que han entregado su vida y quieren vivir la pobreza poseer en particular, o guardar a escondidas para sentirse seguros, o hacer regalos a otros para que me quieran.

6ª. En la formación inicial y permanente de la Orden –también en nuestros centros educativos y ministerios– es necesario insistir en el sentido de la pobreza evangélica, promover una adecuada formación en la Doctrina social de la Iglesia[223] y alentar un renovado compromiso con los pobres y con el cuidado de la Creación.

7ª. Una característica de la pobreza en la Orden es la de pedir cuando se necesita, bien sea al prior o al ecónomo. Los ecónomos sean respetuosos con los religiosos y procuren que puedan tener dinero suficiente ante una situación imprevista; luego, el religioso rinda cuentas del dinero recibido[224]. No nos ayudan la desconfianza o la estrechez de miras por parte del ecónomo, como tampoco la actitud del hermano que quiere gastar sin rendir cuentas.

8ª. Cuando un religioso ve a sus padres o a su familia en necesidad, acuda con confianza al Superior mayor y expóngale la situación. No es el religioso por su cuenta quien debe conseguir dinero para ayudar a su familia. Este discernimiento le corresponde al Superior mayor con su consejo, que ayudarán a quien realmente lo necesite, evitando los privilegios[225].

9ª. Tendremos que pensar y entender que mis necesidades no son las necesidades de todos, y menos las de aquellos que no disponen de lo necesario para vivir. Pensemos en los modelos de coches que compramos, en el número de aparatos electrónicos de uso personal que tenemos y en el deseo de poseer los modelos de “última generación”, buscando justificaciones sin preocuparnos del gasto que supone ni el servicio que va a tener.

10ª. Tenemos que discernir con espíritu de fe y criterios morales cómo liberarnos de las nuevas dependencias que surgen del mal uso de medios que facilitan nuestra vida y trabajo apostólico: internet y redes sociales, televisión o tarjeta de crédito, entre otros. También en este aspecto necesitamos ascesis y responsabilidad, para no perder el tiempo o evadirnos del trabajo y del servicio pastoral.

11ª. La pobreza requiere dominio de sí, ascesis y actuar con responsabilidad para privarnos de aquello que perjudica la salud, como el tabaco o las bebidas alcohólicas, y no dejarnos llevar compulsivamente por objetos de consumo ante las modas y la facilidad para comprar on line sin necesidad.

12ª. No se entiende que un religioso que ha optado por la pobreza no se esfuerce por ser educado, cuidar el aseo personal, vestir con dignidad, estar disponible para el servicio y velar por lo común. También en estos aspectos nos tendríamos que ayudar mutuamente con la corrección fraterna, realizada con respeto y siempre motivada por la caridad[226].

13ª. Cada religioso trabajará según sus posibilidades y según el Proyecto de vida y misión de la comunidad. Por el trabajo se une y sirve a los hermanos, se perfecciona a sí mismo, contribuye a la economía de la comunidad y se asocia a la obra creadora de Dios[227]. No es cuestión de ganar dinero, sino de servicio y entrega personal. Como pobres que queremos ser, tendremos que tener en cuenta las horas que trabajamos y la actitud con que lo hacemos.

14ª. La comunidad determinará en su Proyecto de vida y misión su compromiso social y las ayudas a ARCORES u otras instituciones caritativas. Nos puede ayudar el diálogo sencillo sobre la pobreza, la gestión de los bienes, las privaciones y las dificultades económicas que tienen los padres de familia, los ancianos, los estudiantes, los enfermos.

15ª. Las comunidades que atienden ministerios o centros educativos de nivel social más alto no se pueden considerar autosuficientes y desentenderse del fondo común de la provincia, al que tienen que contribuir según lo establecido en el propio estatuto. Los religiosos que están en estos ministerios no han de considerarse con privilegios para el uso del dinero, ni estar exentos de rendir cuentas. Nos ha perjudicado la permisividad de los superiores y un concepto erróneo de la economía y de la pobreza al estimar que el dinero que administramos lo gastamos como queremos.

16ª. Todos los años disponemos de unos días de vacaciones para estar con la familia o descansar. No es propio de quien ha hecho profesión de pobreza evangélica aspirar a unas vacaciones de ricos. No hay coherencia entre la opción de pobreza y el afán de visitar países y de disfrutar de una vida social propia de personas acomodadas. Con el pretexto de sentirnos liberados y tener amigos ricos, es fácil identificarse con su estilo de vida y dejarnos llevar por criterios mundanos que no encajan con el espíritu de pobreza que hemos profesado.

17ª. En la atención a las fraternidades seglares y a las comunidades JAR, tenemos que ofrecer con sencillez y claridad, desde la experiencia del carisma agustino recoleto, una propuesta de pobreza liberadora que les ayude a sentirse solidarios con los pobres y a comprometerse, en cuanto miembros de la familia agustina recoleta, en las iniciativas sociales en las que está implicada la Orden a través de ARCORES.

5.2. Proceso y compromiso comunitario

Ya hemos indicado que no basta con ser pobres personalmente si pertenecemos a instituciones ricas que acumulan bienes sin límite y nos garantizan todas las seguridades y un estilo de vida propio de ricos. La pobreza vivida según el carisma de la Orden nos cuestiona no solo personalmente; también interpela las actitudes y comportamientos de cada una de las comunidades, de cada provincia y de la misma Orden.

La vida fraterna en comunidad, “como expresión de la unión realizada por el amor de Dios, además de constituir un testimonio esencial para la evangelización, tiene una gran importancia para la actividad apostólica y para su finalidad última”[228]. Se nos pide a los religiosos ser expertos en comunión[229]; la comunión requiere una positiva y confiada relación humana, y comunicación. Hoy en la Orden necesitamos trabajar en equipo para discernir, coordinar y asumir los procesos operativos con sostenibilidad y renovada esperanza. No podemos estar continuamente abandonando los proyectos iniciados y comenzando otros nuevos.

El 55º Capítulo General acogió las propuestas que nos hizo el papa Francisco: «ser creadores de comunión», «reflejar el ideal de los primeros cristianos» y «ser profecía viviente de comunión», para que no haya división, ni conflicto, ni exclusión[230]. La labor evangelizadora, transformadora y solidaria nos compromete a responder de forma comunitaria a los desafíos existenciales que surgen en los países y en las diversas realidades en que estamos presentes. La fidelidad al carisma, la vivencia de la pobreza evangélica, la caridad solidaria, la opción preferencial por los pobres y el cuidado de la Creación nos interpelan y reclaman un proceso y un compromiso comunitario.

El papa Francisco recurre a la metáfora de la red para expresar la “unión” en la comunidad: “Cuanto más cohesionada y solidaria es una comunidad, cuanto más está animada por sentimientos de confianza y persigue objetivos compartidos, mayor es su fuerza”[231]. La comunión y la misión nos urgen a unir esfuerzos y a estar unidos en red, como Orden y como familia agustina recoleta. Somos conscientes de las dificultades que surgen para “estar en red”, asumiendo la responsabilidad sin protagonismo, buscando la comunión fraterna, poniendo a disposición de todos los medios que tenemos. Con la fuerza del Espíritu podremos percibir el signo de estos tiempos y reconocer la acción de Dios en las vicisitudes humanas.

En los procesos de reestructuración de las provincias se ha incluido casi siempre el criterio de atender las misiones y de ser solidarios con los pobres; pero poco hemos cambiado en la práctica. Tendremos que preguntarnos por qué nos preocupa más mantener los ministerios acomodados que arriesgar en aquellos en que hay más pobres o requieren mayor trabajo y entrega. Desde nuestra limitación y pobreza, hay que discernir y tomar decisiones para impulsar nuevos proyectos comunes de pastoral y de compromiso con los pobres en cada una de nuestras demarcaciones. Necesitamos gestos concretos y reales que nos toquen el corazón y el bolsillo. Cada comunidad, cada parroquia y cada colegio podrían implicarse más en las obras sociales de la Orden y de la propia diócesis. Una y otra vez, con tono profético, el papa Francisco nos recuerda las frases fuertes de los Santos Padres, como San Juan Crisóstomo: “No compartir con los pobres los propios bienes es robarles y quitarles la vida. No son nuestros los bienes que tenemos, sino suyos”[232].

El dinero es para servir, no para gobernar. Y los bienes temporales de la Orden, de las provincias y de cada comunidad, son un instrumento al servicio del carisma y la misión. Según el Código de Derecho canónico, son también “bienes eclesiásticos” (c. 635, 1), y, por tanto, ordenadas a un fin congruente con la misión de la Iglesia (cf. c. 114 § 1), «para que cumplan en nombre de la Iglesia la misión que se les confía mirando al bien público» (c. 116 § 1).

A nosotros, sin embargo, inmersos como estamos en la sociedad de consumo, nos cuesta entender que los bienes de la Orden y de cada provincia sean bienes eclesiásticos. Esto significa que la rentabilidad no es el único criterio de gestión; hay que tener en cuenta la fidelidad al carisma, la misión y la solidaridad con los pobres. Un atento discernimiento es el medio para repensar nuestra economía y el sentido que tiene. A ello se dirigen los apuntes siguientes.

1º. De nada sirve plantearnos la macroeconomía y los principios de la pobreza si no aterrizamos en la propia comunidad y en la vida de cada día. Cada comunidad de agustinos recoletos, como indican las Constituciones, “se ha de distinguir por la honesta sobriedad en todo: es mejor tener pocas necesidades que abundar en riquezas. No sólo los religiosos en particular, sino las mismas comunidades den testimonio colectivo de pobreza evangélica ante el pueblo de Dios. La Orden evite cuidadosamente toda especie de lujo, de lucro inmoderado y de acumulación de bienes a fin de que la pobreza resplandezca siempre y en todo”[233].

2º. Las Constituciones, como ya hemos indicado, señalan que los bienes temporales de la Orden “son en cierto modo sagrados” y que “deben usarse para los fines que, de acuerdo con la doctrina de Cristo Señor y la ordenación de la Iglesia, hacen lícita su posesión: para el culto divino, el mantenimiento de las casas de formación, la digna sustentación de la comunidad, las obras de apostolado y para ayudar a los más necesitados”[234].

3º. Al Capítulo general, que «ostenta la suprema autoridad en el instituto de acuerdo con las Constituciones» (c. 631 § 1), es a quien le compete fijar las orientaciones fundamentales en materia económico-administrativa para toda la Orden[235]. El Capítulo general tendrá que discernir y decidir las modificaciones que considere necesarias en el Capítulo 9 de las Constituciones y en la gestión de los bienes. Destacamos por su importancia y novedad:

  1. a) Directorio económico: Apruebe el Capítulo general un Directorio económico que, a la luz de la experiencia madurada con el tiempo, favorezca la actuación de medidas que sean lo más conformes posibles al carisma de la Orden, a su misión y al consejo evangélico de pobreza[236].
  2. b) Establezca el Capítulo la cantidad máxima para los actos de administración extraordinaria de cada Provincia, y concrete los trámites necesarios (cf. c. 638 § 1 y c. 1281).
  3. c) El “Consejo económico y de patrimonio”, que ya está establecido en la Orden como órgano que depende del Prior general y su Consejo, debe realizar su cometido de orientar al consejo general y hacer un seguimiento de los bienes de las provincias. Éstas, por su parte, tienen también su “Consejo económico y de patrimonio”. Para que sea operativo, sus funciones se establecerán en el Directorio económico de cada Provincia. Los consejos económicos provinciales tienen que exigir la presentación de cuentas y establecer un programa administrativo con la colaboración de profesionales seglares.
  4. d) Conviene establecer un Reglamento administrativo en las obras de relevancia social[237], así como procedimientos de control interno, estableciendo, si es el caso, auditorías internas[238]. Estamos en diversos países y la legislación varía de unos a otros. La confianza exige competencia y transparencia. A través de normas del derecho propio, se determinarán formas de auditoría interna que, mediante un sistema equilibrado de autorizaciones preventivas, rendición de cuentas y comprobaciones sucesivas, permitan a los consejos velar por la actividad del ecónomo, del representante legal y de los profesionales encargados[239].
  5. e) El patrimonio estable esté formado por los bienes inmuebles y muebles que garantizan la subsistencia de nuestras instituciones. La asignación de los distintos bienes al patrimonio estable se ha de evaluar periódicamente. El derecho canónico requiere la legítima asignación, independientemente de la cualificación que el patrimonio estable pueda tener en la normativa civil de los diferentes países. Sean claramente definidos los criterios para la gestión del patrimonio estable[240].
  6. f) El deber de rendir cuentas. Es responsabilidad del prior general, priores provinciales, vicarios provinciales y priores locales, que cada comunidad presente sus cuentas con claridad y transparencia. Obligación suya es verificar y acometer auditorias para garantizar la buena administración y la finalidad de las obras e instituciones. El prior provincial no debe permitir que sólo se envíen las cuentas de la comunidad firmadas por un solo religioso. En los países en que la economía está centralizada, el ecónomo provincial ha de informar al prior local, al ecónomo y a la comunidad periódicamente del balance de cuentas del centro educativo o la obra apostólica. Todos tenemos que ser discretos y responsables[241].
  7. g) Archivo económico administrativo. La Orden y las provincias dispondrán de un archivo económico administrativo (cf. c. 1283-1284) para asegurar una organización administrativa y contable eficaz. Se cuidará con diligencia la actualización permanente del inventario de bienes inmuebles, y la catalogación y conservación de las escrituras y las pólizas de seguros[242].
  8. h) Preguntémonos por qué nos empeñamos en mantener edificios, obras, estructuras y servicios apostólicos que no responden a las necesidades actuales. Es necesaria una renovada conciencia para abandonar la mentalidad asistencialista que cubre las pérdidas de una obra sin resolver los problemas de gestión y que representa un daño enorme, porque disipa recursos que podrían utilizarse para otras obras de caridad[243]. Recordemos las palabras del papa Francisco a los consagrados: “Espero de vosotros gestos concretos de acogida a los refugiados, de cercanía a los pobres, de creatividad en la catequesis, en el anuncio del Evangelio, en la iniciación a la vida de oración. Por tanto, espero que se aligeren las estructuras, se reutilicen las grandes casas en favor de obras más acordes a las necesidades actuales de evangelización y de caridad, se adapten las obras a las nuevas necesidades”[244].
  9. i) En las inversiones financieras que se realicen con nuestros bienes económicos, actuemos siempre con criterios éticos y morales, aun a costa de obtener menos beneficios. Aunque nuestra aportación no sea más que un pequeño gesto, los superiores y los ecónomos deben exigir y garantizar que no apoyamos asociaciones que van en contra de la dignidad de las personas, promoviendo la explotación del pobre, la droga, la venta de armas y todo aquello que se oponga al bien común, el medio ambiente y una ecología integral [245].
  10. j) La comunión de bienes requiere contribuir al bien común y evitar economías paralelas en las comunidades, en las provincias y en la Orden. Los superiores tienen la obligación de hacer un seguimiento con la ayuda de personas cualificadas, a fin de evitar personalismos e inversiones particulares, aunque sea para obras sociales.
  11. k) En las obras sociales que promueve la Orden o en las que participen comunidades o religiosos, estemos abiertos a colaborar y establecer convenios con los obispos, instituciones diocesanas y otras congregaciones religiosas impulsando la comunión, la evangelización, el desarrollo integral y la solidaridad[246]. También se pueden determinar alianzas con entidades privadas que trabajan denodadamente por el fin de la pobreza y el empoderamiento de los empobrecidos. Ningún religioso debiera tener cuentas a su nombre ni disponer del dinero de obras sociales sin el permiso explícito del Superior mayor y sin la supervisión de dichas cuentas por parte del Consejo económico, aunque la obra no pertenezca a la Orden.

4º. “Los ecónomos desempeñan su oficio según las directrices y bajo la vigilancia del respectivo superior, pero de modo que toda la administración económica, de cualquier tipo que sea, se realice siempre con la intervención del ecónomo, que debe asistir y dar su parecer en los consejos en que se traten temas económicos, aunque sin derecho a voto”[247]. Es responsabilidad de los superiores mayores y de sus consejos el tomar las decisiones y exigir la transparencia en la gestión económica. En cada comunidad, el prior y el consejo local deben asumir también esta responsabilidad, informando a la comunidad local de la gestión de las obras, centros educativos y parroquias que tienen encomendadas.

5º. Responsabilidad, transparencia y confianza. Los tres principios son una exigencia del voto de pobreza para todos los religiosos, para los ecónomos y, de modo especial, para los que ejercen cargos de gobierno en las comunidades, vicarías, provincias y la Orden. No sólo es cuestión del ecónomo o del consejo de economía, sino del superior, los consejos y toda la comunidad. Hoy todos tenemos que presentar cuentas y cumplir las leyes civiles. Rendir cuentas y justificarlas debe ser motivo de confianza y signo de pobreza. No deben aceptarse las cuentas de las casas que no estén incluidas en el programa de economía de la provincia y no vayan firmadas por el superior y el consejo correspondiente. Tanto los hermanos que están en lugares más acomodados como los que están en ambientes más pobres deben rendir cuentas. La transparencia en la economía no impide la generosidad, antes bien, la facilita y contribuye a una solidaridad equitativa sin favoritismos.

6º. La comunión de bienes debe ser efectiva. Para ello hay que establecer los medios legales para contribuir al patrimonio estable de las provincias y para que, cuando lo decida el prior provincial y su consejo, se puedan transferir bienes económicos a otras vicarías y contribuir al mantenimiento de casas de formación u obras en otros países.

7º. La comunión de bienes propicie también la colaboración con la Curia general, con otras provincias y con la Familia agustino-recoleta, consolidando la red solidaria agustino-recoleta Arcores para realizar proyectos sociales comunes en cada país y ser solidarios en las emergencias[248].

8º. El apostolado social no es exclusivo de los religiosos. Necesitamos tomar conciencia de que es una misión compartida que requiere comunión eclesial, corresponsabilidad y solidaridad. Tenemos que evitar los grupos cerrados y dependientes de algunas personas; hemos de estar abiertos a la intercongregacionalidad, sumando fuerzas ante la necesidad. En nuestras parroquias y centros educativos tenemos que promover el voluntariado católico, ofrecer programas de formación y preparar proyectos solidarios evaluables que faciliten en cada país el encuentro personal con los más pobres.

9º. El párroco no puede actuar en la administración de la parroquia como “dueño”, a costa de los fieles y de la comunidad. Según el Código de Derecho Canónico, el consejo de asuntos económicos es obligatorio en todas las parroquias (cf. cc. 115,2; 492,1). Este consejo puede desempeñar un rol de particular importancia para hacer crecer la cultura de la corresponsabilidad, de la transparencia administrativa y de la ayuda a las necesidades de la Iglesia. En particular, la transparencia ha de entenderse no sólo como una presentación formal de datos, sino principalmente como debida información a la comunidad y una provechosa oportunidad para involucrarla en la formación[249].

10º. La cuestión de los estipendios en el ministerio sacerdotal afecta también a la pobreza personal y comunitaria de los religiosos. Según la Instrucción “La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia”, las ofrendas por la celebración de los sacramentos deben ser “un acto libre” de parte del oferente y no un “precio a pagar” o una “contribución a exigir”, como si se tratara de una suerte de “impuesto a los sacramentos”. En este sentido, resulta importante sensibilizar a los fieles para que contribuyan voluntariamente a las necesidades de la parroquia, que es de todos. Con el propósito de lograrlo, se exhorta a los sacerdotes a dar un ejemplo virtuoso en el uso del dinero, tanto con un estilo de vida sobrio y sin excesos en el plano personal, como con una gestión de los bienes parroquiales transparente y acorde con las necesidades reales de los fieles, sobre todo los más pobres y necesitados[250].

11º. Un centro educativo agustino recoleto no puede tener como finalidad obtener recursos económicos, ni dar utilidad a un edificio. No basta con tener un colegio o universidad: nuestros centros educativos tienen que ser auténticamente católicos y agustinianos, con un expreso objetivo evangelizador[251]. La pobreza evangélica es un valor de referencia para todo cristiano y, por tanto, para la educación católica[252]. Los centros se regirán por unos estatutos propios, aprobados por el prior provincial con el consentimiento de su consejo[253]

12º. Nuestros centros educativos tienen el reto de armonizar la excelencia académica con el desarrollo integral, educando la mente y el corazón[254]. No podemos ir por libre y es necesario trabajar en red para ofrecer planes concretos y contextualizados, promoviendo la cooperación, la ciudadanía global, el cuidado de la Creación, la justicia y la solidaridad con los pobres[255]. Estos aspectos propuestos por la Iglesia, si bien han sido asumidos de manera muy concreta en las Constituciones[256], todavía requieren un cambio de mentalidad en muchos de nuestros centros. Si pretendemos una educación integral, al disponer de menos religiosos, tendremos que gastar más dinero en nuestras plataformas evangelizadoras educativas[257], en la formación de laicos directivos y educadores, en la enseñanza de la religión, la pastoral, el voluntariado, la oferta de asistencia social y las becas de estudio. Para lograr los objetivos de nuestros centros educativos se ha  constituido la red Educar.

13º. La pobreza y la limitación se experimentan de manera más intensa en la enfermedad y en la etapa de menos actividad, debido a la edad avanzada. En estas situaciones se presentan nuevas dificultades, pero desde la fe es una etapa fecunda y apostólica por el amor, la oración y la unión con los sufrimientos de Cristo. Poco creíbles serán nuestra pobreza y las actividades sociales si no nos sentimos implicados en el cuidado de los enfermos de la propia comunidad o provincia. No sólo los encargados, sino también los jóvenes y los adultos tienen que servir y manifestar su afecto y cercanía para con ellos.

14º. Nuestra presencia misionera o en ministerios con los más desfavorecidos no llega al 8 % de los religiosos de la Orden[258]. Es verdad que somos menos y de más edad en varias partes del mundo; pero algo pasa cuando preferimos colegios y parroquias de nivel medio alto y nuestra preocupación no son los pobres. La reestructuración que soñamos desde hace años parece paralizada y neutralizada; habrá sido sólo un pequeño temblor sino se avanza en el proceso de transformación que necesitamos. ¿No podemos tomar decisiones audaces con nuevos proyectos, dejando otros que los sacerdotes diocesanos o los laicos pueden realizar? Apostar por presencias pobres y entre los pobres sólo se alcanza desde la disponibilidad, el desprendimiento y la debilidad. Hacer una opción clara y firme por las misiones y por las periferias existenciales exige la audacia y valentía de quien está verdaderamente comprometido con el Reino de Dios.

15º. Energía renovable. A nivel global, la Laudato si’ insiste en la necesidad de sustituir progresivamente las tecnologías basadas sobre recursos de combustibles fósiles, particularmente contaminantes, por energías renovables. Hemos de comprometernos con optar por la transición energética y promover las energías renovables en los proyectos de construcción, en centros educativos, parroquias y obras sociales e incluso en las inversiones financieras. Donde esto no sea posible, procuremos al menos alternativas menos dañosas para el medio ambiente[259].

16º. La Orden, las provincias, cada comunidad religiosa, centro de espiritualidad, centro educativo o parroquia, todos estamos llamados a vivir en coherencia con lo indicado en Laudato si’, asumiendo iniciativas de educación y formación en la ecología integral, la recogida diferenciada y el depósito de desechos, la utilización de medios de transporte menos contaminantes, un consumo crítico y circular, mejores sistemas de aislamiento energético, inversión ética, abolición de plásticos de usar y tirar, cuidado de los espacios verdes y tantas otras medidas de consumo responsable[260].

5.3. Red solidaria internacional agustino-recoleta

La Familia agustino-recoleta sueña ser significativa en la Iglesia y en el mundo, anunciando el Evangelio desde la vitalidad del carisma recibido. El Espíritu nos une a los religiosos, hermanas contemplativas, congregaciones femeninas, laicos de las fraternidades y jóvenes de las JAR. Nos une, desde la diversidad y fidelidad al propio carisma, en la escucha de la Palabra y la contemplación, en ser creadores de comunión, en ser solidarios con los pobres y en anunciar el Evangelio con alegría y esperanza.

A partir de la inquietud que surgió en el Capítulo general de 2016, la Comisión de apostolado social fue perfilando el proyecto de la red solidaria internacional ARCORES para desarrollar en toda nuestra Familia la dimensión social del carisma. ARCORES nos ofrece la oportunidad de superar las fronteras y divisiones, para contribuir a la construcción de la paz en un mundo justo y solidario. Con la fuerza que viene del Espíritu de Cristo y la vitalidad del carisma que hemos recibido, podemos unir fuerzas, conocimientos y experiencias, para preparar y desarrollar proyectos solidarios en el propio país y en los diversos lugares donde la Familia agustino-recoleta está presente.

El papa Francisco acababa de publicar su encíclica Laudato si’, en la que llama a cada cristiano a comprometerse con nuestro mundo. Porque la tierra es obra divina, creada por Dios. Por ello es nuestro deber cuidar de la creación y de todos sus habitantes para que no se produzcan injusticias. El Papa explica que “es fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”[261].

Este planteamiento, que implica cambios en la dimensión personal, social y estructural, es el que ha asumido la red solidaria internacional agustino-recoleta ARCORES desde su comienzo. Tal como se recoge en su visión, “ARCORES Internacional sueña con un mundo libre de pobreza en el que prime la promoción de los derechos humanos –económicos, sociales y culturales–, la justicia social, la solidaridad, la paz y la integridad de la creación por encima de otros intereses económicos o políticos; en el que todas las personas y pueblos puedan desarrollarse, sin discriminación alguna, y puedan ejercer su derecho a participar de forma equitativa para mejorar su bienestar”[262].

Se trata, por tanto, de intensificar la conciencia social, crear comunión en la diversidad y promover la caridad solidaria en nuestras comunidades, parroquias, colegios, universidades y centros de espiritualidad. Se pretende una evangelización integral en consonancia con la Iglesia y en sintonía con toda la Creación.

ARCORES posibilita el dar pasos progresivos hacia:

  1. a) Una motivación y promoción que despierte, sustente y acompañe el compromiso social y el servicio a los pobres.
  2. b) Una mayor coordinación de proyectos, llegando a ejecutar programas comunes de cooperación para el desarrollo.
  3. c) Una animación y organización de trabajos, presencias y proyectos de acción social en los diversos países en los que está presente la Red, con unos criterios comunes básicos de intervención, con procesos de formación compartidos, y con un apoyo en recursos personales y económicos por parte de la Red.
  4. d) Una potenciación de la sensibilización y la Educación para el desarrollo (EpD) en colaboración con EDUCAR, la red internacional de centros educativos agustino-recoletos. Uno de los temas comunes en esta tarea será la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible acordada por la ONU en 2015, tal como nos pide la Iglesia a través del Dicasterio para el servicio del desarrollo humano integral.
  5. e) Un apoyo y coordinación de las campañas de emergencias puestas en marcha por miembros de la Familia agustino-recoleta.
  6. f) Una coordinación de los programas de voluntariado misionero –nacional e internacional– ejecutados por las ARCORES nacionales o alguno de sus miembros.
  7. g) Una responsabilidad económica común para poder llevar a cabo las propuestas comunes de la Red, junto con una suficiente autonomía económica para poder llevar a cabo los proyectos, programas y acciones de cada organización o entidad que forma parte de la Red.
  8. h) Unos órganos de gobierno eficientes, con capacidad suficiente para definir las líneas comunes de trabajo de la Red y para apoyar, animar, evaluar, interpelar y reconducir los procesos y la puesta en práctica de los planes acordados.
  9. i) Una mejora en los indicadores de transparencia y buen gobierno de la Red, tanto en su cabeza como en sus miembros.
  10. j) Una apuesta por la innovación social para desarrollar proyectos y ofrecer soluciones desde el conocimiento, las mejores prácticas y los modelos de éxito.
  11. k) Un asesoramiento para brindar oportunidades concretas de compromiso social, realizar evaluaciones de impacto de las obras sociales y proponer criterios que permitan discernir lo más conveniente a la hora de tomar decisiones comprometidas con el servicio a los pobres.

En resumidas cuentas, ARCORES Internacional pretende que, en cada país donde la Orden se encuentra, se instituyan las ARCORES nacionales que busquen sus recursos, desarrollen sus proyectos y sean solidarias con los que pasan mayor necesidad. La red ARCORES Internacional ha adoptado como lema: “Moviendo corazones, transformando vidas”, que compendia la acción solidaria eficaz que queremos, que nos compromete en lo más esencial y quiere implicar a otros; que nos transforma y quiere ser transformadora.

Desde la oficina técnica de ARCORES, se realiza un servicio de acompañamiento a las ARCORES nacionales y de animación de espacios de coordinación y de equipos internacionales, que marquen líneas de acción común y potencien la autonomía y la búsqueda de recursos y alianzas para la Red. Se pretende fomentar el intercambio de experiencias y recursos, la formación de religiosos y laicos, el desarrollo de capacidades para la red, la promoción de acciones de carácter global que protejan al menor y la realización de la jornada Corazón solidario. También se acometen acciones de apoyo técnico para la captación de socios y entidades donantes y la elaboración de proyectos.

6. El Reino de Dios os pertenece

El papa Francisco clamaba en Filipinas: “Los pobres están en el centro del Evangelio, son el corazón del Evangelio: si quitamos a los pobres del Evangelio, no se comprenderá el mensaje completo de Jesucristo”[263]. A nosotros, religiosos, eso nos compromete a “vivir de modo que se refleje en nuestra vida la pobreza de Cristo”[264]. Esto significa “rechazar perspectivas mundanas y ver todas las cosas de nuevo a la luz de Cristo; ser los primeros en examinar nuestras conciencias, reconocer nuestras faltas y pecados, y recorrer el camino de una conversión constante, de una conversión cotidiana. ¿Cómo podemos proclamar a los demás la novedad y el poder liberador de la Cruz si nosotros mismos no dejamos que la Palabra de Dios sacuda nuestra complacencia, nuestro miedo al cambio, nuestros pequeños compromisos con los modos de este mundo, nuestra «mundanidad espiritual»?[265].

El Papa ha invitado con frecuencia a todos los cristianos a reflexionar sobre la mundanidad, a la que nosotros no somos inmunes. Podemos pensar que la mundanidad es sólo ligereza o afán de fiesta, pero es algo mucho más profundo: es un estilo de vida que impide ver la necesidad de los otros y acoger la Palabra de Dios (cf. Lc 8,7). La mundanidad es una cultura: una cultura de lo efímero, de la apariencia, del maquillaje; una cultura del “hoy sí, mañana no, mañana sí y hoy no”. Tiene, ciertamente, valores superficiales; mas desconoce la fidelidad, porque cambia según las circunstancias; lo negocia todo. Es una cultura del usar y tirar, según la conveniencia. Una cultura sin lealtad, sin raíces. Podemos decir que es una hermenéutica de vida, una forma de vida, un modo de vivir el cristianismo[266].

“El Reino de los cielos –dice Francisco– es lo contrario de las cosas superfluas que ofrece el mundo, es lo contrario de una vida banal: es un tesoro que renueva la vida todos los días y la expande hacia horizontes más amplios. De hecho, quien ha encontrado este tesoro tiene un corazón creativo y buscador, que no repite, sino que inventa, trazando y recorriendo caminos nuevos, que nos llevan a amar a Dios, a amar a los otros, a amarnos verdaderamente a nosotros mismos”[267].

Nuestro voto de pobreza consagrada y nuestra opción preferencial por los pobres chocan con la mundanidad que se complace en mirar para otro lado a fin de no complicarse la vida. Tenemos el riesgo de encerrarnos en lo mío y en lo nuestro, en el ámbito personal, pero también, y de manera mucho más sutil, en el entorno institucional de las provincias y de la misma Orden. Y eso se manifiesta muy a las claras en nuestra vivencia de la pobreza.

“La pobreza es clave, para la vida consagrada especialmente. Ha de notarse en todo. La gente lo ve: este es pobre, esa es pobre. No tiene cosas superfluas, no vive superfluamente. La pobreza te lleva a buscar la única riqueza que es lo que el Señor te pide. Es la riqueza de descubrir que uno vive para el servicio… Los bienes son necesarios, ciertamente, pero la pobreza ayuda a vivir más cerca del Señor. Siempre está la tentación de tener escapatorias, pero hay que tener cuidado de no caer en cierta ideologización de la pobreza. Me refiero a que a veces se habla mucho de ella y no se vive tanto. Se teoriza sobre ello, pero nuestros criterios y nuestras acciones no acompañan. La pobreza ha de vivirse, y se ha de vivir con alegría. La pobreza conlleva estar al servicio real de los hermanos, implicarse y servir, viviendo con sencillez, sin necesidades artificiales, en armonía con la creación y con la conciencia despierta de saber que hay millones de seres humanos que viven, mejor dicho, sobreviven con menos de lo justo”[268].

Para la revitalización carismática y misionera de la Orden es urgente recuperar el sentido profético de la pobreza y sentirnos felices por tener «los mismos sentimientos de Jesucristo» (Flp 2, 5). La vivencia de la pobreza no es para nosotros algo personal o meramente opcional, sino que está en el ADN de nuestro ser, de nuestra consagración y de nuestro carisma. Sin la pobreza vivida con humildad y alegría, no podemos encontrar nuestra propia identidad, ni la libertad para desarrollar nuestra misión. Nos falta algo constitutivo.

La conversión pastoral y la santidad pasan por la oración, la pobreza y la unidad afectiva del corazón. El verdaderamente pobre es un hombre de oración, porque se siente necesitado ante Dios. El pobre se siente amado de Dios, es feliz porque puede amar y vivir con alegría. Su corazón está en Dios, y en Dios se encuentra a sí mismo y con todas las cosas, dones de Dios. El pobre es humilde, se siente agradecido por todo lo que recibe y es solidario con todo aquel que necesita de él. “La oración a Dios y la solidaridad con los pobres y los que sufren son inseparables. Para celebrar un culto que sea agradable al Señor, es necesario reconocer que toda persona, incluso la más indigente y despreciada, lleva impresa en sí la imagen de Dios. De tal atención deriva el don de la bendición divina, atraída por la generosidad que se practica hacia el pobre”[269].

Escuchamos el clamor de los pobres y de la Creación, que aguarda expectante la redención. “Las líneas de solución requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza”[270]. También nosotros, desde nuestra pobreza, podemos tener miradas de largo alcance y promover el desarrollo humano integral de los pueblos en la caridad y la verdad, comprometernos en optar por los pobres, trabajar por la justicia y construir la paz. Este reino, que ha comenzado, es buena semilla, es levadura que fermenta la masa y es vino nuevo que rompe odres viejos. ¡Alegraos, el Reino de Dios nos pertenece!

Vivir la pobreza es gracia y es un reto, es disponibilidad al Espíritu y es un proceso de conversión. Esta conversión nos lleva a un cambio de actitud y requiere decisiones y acciones concretas. La pobreza evangélica nos une a Cristo y con la gracia del Espíritu nos dispone para la vida fraterna de nuestras comunidades, la evangelización y la caridad pastoral, el compromiso con el medio ambiente y el cuidado de la Creación.

Les exhorto fraternalmente: no nos resistamos al Espíritu, abramos nuestro corazón para discernir nuestras motivaciones, deseos y decisiones, para buscar la felicidad que Jesús ha prometido a los que le aman y le siguen por el camino de la pobreza evangélica. Consideremos con gratitud y esperanza lo que el Señor va haciendo en cada uno de nosotros y, a través de nosotros, en la comunidad, en la Orden y en el Pueblo de Dios.

Las Bienaventuranzas son una declaración de la felicidad que poseen aquellos que se abren a la acción de Dios en una actitud de acogida sincera. Estos son los pobres en el espíritu: los que han puesto su confianza en el Padre y le piden con fe que venga su Reino (cf. Mt 6, 9; Lc 11,2). Este Reino ha comenzado, Cristo Resucitado es el Señor de la Historia e infunde su Espíritu en los corazones de los que le aman y creen en él. El Reino de Dios es gracia y misión. Con la gracia del Espíritu, Cristo habita en nosotros, nos inspira para anunciar el Evangelio, nos da la fuerza para permanecer fieles en la adversidad, está con nosotros hasta el final y nos promete la vida en plenitud. “El abandono en la providencia del Padre del cielo libera de la inquietud por el mañana (cf. Mt 6, 25-34). La confianza en Dios dispone a la bienaventuranza de los pobres: ellos verán a Dios”[271].

Jesús de Nazaret es el Hombre plenamente feliz, el bienaventurado por excelencia, que nos hace partícipes de la felicidad del Reino de Dios. “Jesús, Él que es el tesoro escondido y la perla de gran valor, no puede hacer otra cosa que suscitar la alegría, toda la alegría del mundo: la alegría de descubrir un sentido para la propia vida, la alegría de sentirla comprometida en la aventura de la santidad”[272].

Felices los pobres en el espíritu, los que tienen un corazón inquieto. Si dejamos de razonar en términos de acumulación y somos capaces de intuir la gratuidad de los dones de Dios, podremos “saber y comprender” que la pobreza espiritual es la clave de la santidad, de la fecundidad apostólica y de la verdadera felicidad.

Roma, 28 de agosto de 2020. Solemnidad de San Agustín.

 

Miguel Miró Miró
Prior general

 

 

 

 

[1] Francisco, Discurso a los participantes en el 54º Capítulo general de los Agustinos Recoletos (Vaticano, 20 de octubre de 2016).

[2] Cf. Agustinos Recoletos, Proyecto de Vida y Misión 2016-2022, G.1.

[3] Cf. Sergio Centofanti, “Papa Francisco y el camino de la verdadera felicidad” en Vatican News (19 de marzo de 2019); San Agustín, Sobre la vida feliz; Enrique Rojas, Una teoría de la felicidad (35ª ed.).

[4] San Agustín, Confesiones 10,20,29.

[5] Francisco, Audiencia general (5 de febrero de 2020).

[6] Francisco, Angelus (29 de enero de 2017).

[7] Cf. Santiago Guijarro Oporto, “Evangelio según san Mateo” en Comentario al Nuevo Testamento, Casa de la Biblia, 44-46; Luis Fernando García-Viana, “Evangelio de Lucas” en Comentario al Nuevo Testamento, Casa de la Biblia, 206-208; S. A. Panimolle: “Pobreza” en Nuevo diccionario de Teología bíblica (1990), 1484-1500.

[8] Cf. José Rodríguez Carballo: “Líneas bíblicas y eclesiológicas” en Actas del Simposio “La gestión de los bienes eclesiásticos de los institutos de vida consagrada” (2015), 39-40.

[9] Francisco, Audiencia general (5 de febrero de 2020).

[10] Francisco, Homilía en Santa Marta (16 de junio de 2015).

[11] Francisco, Angelus (29 de enero de 2017).

[12] Cf. Francisco, Homilía en Santa Marta (16 de junio de 2015).

[13] Santo Tomás de Villanueva, In Dom, VI post Pentecosten, vol I, 749.

[14] Francisco, El Evangelio hay que tomarlo sin calmantes. Conversación con los superiores generales. Recopilación de Antonio Spadaro (25 de noviembre de 2016).

[15] Conc. Ecum. Vaticano II, Lumen Gentium 8.

[16] Jordi Bertomeu Farnós, “Francisco y la guerra mundial a pedazos 2.0”, en Vida Nueva 3.186 (11-17 de julio de 2020), 26.

[17] Francisco, Evangelii gaudium (2013) 197.

[18] Francisco, Homilía en Santa Marta (6 de abril de 2020).

[19] Francisco, Evangelii gaudium 30.

[20] Catecismo de la Iglesia Católica, 2546.

[21] Francisco, Audiencia general (29 de abril de 2020).

[22] Cf. Jacques Philippe, La felicidad donde no se espera. Meditación sobre las Bienaventuranzas [2ª ed.] (Madrid 2018), 5-39.

[23] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (2007), 139.

[24] Juan Pablo II, Vita consecrata (1996) 31; Cf. Id. Christifideles Laici (1988), 20-25; Conc. Ecum. Vaticano II, Lumen gentium, 4; 12; 13; Id. Gaudium et spes 32; Cong. para la Doctrina de la fe, Carta Iuvenescit Ecclesia (2016).

[25] Conc. Ecum. Vaticano II, Lumen gentium, 4; Cf. Id. 13; 39, 42; Cong. para la Doctrina de la fe, Carta Iuvenescit Ecclesia (2016), 1.8.

[26] Cf. Conc. Ecum. Vaticano II, Lumen gentium, 43; Juan Pablo II, Vita consecrata (1996) 5.

[27] Francisco, Mensaje a los participantes en el Segundo simposio internacional “En fidelidad al carisma. Repensar la economía” (25 de noviembre de 2016); cf. Cong. para la Doctrina de la fe, Carta Iuvenescit Ecclesia (2016).

[28] Conc. Ecum. Vaticano II, Lumen gentium, 44; cf. Ibid. 13, 39, 42, 45, 46.

[29] Conc. Ecum. Vaticano II, Lumen gentium, 42.

[30] Cf. Pablo VI, Evangelica testificatio (1971); Juan Pablo II, Redemptionis Donum (1984); Exhortación apostólica Vita consecrata (1996); Francisco, Carta a los consagrados (2014); CIVCSVA: Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa dirigidos a los Institutos dedicados a obras apostólicas (1983); Mutuae relationes (1978); Potissimum institutioni. Orientaciones sobre la formación en los institutos religiosos (1990); Vida fraterna en comunidad 
«Congregavit nos in unum Christi amor» (1994); Caminar desde Cristo (2002); El servicio de la autoridad y de la obediencia (2008); Vultum Dei quaerere. Sobre la vida contemplativa femenina (2016); Instrucción Cor orans (2018); El arte de la búsqueda de Dios (2019); El don de la fidelidad. La alegría de la perseverancia (2020).

[31] Cf. CIVCSVA, Vida fraterna en comunidad. 
«Congregavit nos in unum Christi amor» (1994).

[32] Cf. Juan Pablo II, Redemptionis Donum (1984); Audiencia general del 8 de febrero, 1995. CIVCSVA, Contemplad, Carta a los consagrados (2015).

[33] Cf. Francisco, Carta a los consagrados (2014); Id. È tempo di camminare. La vita consacrata nel magistero pontificio (2018); CIVCSVA, Vida y misión de los religiosos en la Iglesia (1980); Id. Alegraos (2014); Id. Contemplad (2015); Id. Escrutad (2016); Id. Anunciad (2016); Id. A vino nuevo, odres nuevos (2017); Id. El don de la fidelidad. La alegría de la perseverancia (2020); Congregación para la Doctrina de la fe, Carta Iuvenescit Ecclesia (2016).

[34] Conc. Ecum. Vaticano II, Perfectae caritatis 13.

[35] Código de Derecho Canónico, c. 600.

[36] Juan Pablo II, Vita consecrata, 90. El tema del profetismo lo desarrolla en III, II: Un testimonio profético ante los grandes retos, 84-95.

[37] Francisco, Carta a los consagrados, II, 2.

[38] Cf. Constituciones 45.

[39] Francisco, Discurso a los representantes pontificios (21 de junio de 2013); cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión. Orientaciones (2018) 8.

[40] Francisco, Evangelii gaudium 151.

[41] Cf. Constituciones 277;  Conc. Ecum. Vaticano II, Lumen gentium 31.

[42] Aquilino Bocos, Un relato del Espíritu. La vida consagrada postconciliar [2ºed] (Madrid 2018), 333; cf. Francisco, Evangelii gaudium 151.

[43] Francisco, Mensaje al simposio “La gestión de los bienes eclesiásticos de los institutos de vida consagrada y de las sociedades de vida apostólica. Al servicio del humanum y de la misión en la Iglesia” (8 de marzo de 2014); cf. José Cristo Rey García Paredes, Cómplices del Espíritu. El nuevo paradigma de la Misión (Madrid 2014) 195-236.

[44] Cf. Francisco, Una gran esperanza. La custodia de la Creación (Città del Vaticano 2019) 33-35.

[45] Catecismo de la Iglesia Católica, 1397.

[46] Cf. Misal Romano (7ª edic. 1992), Plegaria eucarística V/b; Juan Pablo Martínez Peláez, “La Eucaristía, el alimento partido y compartido por la Iglesia en la mesa de los pobres” en Agustinos Recoletos, Programa de formación permanente 2020: Profetas del Reino, 11.

[47] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 3-4.

[48] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 3. Cf. Id. Líneas orientativas para la gestión de los bienes en los Institutos de vida consagrada y en las Sociedades de vida apostólica (2014) 6.

[49] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 5.

[50] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 5-8.

[51] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 8.

[52] Cf. Código de Derecho canónico, cc. 634,1; 635,1; 1257,1; 114,1; 116,1; Conc. Ecum. Vaticano II, Gaudium et spes 76; CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 15.

[53] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 12-21.

[54] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 23.

[55] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 32.

[56] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 32-33.

[57] Francisco, Mensaje al II Simposio internacional sobre el tema: “En fidelidad al carisma, repensar la economía de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica” (Roma, 25 de noviembre de 2016).

[58] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 34.

[59] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 36.

[60] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 35.

[61] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 36.

[62] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 72.

[63] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 41.

[64] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 51.

[65] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 54.

[66] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 54-97.

[67] Cf. Enrique Eguiarte Bendímez, “San Agustín y los pobres de su tiempo”, en Augustinus 59 (2014) 47-76; Javier Ruiz Pascual (ed.), San Agustín. Obras y textos monásticos, vol. I (Madrid 2009); Ibid. Vol II (Madrid 2010); Serge Lancel, Saint Augustine (London 2001).

[68] San Agustín, Comentario al salmo 141,5.

[69] San Agustín, La Doctrina Cristiana 1,4,4.

[70] Cf. San Agustín, Comentario al salmo 85,6.

[71] Cf. San Agustín, Sermón 114B,11.

[72] Cf. San Agustín, Sermón 14,4.

[73] San Agustín, Sermón 56,9.

[74] Cf. San Agustín, Sermón 32, 10.

[75] San Agustín, La Santa Virginidad 28.

[76] Cf. San Agustín, Sermón 283,3.

[77] Cf. San Agustín, Sermón 359A,11.

[78] Cf. San Agustín, Comentario al salmo 37,24.

[79] Cf. San Agustín, Sermón 389,5.

[80] San Agustín, Sermón 123,4.

[81] Cf. San Agustín, El Trabajo de los monjes 3.

[82] San Agustín, Regla 5,2.

[83] San Agustín, Sobre las costumbres de la Iglesia católica 1,67.

[84] Cf. San Agustín, Comentario al salmo 131,5-6.

[85] Cf. San Agustín, Carta 20*,2.

[86] Cf. San Agustín, Sermón 356,10.

[87] Cf. San Agustín, Sermón 339,4.

[88] San Agustín, Sermón 66,5.

[89] Cf. Ángel Martínez Cuesta, Historia de los Agustinos Recoletos: Vol I Desde los orígenes hasta el siglo XIX (Madrid 1995); Id. Historia de los Agustinos Recoletos: Vol II El siglo XIX (Madrid 2015); Id. La Orden de Agustinos Recoletos. Evolución carismática [2º ed.] (Madrid 2020).

[90] Forma de Vivir 4, 1.

[91] Constituciones de 1637, 94r; Constituciones de1664, 153.

[92] Cf. Ramón Sala, “En el mundo por los pobres. El legado de la constitución Gaudium et spes”, en Concilio Vaticano II. 40 años después, CTSA (Madrid 2006), 153-190; Enrique Gómez García, Pascua de Jesús, pueblos crucificados (Salamanca 2012) 94-97.

[93] Constituciones 45.

[94] Constituciones 282.

[95] Código adicional 57.

[96] Constituciones 317.

[97] Cf. Código de Derecho canónico, c. 634.

[98] Constituciones 51; cf. Conc. Ecum. Vaticano II, Perfectae caritatis 13.

[99] Constituciones 473.

[100] Cf. Constituciones 474-476.

[101] Cf. Constituciones 6; 10; 28; 286.

[102] V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida 31.

[103] Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida, 13 de mayo de 2007) 3.

[104] CIVCSVA, Vida fraterna en comunidad (1994) 44.

[105] Francisco, Evangelii gaudium (2013) 1.

[106] San Agustín, Confesiones 13, 8,9.

[107] Benedicto XVI, Caritas in veritate (2009) 34.

[108] Francisco, Mensaje para la Cuaresma del año 2014 (26 de diciembre de 2013).

[109] FRANCISCO, Homilía en Santa Marta (7 de febrero de 2019).

[110] Francisco, Angelus (2 de agosto de 2020).

[111] Santo Tomás de Villanueva, In Dom. VI post Pentecosten, vol. I, c 752.

[112] San Basilio Magno, Homilía 3 sobre la caridad, 6.

[113] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2259; 2560-2561.

[114] Cf. Constituciones 48.

[115] San Agustín, Confesiones 10,22,32.

[116] Cf. San Agustín, Confesiones 10,38,63.

[117] San Agustín, Confesiones 10,31,45; cf. 10,29,40; 10,37,60.

[118] Benedicto XVI, Saluto in occasione del 50° anniversario di istituzione della Commissione Teologica Internazionale (22 de octubre de 2019); cf. Deus caritas est, 35.

[119] Cf. San Agustín, La Santa Virginidad 51,52.

[120] San Agustín, Regla, 1,7; cf. Sermón 85,2.

[121] Cf. Gabriele Ferlisi, Solo, davanti a te. Meditazioni agostiniane (Milano 2006), 269-273; 281-287; Id. El carisma de los agustinos descalzos (Teramo 2020); Id. “Formarsi alla kenosi dell’umile Gesù per essere felici di servire l’Altisimo in spirito di umiltà”, en Presenza agostiniana (2020/ 2) 20-24.

[122] Cf. Gabriele Ferlisi, “Formarsi alla kenosi dell’umile Gesù per essere felici di servire l’Altisimo in spirito di umiltà”, en Presenza agostiniana (2020/ 2) 16-25.

[123] Cf. Gabriele Ferlisi, Solo, davanti a te. Meditazioni agostiniane, 269-273; 281-287.

[124] San Agustín, Regla 1,6.

[125] San Agustín, Carta 118, 22.

[126] Constituciones 11.

[127] Cf. Juan Pablo II, Vita consecrata (1996) 84-86.

[128] Francisco, Gaudete et exsultate Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual (2018), 166.

[129] Francisco, Regina coeli (3 de mayo de 2020).

[130] Francisco, Regina coeli (3 de mayo de 2020).

[131] Francisco, Gaudete et exsultate Sobre el llamado a la santidad en el mundo actual (2018), 170.

[132] Francisco, Gaudete et exsultate, 167.

[133] Cf. Francisco, Gaudete et exsultate, 169.

[134] Cf. Francisco, Mensaje a la Arquidiócesis de Buenos Aires (27 de octubre de 2018).

[135] Francisco, Carta al Pueblo de Dios (20 de agosto de 2018).

[136] Francisco, Homilías en Santa Marta: 13 de marzo 2020; 13 de diciembre 2016.

[137] Cf. Sínodo de los Obispos, XV Asamblea general: Los jóvenes, la fe y el discernimiento vocacional. Documento final (27 octubre, 2018), 29-30. Cf. Daniel Portillo Trevizo, Psico-Teología del Discernimiento vocacional. Una tentativa de protección del abuso sexual de menores en la Iglesia Católica (México 2017).

[138] Francisco, Mensaje a la Obras misionales pontificias (21 de mayo de 2020).

[139] San Posidio, Vida de san Agustín 22,1.

[140] San Agustín, Regla 3,5.

[141] Cf. Forma de vivir 4,1.

[142] Constituciones 51.

[143] Cf. José Cristo Rey García Paredes, “El encanto amenazado. Gracia y pecados capitales en singular batalla”, en Vida Religiosa. Monográfico 5/2019/ vol.126, 76-87.

[144] Francisco, Laudato si’ 222.

[145] Cf. Juan Pablo II, Vita consecrata 38.

[146] Juan Pablo II, Vita consecrata 93; cf. Catecismo de la Iglesia Católica 2015.

[147] San Agustín, Sermón 169, 13.

[148] Francisco, Mensaje a los participantes en el II Foro de las comunidades Laudato si’ en Amatrice (6 de julio de 2019).

[149] CIVCSVA, Vida fraterna en comunidad 27.

[150] Cf. San Agustín, Regla, 4, 7-9; Comentario al salmo 50,1; Constituciones 17.

[151] Francisco, Homilía en Santa Marta (5 de mayo de 2020).

[152] Francisco, Discurso a la Curia romana (21 de diciembre de 2019).

[153] Cf. Francisco, Mensaje de Cuaresma (2018).

[154] Cf. San Agustín, Regla 1, 2; Comentario al salmo 132, 2.

[155] San Agustín, Regla 1, 2-3.

[156] Tarsicio J. Van Bavel, Carisma: Comunidad. La comunidad como lugar para el Señor (Madrid 2004) 108.

[157] Constituciones 46.

[158] Cf. San Agustín, El trabajo de los monjes 29, 37.

[159] Cf. San Agustín, El trabajo de los monjes 22, 26.

[160] San Agustín, El trabajo de los monjes 28, 36. Cf. Constituciones 53.

[161] CIVCSVA, Vida fraterna en comunidad 28.

[162] San Agustín, El trabajo de los monjes 22, 26.

[163] Cf. Francisco, Evangelii gaudium 192.

[164] Juan Pablo II, Vita consecrata 45.

[165] Francisco, Evangelii gaudium 188.

[166] Francisco, Evangelii gaudium 189.

[167] Miguel Salón, Vida de santo Tomás Vida de Villanueva, Arzobispo de Valencia, ejemplar y norma de obispos y prelados, (El Escorial 1925), 277.

[168] CELAM, Documento final de Puebla (1979) 1134.

[169] Juan Pablo II, Vita consecrata (1996) 82; Cf. Benedicto XVI, Discurso inaugural de la V Conferencia general del Episcopado Latinoamericano y del Caribe (Aparecida, 13 de mayo de 2007) 3.

[170] Cf. Juan Pablo II, Vita consecrata (1996) 82.

[171] Francisco, Evangelii gaudium 198.

[172] CELAM, Documento final de Aparecida (2007) 393.

[173] Cf. Francisco, Evangelii gaudium 187.

[174] Cf. Francisco, Evangelii gaudium 49.

[175] Francisco, Mensaje a las Obras misionales pontificias (21 de mayo de 2020).

[176] CIVCSVA, Vida fraterna en comunidad 44.

[177] Cf. Francisco, Homilía en Santa Marta (14 de mayo de 2020); Noticias ONU, Más de cien millones de personas pueden morir de hambre (2 de abril de 2019).

[178] Cf. Francisco, Evangelii gaudium 55-58; Pedro José Gómez Serrano, “El consumo que consume. Consumismo y pobreza evangélica” en Frontera Hegian 87 (Vitoria 2015).

[179] Congregación para la Doctrina de la Fe, Oeconomicae et pecuniariae quaestiones. Consideraciones para un discernimiento ético sobre algunos aspectos del actual sistema económico y financiero (6 de enero de 2018) 2; cf. Francisco, Audiencia general (26 de agosto de 2020).

[180] Cf. Francisco, Evangelii gaudium 58; Cf. Id. Audiencia general (19 de agosto de 2020).

[181] Cf. Constituciones 49-57; 473-495.

[182] CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión. Boni dispensatores multiformis gratiae Dei [1P 4,10]. Orientaciones (2018).

[183] Cf. Francisco, Mensaje al II Simposio internacional sobre el tema: “En fidelidad al carisma, repensar la economía de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica”, Roma (25 de noviembre de 2016); Fernando Torres, “Es el momento de otra visión y organización de la economía” en Vida Religiosa. Monográfico 2/2020/ vol.128; Enrique Lluch Frechina, “Transformar la economía desde el Evangelio. De una economía de la codicia a una economía solidaria” en Frontera Hegian 89 (Vitoria 2015).

[184] Cf. Francisco, Mensaje al II Simposio internacional sobre el tema: “En fidelidad al carisma, repensar la economía de los Institutos de vida consagrada y de las Sociedades de vida apostólica”, Roma (25 de noviembre de 2016).

[185] Benedicto XVI, Caritas in veritate (2009) 51; cf. Francisco, Querida Amazonia (2020) 41.

[186] Francisco, Laudato si’ 49; cf. Jaazeal Jakosalem, “Grito de la tierra, clamor de los pobres”, en Agustinos Recoletos, Programa de formación permanente 2020: Profetas del Reino 10.

[187] Cf. Francisco, Laudato si’ 16.

[188] Cf. Francisco, Laudato si’ 137-139.

[189] Francisco, Laudato si’ 43.

[190] Francisco, Laudato si’ 48.

[191] Cf. Francisco, Laudato si’ 49.

[192] Francisco, Laudato si’ 52.

[193] Francisco, Laudato si’ 99.

[194] Cf. Francisco, Audiencia general (23 de octubre de 2013); Audiencia a los participantes en el IV Foro Mundial de las ONG de inspiración católica (7 de diciembre de 2019).

[195] Cf. Francisco, Una gran esperanza. La custodia de la Creación (Città del Vaticano 2019) 31-64.

[196] Cf. Tavolo interdicasteriale della Santa Sede sull’ecologia integrale: In camino per la cura della casa comune. A cinque anni dalla Laudato si (18 de junio de 2020).

[197] Francisco, Laudato si’ 50.

[198] Cf. Tavolo interdicasteriale della Santa Sede sull’ecologia integrale: In camino per la cura della casa comune. A cinque anni dalla Laudato si (18 de junio de 2020).

[199] Francisco, Carta al Presidente de la República de Colombia con motivo de la Jornada Mundial del Medio Ambiente (5 de junio de 2020).

[200] Cf. Sínodo especial de los obispos para la Región Panamazónica, “La Amazonia: nuevos caminos para la Iglesia y para una ecología integral” (6-27 octubre de 2019) Documento final 17-18; Cf. Francisco, Querida Amazonia (2020).

[201] Cf. Juan Pablo II, Vita consecrata 110.

[202] Cf. Pablo Panedas Galindo, El Santo de la Estrella. San Nicolás de Tolentino (Madrid 2005); Luciano Radi, San Nicola da Tolentino (Torino 2004).

[203] Cf. Miguel Salón, Vida de Santo Tomás de Villanueva, Arzobispo de Valencia. Ejemplo y norma de obispos y prelados (El Escorial 1925); Varios, Ponencias del Congreso Santo Tomás de Villanueva, postulado como Doctor de la Iglesia (Valencia 23-25 de enero, 2018) en “Cuadernos de Investigación histórica” 35 (2018); Isaac González Marcos (ed.), Santo Tomás de Villanueva. 450 Aniversario de su muerte (Madrid 2005).

[204] Cf. Ángel Martínez Cuesta, Beato Ezequiel Moreno. El camino del deber (Roma 1975); Id.  Ezequiel Moreno. Santo de tres continentes (Madrid 2006).

[205] Cf. Teodoro Calvo Madrid, El Apóstol del Amazonas. El siervo de Dios Mons. Ignacio Martínez (Monachil 2005).

[206] Juan Pablo II, Homilía en la beatificación (7 de mayo de 1995); Dilia Barros, Madre María de San José (San Pedro de los Altos 1995).

[207] Cf. John Oldfield, Alfonso Gallegos. Con los ojos del corazón (Madrid 2020).

[208] Cf. José Javier Lizarraga, Un camino de fidelidad. Mariano Gazpio, agustino recoleto (Marcilla 2019); Id. Mariano Gazpio. Siervo bueno y fiel (Madrid 2015).

[209] Cf. Marina García, Esperanza Ayerbe. Misionera contemplativa (Madrid 2016).

[210] Cf. Rosalina Menegheti, Cleusa Carolina Rody Coelho. Sangre derramada (Madrid 2015).

[211] Cf. Jesús Diez Rastrilla, Mariana de San José. Mística y fundadora (Madrid 2017); Santiago Martínez Lázaro, Antonia de Jesús. La hormiguilla de Dios (Madrid 2018).

[212] Cf. Ángel Martínez Cuesta, Agustinas Recoletas. Fidelidad carismática (1993).

[213] Extractamos algunos datos relevantes del material recopilado por Ángel Martínez Cuesta para el tomo III de la Historia de los Agustinos Recoletos.

[214] Cf. Francisco, Evangelii gaudium 106.

[215] Cf. Francisco, Carta a los consagrados (2014) I, 1-3.

[216] Pablo VI, Homilía Inauguración de la II asamblea del CELAM (24 de agosto de 1968).

[217] Cf. CIVCSVA, El servicio de la autoridad y la obediencia (2008) 3.

[218] Francisco, Encuentro con la Unión de superiores generales (29 de noviembre de 2019).

[219] Cf. CIVCSVA, Vida fraterna en comunidad 44.

[220] Francisco, Laudato si’ 9; cf. Ibid 201.

[221] Cf. CDC c. 600; Constituciones 54.

[222] Cf. Forma de vivir 4,1; Constituciones 47-55.

[223] Benedicto XVI, Discurso inaugural de Aparecida (13 de mayo de 2007) 3.

[224] Cf. Constituciones 54; 478-481.

[225] Cf. Código adicional 56.

[226] Cf. San Agustín, Regla, 4, 7-9; Comentario al salmo 50,1; Constituciones 17.

[227] Cf. Constituciones 53.

[228] CIVCSVA, Vida fraterna en comunidad 2.

[229] Cf. Congregación para los Religiosos e Institutos seculares (SCRIS), Religiosos y promoción humana (1980) 24; Juan Pablo II, Vita consecrata (1996) 46; Francisco, Carta a los consagrados (2014) I, 2.

[230] Cf. Francisco, Discurso a los participantes en el Capítulo general de los Agustinos Recoletos (20 de octubre de 2016).

[231] Francisco, Mensaje para la 53 Jornada mundial de las comunicaciones sociales (24 de enero de 2019).

[232] Francisco, Discurso a los Embajadores de Kirguistán, Antigua, Luxemburgo y Barbuda (16 de mayo, 2013); San Juan Crisóstomo, Homilía sobre Lázaro, 1, 6.

[233] Constituciones 51.

[234] Constituciones 473.

[235] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 58.

[236] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 58.

[237] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 62.

[238] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 67.

[239] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 59-69.

[240] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 38-40; 72.

[241] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 91.

[242] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 93.

[243] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 15.

[244] Francisco: Carta a los consagrados (2014), II, 4.

[245] Cf. Francisco: Evangelii gaudium 200-208; Laudato si’ 154-158.

[246] Cf. CIVCSVA, Economía al servicio del carisma y de la misión 94-95.

[247] Constituciones 476.

[248] Cf. Constituciones 491-494.

[249] Cf. Congregación para el Clero, La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia (20 de julio de 2020), 101-107.

[250] Cf. Congregación para el Clero, La conversión pastoral de la comunidad parroquial al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia (20 de julio de 2020), 118-121.

[251] Cf. Francisco, Exhortación Apostólica Postsinodal Christus vivit, 221-223.

[252] Cf. Congregación para la Educación Católica, Congreso “Educar Hoy y Mañana. Una pasión que se renueva” (21 de noviembre de 2015).

[253] Cf. Código adicional 315.

[254] Cf. Proyecto Educativo Institucional de la Orden de Agustinos Recoletos, Roma 2015.

[255] Cf. Francisco, Mensaje para el lanzamiento del Pacto educativo global (12 de septiembre de 2019).

[256] Cf. Constituciones 308.

[257] Cf. Francisco, Christus vivit, 221-223.

[258] Son en total 75 los religiosos que están en lo que consideramos misiones: Sierra Leona, Cuba, Indonesia, China, Taiwán, en el Vicariato de Trinidad (Colombia), y en las Prelaturas de Lábrea (Brasil), Marajó (Brasil), Bocas del Toro (Panamá) y Chota (Perú).

[259] Cf. Tavolo interdicasteriale della Santa Sede sull’ecologia integrale: In camino per la cura della casa comune. A cinque anni dalla Laudato si’ II,3, pág. 133-141.

[260] Cf. Tavolo interdicasteriale della Santa Sede sull’ecologia integrale: In camino per la cura della casa comune. A cinque anni dalla Laudato si’. Conclusión, pág. 217.

[261] Francisco, Laudato si’ 139.

[262] ARCORES, Estatutos (Aprobados por el Consejo general el 2 de octubre de 2017).

[263] Francisco, Homilía durante la Misa con obispos sacerdotes, religiosos y religiosas, con ocasión del Viaje apostólico a Filipinas (Manila, 16 de enero, 2015). Cf. Id. Audiencia general (19 de agosto de 2020).

[264] Francisco, Homilía durante la Misa con obispos sacerdotes, religiosos y religiosas, con ocasión del Viaje apostólico a Filipinas (Manila, 16 de enero, 2015).

[265] Francisco, Homilía durante la Misa con obispos sacerdotes, religiosos y religiosas, con ocasión del Viaje apostólico a Filipinas (Manila, 16 de enero de 2015).

[266] Cf. Francisco, Homilía en Santa Marta (16 de mayo, 2020); Henri de Lubac, Meditación sobre la Iglesia (Pamplona 1958).

[267] Francisco, Angelus (26 de julio de 2020).

[268] Francisco, La fuerza de la vocación. La vida consagrada hoy. Una conversación con Fernando Prado (2018) 93-94.

[269] Francisco, Mensaje IV Jornada mundial de los pobres (13 de junio de 2020) 2.

[270] Francisco, Laudato si’ 139.

[271] Catecismo de la Iglesia Católica, 2547.

[272] Francisco, Angelus (26 de julio de 2020).

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